En materia del Acuerdo nuclear con Irán, los resultados contradictorios del presente no distan mucho del momento en que se dio a conocer su nacimiento. Suscripto y gestionado en los días de la administración del ex-presidente Barack Obama y conocido como “Plan de Acción Integral Conjunto” (JCPOA por sus siglas en inglés) continúa siendo sometido a distintas evaluaciones que no encuentran puntos de coincidencias con su finalidad; lo que indefectiblemente muestra que los resultados esperados no han alcanzado los objetivos delineados por sus signatarios.
Aquellos que apoyaron el Acuerdo sostienen que la letra y el espíritu del mismo anula toda opción de la República Islámica a la obtención de una ojiva que pueda dar lugar a ensamblar una bomba nuclear. No obstante, quienes que se expresan en oposición, afirman que el Acuerdo pavimenta el camino a la capacidad nuclear-militar iraní.
El hecho es que según el propio Irán el umbral para la obtención de su arma se encuentra cercano a través del trabajo de su propia estructura nuclear, la que fue construida de forma controversial pero garantizada y despenalizada por el propio Acuerdo firmado por el presidente Obama. Sin embargo, hay que considerar que entre las distintas afirmaciones favorables al Acuerdo y las controversias planteadas por sus detractores hay posiciones que lo ubican en un contexto ampliado en materia del control internacional de armas. Por ejemplo, la ex-Representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, siempre que habló del Acuerdo se refirió a el como “una herramienta jurídica vital para la seguridad global y la no proliferación”.
Aun así, finalizada su gestión, la posición de Mogherini mostró varias inconsistencias que han sido criticadas por el presidente francés Emmanuel Macron y más agudamente por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien declaró a la prensa internacional del peligro y advirtió a la dirigencia occidental que en los términos que estaba redactado y acordado originalmente el JCPOA, sería el punto de partida hacia una peligrosa carrera nuclear regional. El argumento esgrimido por Netayahu fue catalogado como simplista por varios dirigentes europeos socialdemócratas que mostraron su desacuerdo en referencia a que los vecinos sunitas de Teherán solicitarían ayuda a las potencias occidentales para alcanzar las mismas capacidades nucleares que el Acuerdo otorgo a Irán para sus sistemas de armas.
No obstante, ni Netanyahu ni el presidente Trump estaban equivocados cuando avisaban que los progresos de Teherán estimularían el temor y la busqueda de capacidad nuclear de sus vecinos árabes regionales. El reciente pedido de cooperación y la demanda de asistencia del Reino Saudita a Washington para comenzar con el enriquecimiento de uranio y otros elementos para la producción de combustible nuclear es una prueba palmaria y reciente de que “la carrera armamentista nuclear ha comenzado en Oriente Medio”, tal como lo adelanto en 2015 el primer ministro israeli y el propio ex-presidente Trump al dejar sin efecto el Acuerdo durante su administración.
El dilema actual es que un grupo de asesores del presidente Biden aconsejó al jefe de la Casa Blanca que si Estados Unidos no toma una decisión firme sobre el Acuerdo -al que dan pocas chances de mantenerse vigente- y si Washington no actúa rápidamente, el mapa de futuros conflictos regionales que Estados Unidos percibe en Oriente Medio, inexorablemente tendrá un componente nuclear lo cual configuraría un grave amenaza para la seguridad regional e internacional.
La posición de Arabia Saudita muestra que sus planes no se detendrán fácilmente en la medida que un Irán nuclear configure una amenaza concreta a su propia supervivencia y a la de sus socios sunitas del Golfo. La insistencia de Riad en el enriquecimiento de uranio no es de ahora, comenzó con la perfección y la firma del JCPOA y tiene por objeto igualar la capacidad de Irán para producir y disparar ojivas nucleares ensambladas en sus sistemas de misiles de última generación.
