A raíz de la nueva encíclica del Papa, Delixet nos, surgen reflexiones que hacen a la filosofía y cuya omisión puede conducir a errores de peso, aunque las intenciones sean las mejores. A los efectos de disipar de entrada lo dicho, cito de Santo Tomás de Aquino en Suma teológica (Buenos Aires, Club de Lectores, vol. X, pág. 86 o para una referencia más técnica de esa obra 2da., 2da., XXVI, art. IV): “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a sí mismo que al prójimo”.
Este pensamiento del Doctor Angélico está en línea con Adam Smith, especialmente en su primera obra de 1759, La teoría de los sentimientos morales, donde concluye que “el interés personal es perfectamente compatible con la benevolencia” puesto que todos actuamos en nuestro interés personal, lo cual es una verdad de Perogrullo, ya que siempre el acto le interesa a quien actúa. Quien ama a otro es porque le produce satisfacción; el que se odia a sí mismo es incapaz de amar. De más está decir que hay acciones ruines y acciones virtuosas, pero en ambos casos aluden a quienes especulan con que estarán en una mejor situación después del acto respecto de la posición anterior. Las personas se definen por la calidad de sus intereses, la maldad y la bondad –aun en variadas dosis– son según las conductas de cada cual.
La ayuda al prójimo, la caridad, puede ser material o de apostolado y se traduce en el contexto de un acto voluntario realizado con recursos propios, sean estos crematísticos o transmisión de conocimientos para la alimentación espiritual. Las acciones coactivas que disponen por la fuerza del fruto del trabajo ajeno nunca son solidarias puesto que se trata de un atraco. En el lenguaje coloquial se suele hacer referencia a acciones desinteresadas para subrayar que no hay interés monetario, pero el interés subsiste. Estaba en interés de la madre Teresa el cuidado de los leprosos, está en interés de quien entrega su fortuna a los pobres la realización de esa transferencia, puesto que su estructura axiológica le señala que esa acción es prioritaria para su alegría. También está en interés del asaltante de un banco que el delito le salga bien, y también para el masoquista que goza con el sufrimiento, y así sucesivamente.
En el “amarás a tu prójimo como a ti mismo” la clave radica en el adverbio “como”. Hay solo tres posibilidades: que el amor sea igual, mayor o menor. Las dos primeras constituyen inconsistencias lógicas, por ende, se trata de la tercera posibilidad. En el primer caso, si fuera igual, no habría acción alguna, puesto que para que exista acción debe haber preferencia; la indiferencia, en este caso la equivalencia de objetivos, no permite ningún acto. Si en un desierto hay una persona muriéndose de sed y tiene una botella de agua a la derecha y otra a la izquierda y se mantiene indiferente, se muere de sed. Para no sucumbir debe preferir, esto es, inclinarse por una de las alternativas. Cuando alguien entra en un bar y manifiesta que quiere una bebida y el mozo le informa que tiene A y B y le pregunta qué prefiere, si la respuesta es que le da lo mismo, de hecho delega la decisión en quien atiende, pero si se mantiene indiferente sin endosar la decisión deberá abstenerse de beber.
En segundo lugar, si se sostuviera que el amor al prójimo es mayor que el amor propio, se estaría incurriendo en un sinsentido, puesto que, como queda dicho, el motor, la finalidad de la acción, la brújula, el mojón y el punto de referencia es el interés personal, lo cual define la acción, que, por ende, no puede ser menor que el medio a que se recurre para lograr ese cometido. En consecuencia, es siempre menor el amor al prójimo que a uno mismo. Esto incluso se aplica al que da la vida por un amigo: ese arrojo y esa decisión se llevan a cabo porque para quien entrega la vida por un amigo se asimilan al acto por él más valorado que cualquier otra acción posible.
A veces se confunden conceptos, porque aparecen problemas semánticos de envergadura. El interés personal no debe ser confundido con el egoísmo, ya que esta última expresión significa que el medio que le satisface al sujeto actuante no está nunca fuera de su propio ser. De este modo, no son concebibles para el egoísta la satisfacción y el bienestar de otros. El interés personal, sin embargo, abarca acciones cuyos medios para la satisfacción de quien actúa son también los otros o incluso principalmente otros. En este sentido, es pertinente recordar una reflexión de uno de los más destacados pensadores de la escuela escocesa del siglo XVIII, Adam Ferguson, quien en su History of Civil Society afirma: “Por su parte, el término benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios; apunta a aquellas cuyos deseos las mueven a generar el bienestar de otros”.
Otra expresión un tanto confusa y que además se traduce en una contradicción es la de altruismo, si se la define con el ingrediente que señala el diccionario de la Real Academia Española en cuanto a que consiste en la “complacencia en el bien ajeno aun a costa del propio”, materia que han explorado filósofos de fuste en distintas ocasiones. Hacer el bien a costa del propio bien hemos visto que resulta en un imposible, puesto que quien hace el bien es porque prefiere esa conducta, es porque le hace bien, es porque le interesa proceder en esa dirección.
También es de gran importancia no confundir la autoestima con el narcisismo. La primera es esencial para actualizar las potencialidades de cada uno, es fundamental para construir la personalidad y para saber evaluar lo que puedan hacer o decir los demás, es vital para tener el valor de escuchar la propia conciencia y, consecuentemente, para la honestidad intelectual.
En esta línea argumental, Erich Fromm escribe en Man for Himself. An Inquiry into the Psychology of Ethics: “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo, sino en la idea de que la virtud moral no equivale al interés personal […] el valor supremo de la ética humanista no es la renuncia a sí mismo, sino el amor propio; no la negación del individuo, sino su afirmación”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma. Es como ha escrito en Ser sí mismo el padre Dr. Ismael Quiles frente a la sandez de renunciar a uno mismo: “Ser para no ser nada es una contradicción sin significado alguno”, lo cual recuerda ese otro absurdo de afirmar que no hay que juzgar, como si eso no fuera un juicio.
Desafortunadamente a veces se confunde el narcisismo con el individualismo, ya que este último término significa ni más ni menos el respeto a las autonomías de las personas y para nada el aislacionismo; por el contrario, suscribe con entusiasmo la cooperación libre y voluntaria entre las personas. En cambio, son los socialismos o los llamados comunitarismos colectivistas los que son aislacionistas al trabar cada vínculo entre quienes cooperan entre sí libre y voluntariamente, ajenos a las infinitas intervenciones de los aparatos estatales entre partes que actúan de modo legítimo. Debatir estos temas ayuda a despejar telarañas mentales.