En EE.UU., empresas que emplean mano de obra poco cualificada no logran cubrir las vacantes y quieren que vengan más mexicanos
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Lunes, 09 de diciembre 2024
En EE.UU., empresas que emplean mano de obra poco cualificada no logran cubrir las vacantes y quieren que vengan más mexicanos
El pasado 31 de agosto, Donald Trump dio la siguiente justificación a su plan de levantar un muro a lo largo de la frontera con México y expulsar a los extranjeros indocumentados: “Es verdad que muchos inmigrantes ilegales que están en nuestro país son buena gente; pero eso no quita que la mayoría de los inmigrantes ilegales son trabajadores de baja cualificación, con inferior nivel de instrucción, que compiten directamente contra trabajadores americanos vulnerables”.
No sabemos si finalmente Trump hará construir un muro tan largo; y en cuanto a expulsar extranjeros ilegales, no le será fácil batir el récord de Obama, bajo cuyo mandato se ha deportado a tres millones.
En todo caso, su explicación parece razonable. De hecho, gran número de trabajadores norteamericanos vulnerables, la “clase obrera blanca”, vio en Trump su defensor y le votó.
Sin embargo, no está tan claro que los inmigrantes quiten empleos a los nacionales o hagan bajar los salarios en los trabajos de poca cualificación. Depende de distintos factores, como la proporción de empleos de ese tipo, la coyuntura económica, la magnitud y la composición de la fuerza laboral nativa.
Ahora que Trump anuncia que echará a mexicanos, los empresarios quieren que vengan más, decía The Wall Street Journal hace poco. La tasa de paro está por debajo del 5%, y en sectores que emplean trabajadores poco cualificados falta mano de obra. Hace unos meses se estimaba en 700.000 las vacantes en hostelería y restauración. El 86% de las constructoras no logran satisfacer sus necesidades de operarios, según una encuesta de la patronal.
Son puestos que antes se cubrían fácilmente con mexicanos y otros inmigrantes. De hecho, el 60% de los ilegales –que vienen a ser el 5% de la población activa– están colocados en esos sectores, en el campo y en la manufactura.
Pero ya no hay tantos mexicanos disponibles. Ahora los que regresan superan en número a los que entran. El Journal menciona varias causas: hay menos jóvenes en México, pues las familias son más pequeñas; la vigilancia de la frontera es más rigurosa; la crisis económica hizo perder atractivo a los EE.UU., mientras las oportunidades en México han mejorado.
¿Y no podrían los nacionales ocupar esos puestos? Al fin y al cabo, su tasa de paro es superior a la de los extranjeros (ver tabla abajo).
Sin embargo, son trabajos duros, que requieren juventud, y la población estadounidense nativa envejece perceptiblemente. También tiene un nivel de instrucción cada vez más alto, de suerte que disminuye la masa de candidatos a empleos poco cualificados. Y muchos que podrían optar a ellos, no los quieren. Dice un empresario al Wall Street Journal que ocasionalmente aparece un nacional a preguntar si hay trabajo, pero pretende que le paguen en negro para seguir cobrando a la vez el subsidio de paro.
En tales circunstancias, no parece que los inmigrantes estén quitando muchos empleos a los nacionales.
Algo semejante, en parte, ocurre en Suecia y otros países del norte de Europa (Dinamarca, Holanda), según destacó The Economist a principios de noviembre. También allí el paro es bajo; pero el de los extranjeros es mucho más alto (ver tabla). En estos casos, los inmigrantes no quitan empleos a los nacionales porque no lo consiguen.
Hay que tener en cuenta que en Suecia, los empleos de baja cualificación son pocos: menos del 5%, frente al 9% en Alemania o el 16% en España. A la vez, el salario mínimo –fijado por convenio colectivo, no por ley– es alto, lo que priva a los inmigrantes de una ventaja comparativa. Pero entre los refugiados hay también titulados, y no lo tienen mucho más fácil.El problema es especialmente agudo para los refugiados y solicitantes de asilo: muestra de ello es que en Suecia el desempleo de los extranjeros no procedentes de la Unión Europea alcanza el 22%. Los programas de integración laboral destinados a ellos, de dos años de duración, tienen poco éxito: al año de completarlos, solo están colocados el 22% de los hombres y el 8% de las mujeres.
