En gran medida, los comentarios de los lectores en el mundo digital dejan mucho que desear: violentos, maleducados, ofensivos.
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Lunes, 09 de diciembre 2024
En gran medida, los comentarios de los lectores en el mundo digital dejan mucho que desear: violentos, maleducados, ofensivos.
Internet ha hecho posible, realmente, que la audiencia se haga oír y debata los temas que plantean los medios. Pero la experiencia está resultando en buena medida decepcionante. Muchas veces, en los comentarios de los lectores en la prensa digital predominan los de baja estofa: ofensivos, groseros, sectarios.
Hace mucho, mucho tiempo, los periódicos eran solo de papel. Cuando un lector quería expresar una opinión sobre algún artículo, tenía que hacer un borrador, pasarlo a limpio con la máquina de escribir, corregir los errores mecanográficos, meter el papel en un sobre, consignar la dirección, comprar un sello y acercarse a un buzón. Y tal vez, al cabo de varios días, veía su carta publicada.
Mas he aquí que llegó Internet y todo cambió. Enviar una opinión se volvió fácil y rápido: tecleas lo que quieras, pulsas intro y de inmediato aparece tu comentario. Además, puedes ver los de otros, y apoyarlos o contradecirlos, así como otros pueden responder al tuyo. La información y la opinión dejó de estar dictada desde arriba. El público comenzó a ser parte activa de la prensa, aportando datos o señalando errores; ofreciendo críticas y diversos puntos de vista; entrando en diálogo con los periodistas y con otros lectores. Florecieron así conversaciones vivas, debates abiertos, con enriquecedores intercambios de ideas.
Pero en este bonito cuento de hadas irrumpieron unos ogros, llamados troles. En vez de contribuir a un civilizado coloquio, espetan denuestos, groserías, amenazas. Aunque son muchos menos que los duendes, a menudo monopolizan los comentarios por su tendencia a enzarzarse en réplicas y contrarréplicas cada vez más violentas, y porque ahuyentan a otros. Muchos duendes emigran del país de los comentarios porque les repugna lo bajo que ha caído.
Los “troles” son un problema para la prensa digital. Entre profesionales y parte del público se ha extendido la receta “No leas los comentarios”, originalmente nacida en las redes sociales por un motivo similar. Algunos medios ya no los admiten.
Es un problema conocido, pero no se hablaba mucho de él. Hasta que la semana pasada, The Guardian ha querido provocar un debate público al sacar a la luz su experiencia con los comentarios zafios o agresivos, a fin de invitar a otros medios a seguir su ejemplo, hacer conscientes a los lectores de la situación y suscitar propuestas para poner remedio. Tras romper el fuego con un editorial, va entregando datos, análisis, reportajes –y comentarios– en una sección especial, titulada The web we want (“La web que queremos”).
El diario londinense perfila el problema gracias al estudio que ha realizado sobre los comentarios recibidos en los últimos 16 años, hasta marzo pasado. Son unos 70 millones en total, y de ellos solo una pequeña parte, el 2%, fueron borrados por los supervisores del periódico. Algunos simplemente eran spam o no tenían que ver con el tema del artículo, pero la mayoría eran ofensivos. Amenazas de muerte o de agresión física apenas hubo. El caso más frecuente es el de ataques o muestras de desprecio hacia los autores de los artículos o de otros comentarios. Un ejemplo es el dirigido a una musulmana británica que decía haber sufrido a causa de prejuicios contra los de su fe: “Cásate con un combatiente del ISIS y verás lo que es bueno”, escribió un trol.
La otra categoría principal es la de comentarios contra colectivos: xenófobos, racistas, sexistas… A propósito de una noticia sobre los naufragios de inmigrantes en el Mediterráneo llegaron lindezas como esta: “¡QUE SE AHOGUEN TODOS!” (así: con mayúsculas).
The Guardian detalla qué tipos de artículos suelen despertar tales salidas de tono. Por temas, el que atrae más a los troles es, tradicionalmente, el conflicto palestino-israelí. Pero en los últimos tiempos lo han igualado otros: inmigración, feminismo, violación. Con todo candor, The Guardian señala que los asuntos que menos se prestan a comentarios ofensivos son el críquet, la hípica, el jazz y los crucigramas. Por secciones, las más atacadas son Internacional, Opinión, Medio ambiente y Moda.
