América, Economía y Sociedad

La Carambola del médico Villar Cataldo

El luctuoso evento en el que se vio involucrado el médico Villar Cataldo, produjo una avalancha de voces de apoyo y algunas que defendían el derecho a la vida (del delincuente) por sobre el derecho de propiedad.


La Declaración de los Derechos Humanos dice, en su artículo 3 que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” y en el 17 aclara “nadie será privado arbitrariamente de su propiedad”.
 
Por lo tanto, la vida, la libertad, la seguridad y la propiedad privada, son derechos humanos y los delincuentes violan esos derechos humanos.

Ayn Rand decía que: “el derecho a la vida es la fuente de todos los derechos, y el derecho a la propiedad es su única implementación. Sin derechos de propiedad ningún otro derecho es posible. Dado que el hombre tiene que mantener su vida por su propio esfuerzo, el hombre que no tiene derecho al producto de su esfuerzo no tiene medios para sostener su vida”.
 
Llevado al extremo, para entenderlo, si un ladrón me roba la comida todos los días y no lo detienen o no lo detengo, muero de hambre. Mi comida es mi propiedad, sin ella no vivo; luego mi propiedad es equivalente a mi vida.
“La consecuencia necesaria del derecho del hombre a la vida es su derecho a defenderse. En una sociedad civilizada, la fuerza puede ser utilizada sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. Todas las razones que hacen que el inicio de la fuerza física sea una maldad, hacen que el uso de la fuerza física como represalia en defensa propia sea un imperativo moral”.
 
Nadie, creo, discute el derecho a la legitima defensa (¿existe defensa no legítima?), la discusión pasa por si debe o no haber un límite en su uso.

García Zavalía, sostiene que "el hombre que se defiende no se encuentra en la situación del juez en su gabinete, de poder apreciar con exactitud el peligro del ataque y la naturaleza de los medios que se le deben oponer. Su ánimo se encuentra forzosamente turbado por el temor, por la exaltación propia de quien lucha y, por lo tanto, se hace muy difícil no exagerar el peligro y los medios empleados".

Los ciudadanos de a pie, las personas que trabajan, que producen, son amantes de la vida y la libertad; con su trabajo (productos o servicios) ayudan a las personas a mantenerse vivas y a tener la mejor calidad de vida posible. Las personas que trabajan no están acostumbradas a la violencia de un asalto, saben cómo ser útiles a sus vecinos, no saben cómo ser violentos.

¿Y por qué habrían de saber cómo ser violentos si el estado, en teoría, los defiende? Simple, deben saberlo, no porque se sientan desprotegidos, sino porque ESTAN desprotegidos.
 
¿Qué porcentaje de las cosas robadas son recuperadas por sus dueños? ¿Qué porcentaje de ladrones son detenidos? ¿Qué porcentaje de ellos son condenados? ¿Cuántos cumplen efectivamente las condenas y cuantos reinciden al salir?
 
La influencia que ejerció el Dr. Zaffaroni (¿será de zafar?) y su garantismo, ya presente desde el gobierno de Alfonsín donde fue director del programa de sistemas penales y derechos humanos del instituto interamericano de derechos humanos y asesor del senado de la nación para la reforma del código penal, nos ha llevado al extremo que hoy padecemos.
 
Antes, los ladrones esperaban a que la casa estuviese desocupada para entrar; ahora ingresan cuando están los dueños; ¿es accidental? no. Como los riesgos son los mismos y pueden obtener más botín, incluso más rápido y con menos esfuerzo; arma en mano invaden nuestras casas y nuestras vidas.

Ayn Rand también nos recuerda que “Si alguna sociedad “pacifista” renunciara al uso de la fuerza como represalia, se volvería impotente y quedaría a merced del primer delincuente que decidiese ser inmoral. Tal sociedad lograría lo opuesto a su intención: en vez de abolir el mal, lo fomentaría y lo recompensaría”.
 
Tenemos que encerrarnos tras las rejas, colocar alarmas, pagar seguridad barrial, pagar seguro de vida, seguro del auto, seguro de la casa, evitar que nuestros hijos anden solos por la calle, desistir de salir de noche, no utilizar nuestros celulares en la calle, abrazar nuestras mochilas, bolsos o carteras cuando caminamos y esconderlas en el baúl en nuestros autos.

Todo esto es consecuencia de la subversión de valores, del relativismo moral y de la satanización de quienes defendemos al individuo, ideas que el posmodernismo ha impuesto en la conciencia de la mayoría.
 
Las consideraciones especiales para con los delincuentes tienen mucho que ver con la corrupción en el gobierno, con los impuestos que ahogan a los que trabajan, con los subsidios indiscriminados, con las usurpaciones de terrenos y con tantas otras cosas que se basan en los principios posmodernistas antedichos. Todo esto responde a la misma lógica.
 
Karl Popper decía que “debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”, los delincuentes son los intolerantes.

La batalla cultural se ha desatado hace más de 30 años; quienes creemos en la paz y en la convivencia en armonía, recién ahora nos hemos dado cuenta de ello. Tenemos un largo camino por delante para recuperar el terreno perdido, ¡basta de retroceder!
 

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