En paro bajo, Japón se lleva la palma, con un 3% que casi equivale a pleno empleo. En este país, con menos del 2% de extranjeros, la hipótesis del “robo” de empleos a los nacionales ni se plantea. Pero allí, al igual que en Estados Unidos, falta mano de obra: hay unas 140 ofertas de empleo por 100 demandantes; la población envejece –más deprisa aún– y los jóvenes tienen superior nivel de instrucción, de modo que no aceptan cualquier puesto. Lo peculiar de Japón es que, a falta de inmigrantes, los que cubren el hueco son los mayores, como explicaba The Wall Street Journal el mismo día en que hablaba de los empresarios estadounidenses que echan en falta a los mexicanos.
El número de japoneses mayores de 65 años que trabajan ha subido un 33% en los últimos cinco años, hasta 8 millones, que vienen a ser 12 de cada 100. Los hay que aceptan trabajos que más bien requerirían alguien más joven, como un hombre que a sus 77 años se contrató de vigilante y ordenador de la circulación en un aparcamiento al aire libre, según cuenta el diario norteamericano.
La proverbial laboriosidad nipona no es la única causa. Muchas pensiones son bajas, y no es raro que un trabajador gane menos al final de su vida laboral: en Japón, las empresas están obligadas a mantener a sus empleados de los 60 a los 65 años, pero no en el mismo puesto ni con el mismo salario.
Para completar el panorama, habría que considerar los países tasas de paro más elevadas, donde los demandantes de empleo tienen menor poder de negociación. En esas naciones los extranjeros tienen una tasa de desempleo claramente superior (ver tabla). Esto indica que los inmigrantes, en conjunto, tienen más dificultades para obtener empleo, y por tanto no son competidores tan fuertes para los nacionales. Lo mismo cabe deducir de que su flujo crece en tiempos de bonanza y retrocede en los de vacas flacas. Por ejemplo, con la crisis económica, España registró un fuerte descenso de las entradas y un aumento de los retornos.
En suma, se puede decir que la inmigración perjudica a algunos trabajadores, pero no es fácil determinar a cuáles y en qué medida. El éxodo del Mariel, que llevó a Florida más de cien mil cubanos en 1980, ofrece un caso de laboratorio a los economistas. Sin embargo, las conclusiones no son del todo netas. Un estudio de 1990, a cargo de David Card (Berkeley), no encontró efecto significativo en los salarios de trabajadores poco cualificados en Miami, y eso indica que los recién llegados apenas desplazaron a los residentes. Pero una reciente revisión de los mismos datos por George Borjas (Harvard) en efecto detecta que los salarios bajaron, si bien no mucho (un 5% como máximo en 20 años).
La diferencia, según The Economist, está en que Card analizó los salarios de todos los trabajadores de baja cualificación, y en cambio, Borjas estudia por separado el de los que abandonaron los estudios antes de obtener el título de secundaria. Estos sí salieron perdiendo con la competencia de los marielitos.
A una conclusión similar llega el economista británico Paul Collier en su libro Éxodo (Turner, 2013), a partir de un estudio realizado en su país. Se descubrió que la inmigración deprimía los salarios más bajos, pero hacía subir los demás.
Hay un aspecto más de la cuestión: el descenso de la población activa nacional, que habrá de ser suplido con extranjeros. El envejecimiento demográfico que lo produce hará además aumentar la demanda de asistencia doméstica –en Estados Unidos, un 40%, según la estimación del Departamento de Trabajo–, otro sector propicio al empleo de inmigrantes. Hasta Japón, decía hace poco el Financial Times, ha abierto el paso a trabajadores temporales extranjeros. El gobierno de Shinzo Abe ha movilizado a las mujeres, que ya tienen una tasa alta de participación en la fuerza laboral, 66% (otra cosa son las pocas facilidades que les dan para tener familia a la vez: casi la mitad de las empleadas que dan a luz no se reincorporan después de la baja por maternidad). Pero eso no basta, y tampoco recurrir a los mayores: si la demografía siguiera igual, a mediados de siglo Japón habría perdido un tercio de la población activa.
Al final, el problema de los países ricos con los inmigrantes bien puede ser que no podrán pasar sin ellos. (Aceprensa)
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