Política

Europa pone trabas al desarrollo

…durante la Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible 2002 en Johannesburgo, Sudáfrica. Los países pobres unieron fuerzas contra los intentos de la UE, grupos ambientalistas y sindicatos, por restringir el crecimiento económico en el mundo subdesarrollado…


Antes de dejar su cargo como comisionado comercial de la Unión Europea (UE) a
finales del mes pasado, Pascal Lamy propuso abrir los mercados europeos a las
importaciones desde países subdesarrollados. Sonaba bien, pero tal medida viene
con condiciones: sólo aquellos países que adoptan 27 convenciones
internacionales sobre desarrollo sostenible y estándares laborales y ambientales
serán considerados merecedores a un mayor acceso al mercado común europeo.


La propuesta de Lamy es un táctica negociadora para separar a los países
pequeños de miembros más poderosos del bloque en desarrollo, como India, Brasil,
y Sudáfrica, que han puesto resistencia a los países ricos. Es un chantaje que,
de prosperar, socavaría las economías del mundo subdesarrollado e impediría a
millones de personas escapar de la pobreza.


Por décadas, economistas especializados en desarrollo apoyaron un incremento
en el comercio entre países ricos y pobres como la mejor manera de combatir la
pobreza en el mundo subdesarrollado. La evidencia empírica sugiere que la gente
en países que están más integrados con el resto del mundo goza de estándares de
vida más altos. Según el Informe Anual de Libertad Económica en el
Mundo
del Fraser Institute, el PIB per cápita en el quintil de países con
el comercio más restrictivo era de solo $1,883 en el 2002. Sin embargo, el PIB
per cápita en el 2002, del quintil de países con el comercio más libre era de
$23,938.


Los beneficios del libre comercio no han sido siempre apreciados. Después de
la segunda guerra mundial, la mayoría de los países subdesarrollados trataron de
lograr la prosperidad a través del proteccionismo. Las importaciones eran vistas
como un obstáculo a la formación de capital, la cuál se consideraba un
prerrequisito para el desarrollo económico. En cambio, los países
subdesarrollados trataron de usar asistencia intergubernamental para estimular
el crecimiento económico. Ese enfoque no funcionó. Muchos países pobres, hoy en
día, están altamente endeudados pero continúan subdesarrollados. No es de
sorprender que el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, declarase durante su
visita a Washington en el 2003, “No quiero asistencia, quiero comercio. La
asistencia no transforma sociedades”.


Con certeza, los países subdesarrollados tienen un largo camino por recorrer
para liberalizar sus regímenes comerciales. El arancel promedio en el mundo
subdesarrollado era de 12.7 por ciento en el 2001. El grupo de países
subdesarrollados más pobre, las llamadas naciones de bajos ingresos, mantenían
aranceles promedios de 14.8 por ciento. En comparación, países de la
Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) con altos
ingresos tenían un promedio arancelario del 3.7 por ciento. Aún así, la mayoría
de observadores concuerda que los países desarrollados pueden hacer más para
acabar con la pobreza en el mundo subdesarrollado: por ejemplo, pueden abrirse a
las exportaciones del mundo subdesarrollado. El problema es que la
liberalización comercial en países ricos es frecuentemente condicionada a la
aceptación ¾ por parte de los países pobres ¾ de regulaciones ambientales y
laborales perjudiciales para la competitividad y el crecimiento económico.


El autor sueco Johan Norberg señala que la revolución industrial europea no
tenía que contentarse con regulaciones ambientales y laborales rigurosas. No
obstante, luego que Europa se desarrolló y el estándar de vida subió, mucha
gente estuvo dispuesta a pagar una prima por bienes comerciales que se producían
en una manera ambientalmente amigable. El incremento de eficiencia en la
producción y al mismo tiempo la reducción de desperdicios, contribuyó a una
mejor calidad del medio ambiente. Pero, como Norberg explica, “la calidad
ambiental probablemente no sea una prioridad máxima para personas que no saben
de donde viene su siguiente comida”.


Ese es exactamente la clase de sentimiento que observé durante la Cumbre
Mundial de Desarrollo Sostenible 2002 en Johannesburgo, Sudáfrica. Los países
pobres unieron fuerzas contra los intentos de la UE, grupos ambientalistas y
sindicatos, por restringir el crecimiento económico en el mundo subdesarrollado.
Ellos reconocieron que lo que sus pobres ciudadanos desdichados necesitan es
energía barata más que energía renovable. También entendieron que trabajos no
ideales eran mejores que ningún trabajo.


El fracaso de la UE por avanzar su agenda por medio de negociaciones
multilaterales, tales como la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible, probó
ser solo un revés temporal. La UE ha decidido usar negociaciones bilaterales
para ganar concesiones de países pobres. En tales negociaciones, la UE ofrece
acceso libre de aranceles a 7,200 productos de los países más pobres del mundo.
A cambio, esos países tienen que firmar el protocolo de Kyoto sobre
calentamiento global, el protocolo de Cartagena sobre productos genéticamente
modificados, y una plétora de acuerdos internacionales laborales. La adherencia
de países pobres a estos tratados desacelerará el crecimiento económico en el
mundo subdesarrollado.


Los países subdesarrollados deben seguir reformas domésticas que impulsen el
crecimiento y liberalizarse sin importar lo que haga la UE. La mayor apertura
económica resultará en mayor productividad, que compensará con creces los ya
bajos aranceles externos que la UE impone sobre las importaciones extranjeras.
En otras palabras, no hay una razón convincente por la cual los escandalosos
intentos de la UE por avanzar su agenda proteccionista en países débiles y
pobres, no deba ser rechazada.


 



Marian L. Tupy es Director Adjunto del Proyecto sobre la Libertad
Económica Global del Cato Institute.


Traducido por Augusto Ballester para Cato
Institute.

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