La ley islámica espera mucho de los musulmanes; ¿con qué éxito satisfacen sus mandamientos?
Scheherazade S. Rejmán y Hossein Askari, dos profesores de la Universidad de Georgetown, brindan una respuesta en el artículo publicado en 2010 "¿Cómo son de islámicos los países musulmanes?" En él, presentan los pilares de la práctica confesional islámica y a continuación ponen números a la validez con la que se ponen en práctica en 208 territorios y países. Ellos postulan cuatro selectivos independientes (economía, gestión pública y ordenamiento jurídico, derechos humanos y políticos, relaciones internacionales); a continuación los combinan en un único índice selectivo total, al que bautizan como Índice de Islamicidad.
Sorprendentemente quizá, los diez países que encabezan la lista de Islamicidad resultan ser, de mayor a menor, Nueva Zelanda, Luxemburgo, Irlanda, Islandia, Finlandia, Dinamarca, Canadá, el Reino Unido, Australia y los Países Bajos. Los diez a la cola son la isla de Mayotte, Cisjordania y Gaza, Somalia, Isla de Man, Eritrea, Sudán, las Islas del Canal, Irak, las Comoras y Angola. Dicho en plata, ninguno de los diez países "islámicos" que encabezan la lista tiene una población de mayoría musulmana, pero en siete de los diez últimos, un mínimo de la mitad de la población es musulmana.
Malasia, un país de mayoría musulmana ajustada, ocupa la posición más elevada en la lista, en el puesto 38 por orden de relevancia. Kuwáit, exportador de crudo fabulosamente rico, ocupa la posición más elevada de los países de mayoría íntegramente musulmana, en el puesto 48. Jordania ocupa la posición más elevada de los países de mayoría musulmana sin riqueza petrolera, en el puesto 77.
Examinando a los 57 miembros de la Organización de Cooperación Islámica (OIC) como muestra (y pasando por alto el tamaño de la población, para que las Maldivas tengan la misma relevancia con 300.000 habitantes que Indonesia con 237 millones de habitantes), su valoración combinada les sitúa en el puesto 139, decididamente por debajo de la cota intermedia del puesto 104 (es decir, a medio camino entre los 208 países sondeados). En otras palabras, según este estudio, el mundo entero viene a respetar los preceptos islámicos mejor que los países de mayoría musulmana.
El verdadero cómputo de la posición musulmana estará probablemente bastante por debajo del puesto 139, por
motivos técnicos y estadísticos en parte, y en parte porque el estudio se dio a conocer en el año 2010, mucho antes de perder el control el primer ministro turco y de comenzar los levantamientos árabes: Turquía ocupa una posición relativamente elevada en el puesto 103, Mali ocupa el puesto 130 y Siria, el 186; su presente valoración les situaría muy por debajo en la escala de Islamicidad. Combinando estos factores, yo calculo que el cómputo combinado real hoy de los musulmanes les situaría en el puesto 175.
El Selectivo de Islamicidad pone cifras útiles a mi teoría en dos partes (presentada en libros publicados hace más de 30 años acerca de
los esclavos castrenses y
el islam en la vida pública) relativa al islam y la política: (1) Los rigores del islam son de forma inherente demasiado difíciles de cumplir para los gobernantes musulmanes, cosa que aliena a las poblaciones musulmanas de sus gobiernos, genera una enorme brecha entre gobernantes y gobernados y conduce a los autócratas avarientos que desprecian los intereses de sus súbditos. (2) Agravando este problema, desde el 1800 más o menos, los musulmanes han advertido que
se quedan rezagados con respecto a los no musulmanes en casi todas las esferas de la actividad humana, lo que provoca síntomas como desesperación, demencia, conspirativismo e islamismo.
Preguntado por mi tesis, Askari discrepa. En una misiva que me remite, él culpa a "líderes religiosos oportunistas" que "manipulan las enseñanzas islámicas y han secuestrado la religión en su propio interés personal". Su avaricia santifica a "gobernantes corruptos y opresores que frustran la gestación de instituciones eficaces", sostiene. Por último, las potencias imperiales y coloniales "han explotado esta tesitura en su propio beneficio". En otras palabras, él distingue una tríada lesiva de fuerzas occidentales, políticas y religiosas que generarían un ciclo violento que obstaculiza el avance.
Mi respuesta: Cuando se presenta el fracaso indiscutible de un ideal noble en apariencia (el Comunismo, la ley islámica), sus fieles achacan de forma instintiva el fracaso al fallo humano antes que a los ideales; hay que intentarlo con más ganas, hay que hacerlo mejor. En un momento dado, sin embargo, cuando el objetivo no se hace realidad nunca, culpar a esos mismos ideales pasa a ser algo lógico e imprescindible. Catorce siglos de fracaso deberían ser experimento más que sobradamente integral.
Fíjese en el caso concreto de Arabia Saudí: Si la vigencia de la doctrina wahabí durante dos siglos y medio, un gobierno estable con el control de Medina y la Meca durante casi un siglo y riquezas inmerecidas más allá de los sueños de codicia todavía dejan al país en el miserable puesto 131, ¿cómo va una sociedad cualquiera a alcanzar los ideales islámicos?
Askari culpa a los musulmanes; yo culpo al islam. Esta diferencia reviste implicaciones importantísimas. Si los musulmanes son el culpable, a los fieles no les queda otra que seguir tratando de satisfacer los mandamientos islámicos, como llevan intentándolo más de mil años. Si el problema es el islam, la solución reside en la reconsideración de las interpretaciones tradicionales de la confesión y la reinterpretación de las mismas, de forma que conduzcan a un estilo de vida fructífero. Esa empresa empezaría por realizar una visita exploratoria a Nueva Zelanda.
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