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Liderazgo, fuerza y diálogo

Rusia no puede ganar el pulso a Occidente invadiendo por la fuerza países soberanos. Solo lo conseguirá si el frágil liderazgo norteamericano y las divisiones entre los europeos se lo ponen fácil.

La gran cuestión que perturba a las democracias liberales es si Estados Unidos quiere ejercer el liderazgo occidental o ya no puede asumir la carga que supone ser la potencia imprescindible, imperfecta pero necesaria, para defender las libertades. Los norteamericanos acamparon en Europa el ­siglo  pasado para poner fin a dos guerras mundiales incubadas en Alemania y luego siguieron con millones de tropas hasta el término de la guerra fría y la descomposición de la Unión Soviética. El siglo XX, en palabras de Eric Hobsbawm, lo ganó Estados Unidos.

Donald Trump se desvinculó retóricamente de las viejas alianzas con Europa y Joe Biden hace un año proclamó que EE.UU. había vuelto al lado de los amigos de siempre. El problema es la división profunda en la sociedad norteamericana sobre sus valores básicos hasta el punto de que un porcentaje muy elevado de ciudadanos pone en cuestión los resultados de las elecciones del 2020.

Ante la posibilidad de una guerra si se alteran unilateralmente las fronteras en Ucrania es necesario el liderazgo occidental. Desde la fuerza y desde la unidad de acción. Pero también desde la política. La mejor preparación para la guerra es evitarla porque una guerra es la aceptación de un fracaso al haber agotado todas las vías de diálogo y abandonarse al uso de la fuerza bruta.

Y cuando hablan las armas se acaban los discursos, se trabaja solo con mentiras, se mata a personas y se regresa a la barbarie. No se evita la guerra cediendo como en Munich (1938) y no se vence moralmente bombardeando innecesariamente Dresde (1945).

Este es un momento delicado en el que, en palabras de Tzvetan Todorov, las democracias solo pueden recurrir al uso de la fuerza en legítima defensa mientras que las dictaduras lo suelen hacer para cambiar al resto del mundo. El apaciguamiento no es aconsejable cuando alguien, Putin en este caso, pretende borrar fronteras engullendo a un país vecino.

Rusia no puede ganar el pulso a Occidente invadiendo por la fuerza países soberanos. Solo lo conseguirá si el frágil liderazgo norteamericano y las divisiones entre los europeos se lo ponen fácil. El momento es grave y hay que actuar diplomáticamente antes de que sea demasiado tarde.

Publicado en La Vanguardia el 28 de enero de 2022

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