Pero además del tema, influye el sexo de quien firma el artículo. En conjunto, las mujeres recibieron más insultos que los hombres. Y cuanto más predominan los hombres en una sección –casos extremos: Deportes y Tecnología—, más atacadas son las periodistas que escriben en ella. Ahora bien, el sexismo es de doble vía: la sección de Moda, donde los hombres son minoría, es una de las pocas donde ellos son más ofendidos que ellas. Del sexo de los troles no se puede concluir nada cierto, pues los comentadores no tienen que declararlo y suelen usar seudónimos.
Los supervisores han de ser ágiles, pues muchas veces ocurre que un comentario ofensivo provoca otros, y en poco tiempo se forma una espiral, en que los ogros compiten por ver quién es el más cruel. Como al Guardian llegan de 50.000 a 70.000 comentarios al día, la tarea no es nada fácil. Para tener a raya a los troles, The Guardian ha cerrado los comentarios libres en algunas secciones más vulnerables, donde los somete a aprobación previa.
Hasta ahora, los medios que han hecho algo, han tenido distintas reacciones. Unos han reforzado la vigilancia, con equipos de personas dedicados día y noche a revisar los comentarios: es el caso del New York Times o del mismo Guardian. Otra posibilidad es montar un sistema semejante a un foro supervisado, y restringir los comentarios a usuarios registrados, que han de dar –aunque no se hagan públicos– sus verdaderos nombres: esto alivia la carga de los monitores, pero no permite prescindir de ellos. Ambas soluciones solo resultan asequibles a cabeceras con abundantes recursos.
Otras, incluidas algunas grandes, como Reuters o la sección de Deportes de USA Today, han eliminado los comentarios. Unas reconocen llanamente que no tienen medios bastantes para filtrarlos como se debe o consideran un desperdicio gastar en eso. Varias señalan que los comentarios e intercambios de opiniones emigran a las redes sociales, donde cuadran mucho mejor que en un periódico.
También suelen dar otras razones, en lugar o además de esas. USA Today alega que su sección de Deportes se lee mayoritariamente en dispositivos móviles, soporte poco idóneo para escribir comentarios. El director de The Week explica que los comentadores eran relativamente pocos –muchos menos del 1% de la audiencia–, y una minoría muy activa de ellos se había hecho con el poder: “En demasiados casos, los comentarios de los medios son secuestrados por un pequeño grupo de comentadores con seudónimo que sustituyen el diálogo inteligente y razonado con violentos insultos personales y tópicos sectarios”.
(Algunos de esos motivos llevaron también a Aceprensa a suprimir los comentarios en su sitio web y reservarlos para sus blogs –El Sónar y Familia Actual–, su página y su grupo en Facebook, y su cuenta de Twitter.)
Se han ideado otras fórmulas. Tablet, una revista norteamericana de cultura judía, optó por cobrar a los que quieran dejar comentarios. En los primeros tres meses se apuntaron un centenar de abonados.
Una nueva empresa, Civil Comments, facilita la revisión recurriendo al público mismo. Si un medio confía sus comentarios a la plataforma de Civil, el lector que quiera poner uno, primero tiene que valorar dos enviados antes, elegidos al azar, y hacer lo mismo con el suyo propio. Lo segundo sirve para que el lector “se enfríe” antes de mandar un comentario incendiario. Lo primero alerta a los moderadores sobre las aportaciones probablemente inadmisibles, sin necesidad de que las examinen todas. El resultado, al parecer, es: menos comentarios, pero de mejor calidad.
Tal vez esto sea la tendencia del futuro. El Nieman Lab, un instituto de periodismo de la Universidad de Harvard, vaticina, entre otras predicciones para este año, un cambio de mentalidad con respecto a los comentarios. Los responsables de los medios pasarán a considerarlos colaboraciones, dice Andrew Losowsky, director del Coral Project, dedicado a estudiar el asunto. Según él, se acaba la época del “Diga usted lo que quiera, sea quien sea”. Los medios se concentrarán en motivar a la minoría del público que puede hacer aportaciones valiosas. Se preguntarán: “¿Cómo pueden contribuir nuestros lectores más fieles al debate, a informar, al trabajo de nuestros periodistas?”. Los medios querrán distinguirse de las redes sociales, y en vez de delegar a estas la participación de la audiencia, reiniciar conversaciones de otro tipo.
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