Henry Kissinger fue tan admirado como odiado. Era tan inteligente como maquiavélico. Citaba una frase del poeta alemán Goethe, que escribió que entre el orden y la justicia se quedaba con el orden. No tenía una visión moral de la política y pasará a la historia por haber recurrido al término de la realpolitik durante la guerra fría.
Le vi personalmente por primera vez en febrero de 1972 en los jardines de la Casa Blanca cuando Nixon emprendía su histórico viaje a China. Kissinger fue el artífice de aquella visita después de haber engañado al séquito de prensa que le acompañaba en Pakistán. Hizo creer que estaba descansando en las montañas indostánicas cuando se había trasladado secretamente a Pekín para encontrarse con Mao Zedong.
Siempre me fascinó su capacidad de intriga, su conocimiento de la historia y su falta de escrúpulos para conseguir los objetivos de los doce presidentes norteamericanos de los que fue asesor o miembro relevante del gobierno. Solo Obama hizo en su día una valoración crítica de su legado como el hombre que propició la prolongación de la guerra de Vietnam que acabó en humillante derrota.
Kissinger fue el impulsor de los ataques a Camboya, arrojando más bombas en aquel país que las que se lanzaron sobre Europa en la guerra mundial. Fue el artífice del golpe de Estado de Pinochet en Chile y amigo de todos los regímenes que fueran anticomunistas sin preocuparse de cómo trataban a sus ciudadanos. Reforzó la alianza con el régimen de Franco y, circunstancialmente, había estado en Madrid dos días antes del asesinato de Carrero Blanco por ETA.
¿Por qué los elogios a su figura centenaria han llegado de Joe Biden, Vladímir Putin, Xi Jinping y la mayoría de los líderes europeos? Porque encarnó el espíritu de su tiempo. Tanto por su protagonismo político como por su vasta producción académica desde que publicó su tesis sobre el Congreso de Viena que enterró las guerras napoleónicas.
Huyó del nazismo en 1938 y llegó a ser el gestor de la guerra fría para combatir el comunismo. Entendía que el mundo dependía de Estados Unidos, Rusia y China. El resto de los países eran peones en su tablero mental de la geopolítica. Una mente muy lúcida y muy intrigante.
Publicado en La Vanguardia el primero de diciembre de 2023