El problema actual que puede afectar las relaciones entre Washington y Riad es que si los saudíes creen que no contaran con la cooperación estadounidense para sus planes nucleares, no descartan continuar con el proyecto que iniciaron en agosto de 2020 con ayuda de China para procesar uranio enriquecido. El proyecto de construcción de las instalaciones sauditas con asesoramiento chino fue dado a conocer públicamente entre noviembre y diciembre de 2021 -casi un año después de iniciado- y lo hizo The Wall Street Journal al revelar que el Reino comenzó a producir sus propios misiles balísticos con ayuda de Beijing. Cuando la publicación tomó estado público, la administración Biden no tuvo más opción que reconocer que disponía de informes de inteligencia creíbles que eso estaba sucediendo.
El interrogante y los temores de la comunidad internacional sobre la posición de la administración estadounidense es si el presidente Biden, aún sin ser su objetivo no está estimulando e incentivando la potencial nuclearización regional dado su conocido pensamiento en minimizar la amenaza nuclear iraní, al tiempo que está acotando en exceso su respuesta a las violaciones nucleares de Teherán junto a otras provocaciones hacia los aliados estadounidenses en la región. Por otra parte, algunos funcionarios saudíes consideran que no gozan de buena relación con el presidente Biden o al menos de la relación que desearían tener con Washington y fundamentan esa creencia en que no han recibido gestos amistosos y positivos de parte del inquilino del Salón Oval al momento de manifestar sus inquietudes de seguridad ante el avance nuclear iraní.
Este escenario puede modificarse si Joe Biden manifestara públicamente su voluntad por detener la carrera armamentista nuclear en Oriente Medio y ello no es complejo, solo demanda aspectos de un liderazgo claro de Estados Unidos que debería darse en el marco de un verdadero control que limite el avance del programa nuclear de Irán; para ello, Washington debería coordinar su trabajo con sus socios europeos poniendo énfasis en la observancia de lo dispuesto en el JCPOA, algo que hoy no está ocurriendo según la visión de varias cancillerías sunitas del Golfo.
Los árabes del Golfo esperan que Washington lidere una acción que combine presiones económicas, diplomáticas y militares para que las obligaciones asumidas por todas las partes en el Acuerdo se cumplan. También esperan que la administración exprese de forma contundente que Estados Unidos está dispuesto, es capaz y que se encuentra absolutamente comprometido en resolver el problema que plantea la proliferación nuclear, incluso utilizando la fuerza de ser necesario frente a quienes violen los acuerdos suscriptos. No obstante, el camino elegido por la administración Biden ha sido el dialogo diplomático y se ha mostrado contraria a plantear otras opciones, entre ellas la opción militar que es reclamada por los países del Golfo, quienes consideran que sin presión militar estadounidense concreta, nunca será posible una solución diplomática genuina del problema nuclear con Irán, lo que generaría indefectiblemente una carrera nuclear entre sus vecinos regionales.
No hay duda que Washington y Riad tienen diferencias por zanjar. Pero no hay elementos que muestren como el presidente Biden piensa abordarlas para resolverlas sin perder como socios a los saudíes a manos de China. El presidente podría continuar apaciguando a Irán y condenando al ostracismo a los saudíes, pero si hiciera eso, corre el riesgo de perder importantes aliados en el Golfo, quienes por su propia seguridad se alinearan detrás de las decisiones sauditas cercanas a China. De allí la importancia en que el primer mandatario estadounidense debería involucrar y calmar las fundadas inquietudes de Arabia Saudita y sus vecinos con una postura inequívocamente firme contra la manipulación nuclear que Irán ha estado haciendo con el Acuerdo original. Así, Biden estaría mostrando un gesto del compromiso estadounidense con la seguridad y la estabilidad de Oriente Medio y que Washington está en la busqueda de una solución al problema nuclear que resuelva un problema heredado del ex-presidente Barack Obama. En la visión saudita no hay otra manera de controlar y limitar definitivamente la peligrosa carrera nuclear que inició el JCPOA en una región que, antes de él ya era un polvorín, pero que si se agrava puede ser letal para el resto de la comunidad internacional.