Oriente Próximo, Política

Los saudíes montan al mundo a caballo

Convertir Arabia Saudí en un país merecedor de respeto internacional no requiere una guerra, ni pérdida de recursos, ni nada diferente a la conciencia por parte de los líderes — y los musulmanes — occidentales.


La visita de estado del rey de Arabia Saudí a Gran Bretaña llegaba en un momento de creciente crisis interna y externa para el reino del desierto. Ciertamente concebida para alentar la confianza internacional en el régimen de Riyadh, todo indica que el rey Abdala quiere de verdad liberar a su país de su trasnochada situación. Pero la modernización política ha sido tan lenta como para ser casi invisible.
 
El rey puede ser un monarca absolutista, pero existen límites a lo que puede hacer — y está tremendamente aislado en el reino. La labor que afrontan los reformistas saudíes era resumida en una viñeta del diario saudí Al Watán (la nación) el 7 de octubre. Mostraba un taller — ´Reformas y Reparaciones´ — en el que un coche averiado era etiquetado "sistema judicial" y un vehículo del revés estaba matriculado como "escuelas". Una semana antes, el mismo periódico daba a conocer las decepcionantes noticias de que una página web extremista saudí había difundido 18 videos de simulación de vuelo para entrenamiento con aviones Boeing 747. El mensaje es obvio: el espíritu del 11 de Septiembre vive en el reino.

En contraste con tal escenario, las vagas afirmaciones por parte del rey Abdala de que las autoridades saudíes han detenido a financieros terroristas cuentan poco. En cuanto a las alegaciones del rey de que las autoridades del Reino Unido ignoraron las advertencias saudíes acerca de los atentados del metro de Londres el 7 de julio de 2005, sin embargo, uno desearía que fueran simplemente un numerito, pero es posible creer al rey.

El gobierno Blair ha sido claramente vacilante a la hora de actuar preventivamente contra el ascenso del extremismo entre las comunidades musulmanas. Durante varios años ya, los saudíes han venido protestando bastante acertadamente ante el Reino Unido por la concesión de asilo a Saad al-Faqih, que encabeza el denominado Movimiento por la Reforma Islámica en Arabia (MIRA). Al-Faqih es considerado por los reformistas saudíes como un defensor de un régimen que sería aún más radical en su wahabismo que el actual. Al-Faqih aún reside en Londres y controla sus difusiones vía satélite — incluso si la página web del MIRA fue brevemente clausurada tras los atentados de Londres. Reanudó sus operaciones pero sin el foro de discusión, que sirvió durante años como servicio de comunicaciones de Al Qaeda.

El enfoque esquivo del gobierno se ponía de nuevo en marcha esta semana en su variante ´diálogo con los radicales´, cuando Mohamed Abdul Bari, presidente de la mezquita de East London y secretario general del Consejo Musulmán de Gran Bretaña (MCB), se presentaba como invitado en el banquete de la Reina en honor al rey Abdalah. Bari cenaba con la soberana exactamente al mismo tiempo que era difundido un informe de Policy Exchange, "El secuestro del islam británico", que da detalles de la diseminación de literatura ultra-radical, inspirada en Arabia Saudí, en su mezquita.

Pero la principal consideración a la hora de tratar con el rey Abdalah tiene que ser que Arabia Saudí sigue siendo espantosamente distinta a los demás países, incluyendo a la mayor parte de los territorios musulmanes. Los reformistas políticos saudíes — de los cuales hay más de los que Occidente es consciente — se refieren a los países de Kuwait a Yemen como "el creciente de normalidad", porque ninguno de ellos plantea los barrocos abusos que se ven a diario en el reino, y ninguno promueve con tanta avidez el islam extremista. Todos permiten que los no musulmanes practiquen sus religiones abiertamente — Bahrein tiene una sinagoga, y Omán tiene templos hindúes así como iglesias cristianas. Todos permiten que las mujeres conduzcan, vayan a la Universidad y vistan como deseen. En los medios saudíes se encuentran ejemplos de ideología pseudo-religiosa llevada hasta la locura.

En septiembre, un varón saudí se divorciaba de su esposa porque presuntamente ella violaba la moralidad al contemplar a hombres en televisión con los que (obviamente) no estaba casada o emparentada. El tribunal desestimó el cargo, pero concedió el divorcio. En otro giro siniestro — que recuerda a la propaganda de la China Roja o la Rusia soviética — el diario Al Hayat (Vida) informaba de que un preso saudí había escrito un libro en árabe e inglés elogiando su positiva experiencia en las cárceles saudíes, y afirmando que el estado wahabí protege los derechos humanos.

