Suecia tiene reputación de tener una elevada tasa de suicidios. Pero un episodio psicológico que ataca a un escandinavo ordinario, cavilando en el largo y oscuro invierno, es simplemente una tragedia personal
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Sábado, 05 de octubre 2024
Suecia tiene reputación de tener una elevada tasa de suicidios. Pero un episodio psicológico que ataca a un escandinavo ordinario, cavilando en el largo y oscuro invierno, es simplemente una tragedia personal
Por el contrario, el suicidio moral de una institución entera, como la Academia sueca – que ostenta la responsabilidad de conceder el Premio Nobel de literatura – es más engorroso y perturbador.
Aún así, al igual que un grupo de lemings borrachos de akvavit[1] de botellón, los snobs de Estocolmo han continuado sus acometidas destinadas a desacreditar completamente a los Nobel de literatura, eligiendo a Harold Pinter como su laureado del 2005. Pinter es un agotado dramaturgo inglés cuya única y obvia cualificación para el premio es su estridente participación en las manifestaciones de hostigamiento anti América y odio a Israel, en contra de la liberación de Irak.
El propio Pinter admitía que su carrera ya no tiene nada que ver con las aspiraciones literarias. Notificado de su buena fortuna, puesto que el premio incluye un desembolso de 1,3 millones de dólares, gruñía hoy, "he escrito 29 obras y creo que realmente es bastante. Creo que el mundo ya ha tenido bastantes obras mías". A continuación declaraba que ha abandonado al mismo tiempo la redacción de obras de teatro.
Dado que Pinter no ha producido ningún trabajo significativo para el escenario en 40 años, quizá uno debería admirar la sinceridad de su autocrítica. Pero mirando desde otra perspectiva, los suecos han escrito un nuevo capítulo de bajeza, al conceder el principal honor literario del mundo a un autor que considera irrelevante su propio trabajo. Al menos no fue posible decir eso de algunos sinvergüenzas antidemocracia reconocidos previamente por Estocolmo.
Éstos han incluido al novelista Gunter Grass, veterano de las fuerzas Nazis durante la Segunda Guerra Mundial y enemigo sin cuartel de los valores occidentales; al ganador de 1998, el portugués José Saramago, ex censor comunista, y a su inmediato predecesor, Darío Fo, enemigo incansable de la religión. Algunos nunca han perdonado la pasada selección ignominiosa de Pablo Neruda, estalinista ferviente y agente clandestino de la policía secreta soviética. Pero, al menos, ninguno de esos farsantes fatuos habría desacreditado la importancia de sus esfuerzos literarios.
Pinter, el George Galloway del Londres literario, tiene sus ojos puestos en cosas más grandes que el logro creativo. Conserva una personalidad teatral y ya no es una estrella del mundo del teatro. Es un Bushófobo patológico, cuyo odio a nuestro presidente sólo es superado por su repugnancia a Tony Blair. Pinter ha llamado a Blair "un idiota timado". (Con gentileza característica, la Oficina del Primer Ministro comentaba, "por supuesto que felicitamos a Harold Pinter por el reconocimiento que ha recibido"). Algunos de los medios describían el Nobel de Pinter como "sorprendente", pero los suecos reproducían en realidad el escándalo que perpetraron el año pasado cuando concedieron el premio a una oscura pornógrafa, Elfriede Jelinek, cuyo único reconocimiento para la fama fue su producción de un trabajo atacando la intervención norteamericana en Irak.
Esa deshonra provocó roces dentro de la propia academia de Estocolmo. Esta semana, Knut Ahnlund, miembro del una vez distinguido organismo, anunciaba furiosamente su dimisión, denunciando a la arpía austriaca con el urticante argumento de que sus compañeros académicos no habían leído en absoluto ninguno de los trabajos de ella.
Pero ¿por qué deberían? Ella, al igual que Harold Pinter, debe su Nobel a su posición en contra de la política exterior norteamericana. La propia Jelinek se ha dado prisa en alabar a los suecos por elegir a otro izquierdista como receptor del premio.
Quizá sea hora simplemente de ignorar, y olvidar, los Nobel.
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