La democracia no consiste tanto en formar gobiernos sino en la capacidad de echarlos. Así lo entendía Karl Popper.
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Jueves, 07 de noviembre 2024
La debilidad política de los líderes del G7 se vió en la cumbre celebrada en Italia y presidida por Giorgia Meloni. En vez de gritar que viene el lobo de la extrema derecha es urgente actuar sobre las causas que han provocado los populismos.
La democracia no consiste tanto en formar gobiernos sino en la capacidad de echarlos. Así lo entendía Karl Popper.
La creencia en la inevitabilidad del conflicto puede convertirse en una de sus principales causas. Es una advertencia de Tucídides en su guerra del Peloponeso en la que Esparta y Atenas se disputaban la hegemonía marítima de la antigua Grecia. La democracia ateniense fue derrotada por la oligarquía espartana, lo que desató una lucha agónica entre las ciudades helénicas que acabó con el siglo de oro y con la oración fúnebre de Pericles que ha pasado a la historia como un canto universal a la libertad desde la amargura de la derrota.
En toda Europa se detecta desasosiego por el avance de fuerzas políticas que niegan el respeto al adversario promoviendo el populismo y el radicalismo de la extrema derecha. Las llamadas fuerzas progresistas no se detienen en analizar y combatir las causas de esta deriva autoritaria sino que articulan su discurso con la dialéctica retórica de frenar el fascismo.
La línea divisoria entre los conservadores clásicos y la extrema derecha, según Gideon Rachman, analista del Financial Times, ya no es la inmigración que ha sido incorporada con mayor o menor grado en los partidos de la centralidad, sino la aceptación o no de la democracia y del imperio de la ley. A Trump no parece importarle ni lo que dicen los jueces ni si un asalto violento al Capitolio el 6 de enero del 2021 fue necesariamente malo para la tradición democrática de Estados Unidos.
La clara victoria del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen en Francia en las europeas del 9 de junio es un hecho principal que ha situado contra las cuerdas al presidente Macron, que se comporta como una locomotora sin vagones con destino a lo desconocido partiendo a Francia en dos mitades irreconciliablemente confrontadas. La convocatoria precipitada de elecciones legislativas no le va a evitar la alta siniestralidad que puede darse en el final de su segundo mandato.
Giorgia Meloni fue algo más que la anfitriona de la cumbre del G-7 del pasado fin de semana en la región meridional de Apulia. Era la líder electoralmente más segura de los cuatro dirigentes más importantes de las democracias liberales. Biden, desorientado y con las encuestas desfavorables; Rishi Sunak es más que probable que no sea primer ministro británico a partir del 4 de julio; Macron está bajo los efectos de una operación que le puede dejar aislado en el palacio del Elíseo, y el partido de Olaf Scholz, canciller alemán, ha quedado tercero en las europeas del pasado domingo. Giorgia Meloni se movía con el desparpajo que le han dado una mayoría de los votos emitidos por los italianos.
Todos ellos, también Pedro Sánchez, lanzan advertencias desesperadas contra la extrema derecha que viene y que puede causar serios movimientos de tierras en la política europea de los próximos años. Pero nadie entra en el diagnóstico sobre cómo y por qué se ha producido este fenómeno. Y actuar en consecuencia.
No son horas de discursos sino de políticas sociales y de relatos culturales que suavicen las desigualdades, la falta de vivienda, la aceptación del inmigrante como fuerza imprescindible para el normal funcionamiento de la economía, la educación, la sanidad, los derechos humanos y el respeto mutuo en un ámbito de libertades.
En definitiva, se trata de hacer política ciudadana, cívica y responsable. Los trasvases de votos hacia la extrema derecha en Europa, en España y en Catalunya –atención a la aparición de la extrema derecha nacionalista con epicentro en Ripoll– merecen un estudio de las causas del fenómeno que se pueden concretar en un acercamiento más intenso y efectivo entre las instituciones y los dirigentes políticos y los electores.
Pueden ser oportunas las reflexiones de Pierre Mendès France, ex primer ministro de la IV República que no duró ni un año al frente del gobierno. Es un referente en la política de Francia. Decía que “la democracia es mucho más que la práctica de elecciones y el gobierno de la mayoría; es un tipo de códigos de conducta, de virtud, de escrúpulo para hacer las cosas bien, de sentido cívico, de respeto por el adversario; es un código moral… Los partidos y sus equipos en el poder han de aceptar que un día serán repudiados por los electores”.
En estos tiempos globalizados con escasas fidelidades ideológicas y partidistas es aconsejable fijarse prioritariamente en el cuidado y atención a los ciudadanos tejiendo una sociedad solidaria. La democracia no consiste tanto en formar gobiernos sino en la capacidad de echarlos. Así lo entendía Karl Popper.
Publicado en La Vanguardia el 19 de junio de 2024
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