Este tipo de cosas se ven al mismo tiempo que la furia popular crece con motivo de los asesinatos y el resto de los crímenes cometidos por la llamada policía religiosa o mutawiyin. La mutawiyin sigue operando con impunidad, golpeando a las mujeres en público con sus largas porras si las víctimas dejan ver un centímetro de piel entre la abaya que las cubre completamente y sus zapatos, registrando casas, apaleando (incluso hasta la muerte) a los saudíes sospechosos de tener alcohol, y asaltando fatalmente a las parejas sospechosas de no estar casadas ni tener relación familiar. En ocasiones lo absurdo es tan indignante que resulta cómico. No hace mucho la prensa saudí debatía acaloradamente si "los concursos de belleza" de camellos debían ser desalentados, puesto que parecían ser una expresión de tribalismo primitivo.

Cuando diplomáticos norteamericanos asistían a tales eventos tenía lugar un alboroto porque "los infieles" habían tenido acceso al acto. Pero esta semana, mientras el rey Abdalah era agasajado con desfile y salvas en Londres, la página web radical AlSahat (el campo de batalla) mostraba un anuncio argumentando que los concursos de belleza de camellos podían servir de base para la creación de partidos políticos, que actualmente están prohibidos. Teniendo en cuenta este tipo de cosas y echando la vista atrás a los grandes movimientos de democratización como Solidaridad Polaca, o considerando las protestas en Birmania, es difícil creer que un cambio real pueda llegar al reino. De la misma manera, un número cada vez mayor de saudíes está seguro de que no se puede evitar el cambio.
 
¿Cuál es el papel de Gran Bretaña aquí? No es fácil evitar la conclusión de que exactamente igual que el Reino Unido es el epicentro de la actividad jihadista en Europa Occidental, las autoridades británicas, aun mas que las americanas se han doblegado a la influencia económica y política saudí. El animado debate sobre Arabia Saudí que comenzó en Estados Unidos tras el 11 de Septiembre ha estado en gran medida ausente de Gran Bretaña; y a continuación tuvo lugar el año pasado la represión de la investigación de la Oficina Anti-Fraude por corrupción en los acuerdos de armas con el Reino Unido, con 43 mil millones de libras como montante estimado del dinero en juego.

Arabia Saudí es un país de decapitaciones. Es simbolizado por el "corta cuellos" o alfanje de ejecución predilecto del difunto Ibn Saud, padre de Abdalah.

La pesada y curvada espada es reproducida en la bandera y el escudo nacional saudí. El país es infame por sus atrocidades contra las mujeres, incluyendo la mutilación genital femenina, otro hábito tribal incorporado en la cultura saudí y encumbrado como costumbre sagrada.

Arabia Saudí continúa su inclemente persecución de los musulmanes no wahabíes así como la negación de los derechos religiosos de los no musulmanes. Practica la anarquía en nombre del orden, y es el principal centro global de exportación de la ideología islamista radical. Pero el chantaje petrolero — salvedad que es ayudada y alimentada por la industria energética extranjera — deja a los occidentales desconcertados en cuanto la cuestión saudí se plantea.

La perversa relación entre la monarquía saudí y Occidente es única en la historia. A ninguna otra tiranía se le ha concedido tan amplio rango de exenciones de los cánones modernos de derechos humanos, transparencia financiera o sencillo respeto a los demás estados y pueblos. Los críticos del islam condenan la antigua práctica de los dictadores musulmanes de imponer un impuesto, la jizya, a sus súbditos no musulmanes.

Pero en el mundo de hoy, parece que los saudíes llevan las riendas globales, con el resto de la humanidad sirviendo de sus camellos y caballos, y que el equivalente al impuesto de la jizya a cuenta del surtidor de gasolina supera con creces al abonado bajo los imperios islámicos. Gran Bretaña, no menos que Estados Unidos, tiene todo el derecho a presionar en favor de reformas más rápidas en el reino, especialmente cuando sus líderes se reúnen con el rey Abdaláh.

Convertir Arabia Saudí en un país merecedor de respeto internacional no requiere una guerra, ni pérdida de recursos, ni nada diferente a la conciencia por parte de los líderes — y los musulmanes — occidentales.

Artículo de Stephen Schwartz e Irfán al-Alawi

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