Es inquietante oír, como ocurrió hace unos días, al líder de la bancada nacionalista Daniel Abugattás exigiendo que se enfríen las relaciones comerciales con Chile.
A raíz del caso de espionaje chileno, el congresista apeló al patriotismo para proponer medidas que harían daño no solo a ciudadanos chilenos que no tienen nada que ver con el caso, sino también, y más que nada, a los peruanos.
No tardó mucho para que el canciller Gonzalo Gutiérrez descartara la propuesta. Pero cada vez que altos funcionarios del oficialismo exponen o implementan ideas que van a contracorriente de las políticas de apertura que han hecho del Perú una de las naciones más exitosas de América Latina, lastiman la imagen del país y debilitan en algo su progreso. Por eso resultó tan lamentable que el presidente Ollanta Humala haya cuestionado el patriotismo de El Comercio por haber presentado hechos y un punto de vista inconvenientes al gobierno. Tal conducta no tiene lugar en un país moderno o en uno que aspira a serlo.
Es probable que el gobierno haya subido el tono del asunto para distraer al país de sus cada vez crecientes problemas políticos. Si fuese así, no sería el primer gobierno en hacer tal cosa. Hay que estar también atento, sin embargo, de la mentalidad nacionalista que puede estar motivando al oficialismo.
El nacionalismo valora a la colectividad por encima del individuo y considera que tiene una identidad diferente y superior a este. Para quienes definen esa identidad (los nacionalistas), los individuos que disienten o son diferentes, son adversarios —cosa políticamente útil durante un conflicto con otro país—.
En lo económico, la lógica nacionalista se mantiene.
El comercio con otras naciones no es de beneficio mutuo. Como dijo el portavoz de Gana Perú al defender una revisión del tratado de libre comercio con Chile, el Perú debe saber “cuánto de provecho tiene hoy Chile en razón a los peruanos”. Pero en realidad, son individuos peruanos los que comercian con individuos chilenos y lo hacen de manera voluntaria porque ambas partes perciben beneficios. Enfriar esos intercambios es imponer la voluntad de uno por encima de los deseos y las decisiones del resto de los peruanos. Si se limitara el acuerdo aerocomercial con Chile, como sugiere Abugattás, lo único que lograría es reducir la competencia e incrementar los precios para los consumidores nacionales.
De hecho, los chilenos, como los otros grandes inversionistas y comerciantes extranjeros en el Perú, han incrementado el bienestar de los peruanos, y especialmente de los de ingresos modestos, al ofrecer bienes y servicios a precios más bajos que nunca. Han jugado su parte en la disminución de la pobreza y el crecimiento de la clase media.
Es más, una razón poderosa por la que el mundo está viviendo en el momento más pacífico de su historia, tal como lo documenta Steven Pinker y otros, es por el aumento del comercio y lalibertad económica. El intercambio comercial ha hecho que la guerra sea más costosa, pues es relativamente barato conseguir bienes a través del intercambio y no a través de la conquista. A su vez, el conflicto armado reduce o elimina las ganancias comerciales.
Tal como lo han observado numerosos pensadores, el comercio también cultiva normas civilizadoras, pues para tener éxito, hay que ser honestos, mantener compromisos, y ofrecer al otro lo que desea. Los griegos antiguos parecen haber reconocido esas virtudes. La palabra griega para “intercambiar” (katallassein) también significa “convertir al enemigo en amigo”. Eso lo ignora la lógica nacionalista.
El gobierno debe castigar el espionaje, y permitir que las relaciones entre peruanos y chilenos continúen floreciendo.
Publicado originalmente en El Comercio (Perú)
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