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Biden no debe aspirar en el 2024 

“…separándose de la próxima competencia electoral por su avanzada edad, tendría una consecuencia imprevista: probablemente, jubilaría de paso a Donald Trump,…”

El presidente Joe Biden le pidió disculpas a un joven periodista a quien había maltratado de palabra públicamente. Lo llamó por teléfono y le explicó que no era una cuestión personal. Eso está muy bien. La humildad de los líderes y la petición de excusas deberían ser obligatorias. A Biden le dejaron un micrófono abierto y se oyó claramente lo que decía. Una de las reglas de los políticos es vigilar los micrófonos. Otra debiera ser no insultar a nadie, y mucho menos a un periodista que le hace una pregunta, aunque sea capciosa.

El 20 de enero se cumplió un año de que Biden empezó a gobernar. NBC publicó una encuesta bipartidista en la que el presidente no sale bien colocado. No es Fox, a la que se le atribuye una actitud trumpista. No se trata de opiniones, sino de datos informativos. Seis de cada diez personas desaprueban la forma en que gobierna. El conjunto de la sociedad estadounidense ni siquiera aprueba el manejo de la pandemia del coronavirus, pese a que era el caballo de batalla de Biden. El 53% lo desaprueba frente a un 44 % que lo respalda.

Se dirá, y es cierto, que es muy difícil gobernar en una democracia que cuenta con 330 millones de personas entre las que prevalece cierto grado de “libertarianismo”, pero eso no explica el descalabro de la encuesta. En 30 años en que se viene midiendo la idoneidad para el cargo a los doce meses de gobierno, sólo un presidente salió peor que él, pese a sus bravuconadas: Donald Trump. En efecto, Biden bajó 10 puntos: de 53 a 43%, pero Trump, al año de estar en el poder, apenas tenía 39% de apoyo popular, y en ese momento ni siquiera estaba acusado de “insurrección”. Eso vino mucho después.

McLaughlin y Asociados, una firma de abogados prestigiosos, con más de cien clientes en el mundo de las grandes corporaciones norteamericanas, a las cuales les procura las mejores estrategias posibles, realizó una encuesta sobre las elecciones del 2024, con una hipotética revancha entre Donald Trump y Joe Biden. Encontró que, pese a que Biden le había ganado a Trump por más de siete millones de votos en el 2020, perdería por un 5% en el 2024.

¿Por qué? Por la inflación, por el precio de la gasolina, por la precipitada salida de Afganistán que tanto recordaba a Vietnam, por el desabastecimiento parcial de los supermercados (como consecuencia de los camioneros y la pandemia). Y porque, hasta cierto punto, pese a no tener ningún asidero en la realidad, ha funcionado la campaña que presenta a Joe Biden como un anciano decrépito que no sabe lo que dice o hace.

No hay en Biden el menor signo demencia senil. No tiene cambios de conducta significativos. No oye voces ni tiene visiones raras. Camina erguido. No olvida nada realmente importante. Olvida, sí, algunos nombres, pero eso le sucede a cualquier persona que se aproxime a los 80. Lo sé porque tengo la edad de Biden. Él nació unos meses antes, en noviembre de 1942. A principios de abril cumpliré 79 años.

La edad es muy importante. En el 2024 Biden tendrá 82 años. No tiene sentido aspirar a otro mandato. Ya le hizo un gran servicio a Estados Unidos quitándole de encima a otro anciano mucho más dañino, a Donald Trump, una persona empeñada en mentir descaradamente sobre el supuesto fraude electoral que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca, a sabiendas de que el embuste le quedaría como anillo al dedo a los enemigos de Estados Unidos.

Incluso, el gesto de persona sensata de Joe Biden, separándose de la próxima competencia electoral por su avanzada edad, tendría una consecuencia imprevista: probablemente, jubilaría de paso a Donald Trump, porque los electores sacarían la misma cuenta, haciéndole el mayor y el mejor servicio a su patria. Es inconcebible que en un país de 330 millones de habitantes los electores tengan que elegir entre dos octogenarios.

La apertura de primarias en los dos partidos le traería al país una bocanada de aire fresco. En el Demócrata no necesariamente sería la VP Kamala Harris quien gane la candidatura, aunque aspiraría, y en el Republicano no sería quien designara Donald Trump, especialmente por la tensa situación creada entre el expresidente y Ron De Santis, un abogado graduado en Harvard, gobernador de Florida, y presuntamente su discípulo. La crisis entre los dos líderes republicanos fue revelada por el periódico The Hill.

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