El hecho de que la candidata Kamala Harris prodigue tantas carcajadas en sus súbitas intervenciones públicas no equivale a que tenga sentido del humor. Pero prefiero sus risas impetuosas a la severidad hiriente de Donald Trump. Qué poco sonríen nuestros políticos instalados permanentemente en la descalificación sistemática del adversario.
Cuánto se agradece la ironía como factor de distensión y de eficacia política. Muchos líderes la practicaron con astucia y contundencia. Reagan, Roosevelt, Churchill y Mitterrand fueron maestros. Alfonso Guerra era más temido por sus chanzas vitriólicas que por sus discursos.
La sátira, los chistes y el choteo sobre los personajes con proyección pública ya se practicaba en tiempos de Cicerón. El periodismo moderno debe mucho a los dibujantes que, a veces sin palabras, resumen perfectamente una situación. No hay nada tan incómodo como estar ante un político que se toma excesivamente en serio y que es incapaz de esbozar una sonrisa.
Los populistas de todos los tiempos son personajes rígidos, incapaces de reírse de ellos mismos o de mostrarse tan frágiles como cualquier humano. El humor y la ironía se prohíben en todas las dictaduras. Hitler o Stalin eran personajes tétricos y criminales. La Codorniz, un inteligente artefacto periodístico en tiempos de Franco, ponía nervioso al régimen por sus provocativas insinuaciones de la mano de Álvaro de la Iglesia.
La aparición y desaparición de Puigdemont en el mes de agosto tiene más de sainete que de acción política seria. Nadie habla, ni en clave humorística, del silencio de Rodríguez Zapatero después de la “victoria” electoral de Maduro en Venezuela.
El humor en el periodismo es imprescindible y en la política es el mejor aliado dialéctico. Aquella intervención de Azaña, “permítame que me sonría por cuenta de su señoría”, es más potente que cualquiera de los ataques frontales que se perpetran en público muchos de nuestros políticos.
La pasión, el tumulto, el lenguaje cáustico y la defensa de unos intereses con vehemencia son compatibles con la cultura del buen humor y la ironía. Y con el respeto.
Publicado en La Vanguardia el 5 de septiembre de 2024