No están volviendo todos los empleos fijos que se perdieron y en cambio muchos de los nuevos son temporales, o contratos por obra o servicio, o de dedicación parcial.
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Domingo, 03 de noviembre 2024
No están volviendo todos los empleos fijos que se perdieron y en cambio muchos de los nuevos son temporales, o contratos por obra o servicio, o de dedicación parcial.
Terminada la recesión, la economía ha pasado varios años creciendo, y el paro bajando, sin que, paradójicamente, la recuperación llegara a los salarios. Al fin, la anomalía se corrige en varios países, y los más beneficiados son los trabajadores que más perdieron con la crisis.
Que la recesión haya pasado y los sueldos sigan estancados es explicable en países como España. Es verdad que la economía española registra el segundo mayor crecimiento de la zona euro (+3,1%), después de Austria. Pero, a la vez, adolece de un paro aún muy alto (17,2%), de suerte que las empresas no necesitan ofrecer mucho para captar o retener empleados, y menos en puestos de baja cualificación. La llamada curva de Phillips refleja esta relación inversa del desempleo con la inflación e, indirectamente, con la variación de los salarios, que condiciona el consumo y, por tanto, los precios.
Pero esta ley no se ha cumplido en varios países desde hace dos años o más. Los sueldos no han subido apenas en economías que se acercan al pleno empleo: Estados Unidos, que en mayo alcanzó el paro más bajo de los últimos 16 años (4,3%); Japón, con el 2,8%, tasa no vista en 23 años, y el Reino Unido, que en cuatro décadas no había conocido una tan baja (4,6%), y donde los salarios incluso bajaron ligeramente en el primer trimestre de 2017.
Los economistas se han preguntado cómo puede ser eso y han aventurado posibles explicaciones. Una es que en la crisis se perdieron empleos mejor pagados –en la construcción y en la industria– que los nuevos de ahora, en su mayor parte de servicios –comercio, hostelería…–. En Japón eso se da mucho de otra manera: se jubilan empleados con sueldos que son altos merced a ascensos acumulados por antigüedad, y son sustituidos por nuevos que cobran mucho menos. No pocos de ellos son personas mayores que necesitan un complemento a su pensión, notablemente más baja que el último salario.
También debe de influir que los recién llegados o reincorporados al trabajo tras la crisis tienen menor poder para negociar retribuciones más elevadas, por su estado de necesidad o por los puestos que ocupan: por ejemplo, en los servicios hay menos sindicación y menos convenios colectivos.
Otro factor es que no están volviendo todos los empleos fijos que se perdieron y en cambio muchos de los nuevos son temporales, o los contratos por obra o servicio, o los de dedicación parcial. Todos esos dan menos dinero. En Japón, que era la meca del empleo de por vida, donde el empleado se “casaba” con la empresa y las horas extra eran la norma, ahora más de un tercio de los trabajadores no son fijos (37,5% en 2016, un aumento de cuatro puntos y medio en diez años).
Como pasa con los puestos, tampoco los nuevos empleados son iguales a los de antes. En Gran Bretaña, de unos 300.000 empleos creados entre el cuarto trimestre de 2015 y el del año siguiente, la gran mayoría, 230.000, fueron cubiertos por extranjeros. Es razonable pensar que muchos inmigrantes se conforman con menos que los británicos.
Todos esos factores que contribuyen a dejar en suspenso la ley de Phillips no pueden durar siempre, se supone. Ha de llegar un momento en que los trabajadores saquen provecho de estar muy solicitados. Pues bien, eso está empezando a suceder con los menos favorecidos, justo en los dos países que llevaban más tiempo con la anómala situación.
En Japón, donde hay 143 ofertas de empleo por cien demandantes, el salario medio de los trabajadores con dedicación parcial ha subido un 2,6% en el último año, mientras que los de jornada completa se quedan prácticamente igual, con un 0,4% más.
También en Estados Unidos, los trabajadores más vulnerables son los que más han mejorado, en dos aspectos. Según datos del segundo trimestre de este año, los del décimo más bajo de la escala salarial han obtenido una subida del 3,4%, dos puntos por encima de la media. Es un cambio notable: en 2015 percibieron una mejora inferior al 1%, o sea, menos de la mitad que la media. A la vez, el paro de los trabajadores de más baja cualificación (sin título de secundaria) disminuyó más que el de los demás, un punto y una décima (pero el actual 6,4% sigue siendo más alto que el general).
Además de la persistente escasez de mano de obra, parecen haber contribuir al cambio de tendencia algunos factores que benefician específicamente a los trabajadores más modestos.
Uno es el aumento del salario mínimo en Japón y en varios estados norteamericanos. Alemania ya comprobó el efecto de esa medida: implantó el salario mínimo nacional por primera vez en 2015, y al cabo de un año, la paga de los trabajadores no cualificados había subido por encima de la media.
Y, aunque quizá no resulte tan evidente, muchos empleos de baja cualificación son menos amortizables que otros de superior categoría. En estos años de tipos de interés tan bajos, a las empresas les ha salido más barato invertir en máquinas que contratar personas, y los puestos más vulnerables no tienen por qué ser los peor pagados. Un consultor financiero puede asesorar a sus clientes automáticamente, gracias a programas que analizan ingentes datos de cotizaciones, balances, mercados. Los servicios jurídicos pueden alimentar y gestionar archivos mediante herramientas informáticas, con muy poco personal. De hecho, en Estados Unidos, el empleo en este sector ha crecido menos del 1% desde el final de la recesión.
En cambio, no hay robots camareros. En los mismos paises y periodos, el empleo en restaurantes y bares ha aumentado un 24%. La mejoría económica alimenta la demanda de esos y otros servicios porque la gente dispone de más dinero que gastar en ocio.
De todas formas, la reciente mejora de los trabajadores menos favorecidos no deja de ser relativa: en comparación con la de otros y con la situación anterior de ellos mismos. El ascenso social, en términos absolutos, no lo tienen asegurado. Un análisis del Center on Education and the Workforce, de la Universidad de Georgetown, estima que en Estados Unidos había en 2015 66 millones de empleos bien pagados (35.000 dólares anuales o más, en ese año), y de ellos, 30 millones, el 45%, estaban ocupados por personas sin título universitario. Estas, entonces, han ido a peor, pues en 1991 tenían el 60% de esos puestos.
En la última posguerra, buenos empleos en la industria abrieron las puertas de la clase media a millones de trabajadores sin estudios superiores. Hoy el diploma es mejor pasaporte, y sin él son menores las posibilidades de subir, aunque siga sin haber robots para servir la mesa.
Referencias
— Yoko Kubota, “Global Jobless Rates Are Low, but Paychecks Aren’t Getting Fatter”, The Wall Street Journal (6-06-2017)
— Tom Fairless, “Why Wages Have Lagged Behind the Global Jobs Recovery”, The Wall Street Journal (8-01-2017)
— Marc Amlinger, Reinhard Bispinck, Thorsten Schulten, “The German minimum wage: experiences and perspectives after one year”, Wirtschafts- Und Sozialwissenschaftliche Institut (enero 2016)
— Eleanor Warnock, “Japan’s 7% Raise for Part-Time Workers Signals Wage Pressure”, The Wall Street Journal (15-03-2017)
— Eric Morath, “Low-Income Earners See Weekly Pay Gain Faster Than Other Groups”, The Wall Street Journal (20-07-2017)
— Center on Education and the Workforce, “Good Jobs that Pay without a B.A.”, Georgetown University (25-07-2017).
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