Oriente Próximo, Política

La división de Siria y el futuro del Levante

Con la guerra siria el principal problema que sufre este Estado es la división interna que sufre, lo que atomiza las fuerzas en el territorio.


Con la guerra siria el principal problema que sufre este Estado es la división interna que sufre, lo que atomiza las fuerzas en el territorio. El destino de Siria parece que pasará por tener de facto la creación de al menos 3 nuevos “estados”, uno dirigido por el gobierno de Bashar Al Assad donde quedarán los chiitas, alauitas y otras minorías religiosas. El otro Estado administrado por los kurdos y el tercero por los islamistas y “rebeldes” los cuales tendrán que disputarse entre sí el control del restante territorio. A esto se debe agregar la existencia del DAESH (Estado Islámico) que quiere incorporar los territorios sirios a un enorme proyecto “imperialista”.

Este conflicto sirio afecta al resto de la región del Levante porque se incorporan elementos del radicalismo religioso; del Islam político (islamismo) cuyos objetivos distan los de cualquier idealismo inspirado en movimientos occidentales o nacionalistas y por el contrario sus objetivos están en imponer su versión radical de Islam en un gobierno que se parece a los antiguos califatos que lideraron la región.

Se puede mencionar al menos tres de las razones por las que el problema existe y persiste:
 

  • La influencia de agentes externos que han desestabilizado el país y automáticamente puso en vilo a la región, principalmente la presencia de potencias globales como la OTAN y Rusia.
  • El fortalecimiento de los grupos contrarios al régimen de Bashar Al Assad y el debilitamiento progresivo del apoyo de agrupaciones como Hezbollah del Líbano y de miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica (Irán) por el desgaste de los enfrentamientos contra elementos islamistas de Jabat Al Nusra y DAESH.
  • El crecimiento de la influencia territorial que los islamistas están teniendo ahora dentro de territorio iraquí donde han logrado convencer a líderes de clanes sunitas quienes les han ofrecido de cierta manera vengarse de la opresión de la mayoría chiita y devolverles el poder que en algún momento administraron de la mano de Sadam Hussein.

El periodista libanés, Hisham Melhem, “Los bárbaros a  nuestras puertas” publicado por el sitio “Político Magazine”, expresa que la civilización árabe ha colapsado, y que no recuperará sus años de bonanza. La afirmación podría verse verdadera en cierto modo, primero porque los países árabes están dejando de lado su asociación como “árabes” y se están comenzando a verse desde la perspectiva religiosa como aspecto esencial de su cultura.

Es decir, el panarabismo se ha desplazado y dejado el vacío a los movimientos panislamistas, por lo que quienes no son musulmanes y en especial quienes no piensan del modo que lo hacen los fundamentalistas islámicos quedan fuera de cualquier fórmula que equilibre la región y se convierte automáticamente en este proyecto cuasi mesiánico de los radicales.

Pero por otra parte, la huella que la cultura árabe ha dejado sobre la humanidad es indeleble, no se puede borrar de un plumazo, aunque los islamistas quieran utilizar todas las artimañas existentes para imponer su paso por encima de la herencia que la cultura árabe le ha dado a nuestras sociedades.

De esta manera si bien hay un declive pronunciado en el comportamiento de los liderazgos árabes en la actualidad, en especial por la mano negra de los islamistas, el brillo de personajes como Al Razi, Averroes, Al Zarqali (Azarquiel), Maslamah Al Mayriti, entre otros, no se verá opacado en su aporte al mundo de manera repentina.

Los radicales que dividen Siria, que controlan sectores esenciales de Irak y que como langostas se quieren extender a lo largo de todo el Levante con su proyecto de “Califato”, que va desde Yakarta (Indonesia) hasta Al Andaluz (España), y algunos lo ven todavía más como un proyecto global, van minando paulatinamente el aporte que los árabes al menos hasta el siglo XIII le ha heredado a la humanidad, y en cuestión de 50 años estaría dejando una nueva marca, solo que negativa hacia sus propios ciudadanos y dirigido hacia el resto de las sociedades, de exportar e imponer este Islam de características oscurantistas y nada reformadoras.
 

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