Política

Es hora de parar a Robert Mugabe

La semana pasada, el pueblo de Zimbabwe se dirigió a las urnas. Como en ocasiones previas, las elecciones no fueron ni libres ni justas. A lo largo de los últimos cinco años, el régimen despótico de Robert Mugabe ha fortalecido su control sobre el país y sobre una oposición demacrada. Viendo el deterioro en Zimbabwe, la administración de Bush tomó la posición de denominar a Zimbabwe uno de las “avances tiránicos del mundo”.

DEMOCRACIA
¿Podrán los líderes de África declarar lo mismo?

Han pasado cinco años
desde que Zimbabwe se embarcó en el camino hacia la ausencia de ley y el
desastre económico. Habiendo robado las elecciones parlamentarias del 2000 y las
elecciones presidenciales del 2002, Mugabe y su partido ZANU-PF procedieron a
llenar las cortes con simpatizantes del gobierno, drásticamente negar la
libertad de expresión y de asociación, y silenciar la prensa independiente y las
organizaciones no gubernamentales. Miembros del Movimiento para el Cambio
Democrático de la oposición han sido perseguidos y, en algunos casos,
asesinados. Un sinnúmero de ciudadanos de Zimbabwe han sido encarcelados,
violados, y torturados por la policía secreta de Mugabe y por milicias
juveniles, pero los culpables nunca son traídos ante la justicia.

La
expropiación equivocada de agricultores comerciales, la cual acompañó el colapso
del estado de derecho, causó un declive rápido de la economía. Hoy, Zimbabwe
tiene el honor dudoso de ser la economía que se está encogiendo al paso más
rápido del mundo. Algunas estadísticas muy conocidas proveen una idea de lo que
es la vida en el Zimbabwe de Mugabe.

Entre 1999 y el 2003, la economía
se ha contraído por un 30 por ciento. ·La tasa de desempleo fue de un 80 por
ciento para la población económicamente activa en el 2004. ·El ingreso por
cabeza fue más bajo en el 2004 de lo que fue en 1980—el año en que Mugabe entró
al poder. ·La expectativa de vida cayó de 56 años en 1985 a 33 años en el 2003.
·Luego de subir a 500 por ciento en el 2004, la inflación de tres dígitos
continuó en el 2005. ·La inversión directa extranjera y el turismo colapsaron.
·En enero del 2005, más de la mitad de la población de Zimbabwe necesitaba
donaciones de comida. ·De una población de 12 millones, entre 3 y 4 millones de
ciudadanos han emigrado al extranjero.

Desafortunadamente, la comunidad
internacional está dividida con respecto a como tratar con Zimbabwe. La ONU, la
cual ha ignorado las condiciones deterioradas en Zimbabwe, ha invitado a Mugabe
para que se presente ante la sesión 59 de la Asamblea General de la ONU. En un
acto de un cinismo impresionante, Zimbabwe fue re-elegido para la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU en el 2005. Ahí la delegación de Zimbabwe se unirá a
los defensores ardientes del buen gobierno como China, Cuba, Togo, Swaziland,
Sudan, y Arabia Saudita.

La Unión Africana se demoró tres años para
presentar un reporte crítico de la manera en que Mugabe condujo las elecciones
presidenciales del 2002, pero no sugirió medidas punitivas. La Comunidad
Sudafricana de Desarrollo (SADC, por sus siglas en inglés), una organización
inter-gubernamental extensamente dedicada al buen gobierno en Sudáfrica, ha sido
tímida en sus mejores momentos. El Presidente Thabo Mbeki de Sudáfrica, cuyas
opiniones tienen la mayor importancia dentro de la organización, ha dicho
recientemente que el no veía razón alguna para pensar que “cualquiera en
Zimbabwe actuará de una manera que atente contra la libertad y justicia de las
elecciones”. Esa aseveración niega toda la evidencia existente como también
todos los criticismos previos del gobierno de Zimbabwe por el anterior
presidente Sudafricano Nelson Mandela y por el Arzobispo Anglicano Desmond Tutu.


Por otro lado, el gobierno estadounidense y los miembros de la Unión
Europea se mantuvieron unidos al imponer “sanciones inteligentes” a Mugabe y sus
secuaces. Similarmente, el gobierno Inglés persistió en criticar el record de
derechos humanos de Mugabe, lo cual causó la salida de Zimbabwe de la
Mancomunidad Británica de Naciones en el 2003. Pero las prohibiciones de viajes,
nacionalización de bienes extranjeros, y amenazas a la membresía de las
organizaciones internacionales ocurren tan rara vez que es difícil que acaben
con el despotismo.

Pero hay un poco de esperanza. Cuando el dictador de
Togo de 38 años en el poder, Gnassingbe Eyadema, murió a principios de este año,
los militares ignoraron la constitución togolesa y pusieron en el poder a su
hijo, Faure. La Comunidad Económica de los Estados Africanos del Oeste (ECOWAS,
por sus siglas en inglés) lideró la oposición a este golpe de estado y forzó a
los militares a aceptar elecciones democráticas tempranas.

Cuando África
del Oeste ha sido el ejemplo, Sudáfrica ha sido sabia en seguir ese ejemplo. Los
estados miembros de SADC necesitan entender que su aceptación tácita de la
dictadura de Mugabe es un mal reflejo de ellos. Hace una parodia del ideal de
Thabo Mbeki para África—la Nueva Sociedad para el Desarrollo de África (NEPAD,
por sus siglas en inglés). NEPAD promete mejorar el record de derechos humanos y
de transparencia a cambio de ayuda externa e inversiones. Ha llegado la hora de
que los líderes africanos cumplan sus promesas.

Marian L. Tupy es
Director Adjunto del Proyecto sobre la Libertad Económica Global del Cato
Institute.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.

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