Transcurrirá mucho tiempo hasta que la sociedad catalana se recupere de la confesión. En un verano de los años 90 le comenté que corría por Barcelona que su hijo Jordi cobraba comisiones. Me lo razonó y me dijo que todo el mundo lo hacía, pero que su hijo lo hacía mucho mejor, más rápido y con mejores resultados.
La confesión de Jordi Pujol el 25 de julio cayó como una losa sobre la sociedad catalana. De repente, nos dimos cuenta que los damnificados por tantos años de poder indiscutible, revalidado en las urnas, éramos mucho más numerosos de lo que sospechábamos.
Multitud de damnificados en los medios de comunicación, en la política, en las empresas, en la cultura. La idealización excesiva del líder atonta a su séquito. No es importante si la confesión, con dosis morales y de expiación añadidas, afecte o no al proceso que quiere llevar a cabo el gobierno catalán. Lo que cuenta es que hemos vivido más de una generación con una democracia de bajo nivel, corrupta en sus estructuras, mentirosa.
Transcurrirá mucho tiempo hasta que la sociedad catalana se recupere de la confesión. En un verano de los años 90 le comenté que corría por Barcelona que su hijo Jordi cobraba comisiones. Me lo razonó y me dijo que todo el mundo lo hacía, pero que su hijo lo hacía mucho mejor, más rápido y con mejores resultados.
En su extensa obra escrita figura escasamente la palabra libertad. Pujol no la consideraba prioritaria. Pudo pasar indemne de las irregularidades graves que ahora conocemos porque controlaba los medios de comunicación. La revista El Ciervo tiene el privilegio de que nunca se dobló a sus presiones. Me consta por lo que me decía Lorenzo Gomis en plena hegemonía pujolista.
El control de la palabra, de la voz y de la imagen. No esperaba que un tonto descuido en la ejecución del testamento de su padre Florenci le hiciera caer del pedestal de fango que se había construido.
Publicado en la Revista Ciervo y en el Blog de Foix
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