Política

Zimbabwe y su burocracia

Marian L. Tupy
A veces hasta el observador más pesimista de África se ve forzado a admitir estar sorprendido de qué tan bajo un régimen africano ha caído en el trato hacia su propia gente. El último capítulo en la trágica historia que es el Zimbabwe de Robert Mugabe tiene todos los ingredientes usuales: incompetencia, crueldad, ambición, y mentiras descaradas.

El colapso de la economía en Zimbabwe ha sido tan empobrecedor que las mujeres de Zimbabwe ya no pueden comprarse hasta los productos de higiene más básicos. Los substitutos pobres derivan en infecciones que pueden ser fatales en un país donde la atención médica ha colapsado. Los donantes internacionales han tratado de proveer ayuda, pero ellos han encontrado un gran obstáculo: la oficialidad de Zimbabwe.

En el 2000, Mugabe se embarcó en un camino que ha llevado a la economía de su país a las ruinas. Al expropiar a los agricultores de Zimbabwe, él destruyó la auto-suficiencia alimenticia del país. La hambruna abunda en las áreas rurales, a pesar de los esfuerzos de las agencias de desarrollo internacional. La erosión de la propiedad privada por parte del Sr. Mugabe en la agricultura ha socavado otros sectores de la economía, tales como los de manufacturas y de servicios financieros.

Con la producción del sector privado cayendo rápidamente, Zimbabwe ya no puede vender suficientes bienes en el exterior para ganar la moneda extranjera que necesita. Muchos de los ítems importados, incluyendo el gas, se han convertido casi imposibles de conseguir. El gobierno también ha perdido gran parte de sus ingresos para pagar los salarios del sector público. Por lo tanto ha recurrido a la impresión de dinero. La inflación ha escalado a 600 por ciento, y los doctores, enfermeras, abogados y empresarios están huyendo en manadas. Más de 2 millones de zimbabweanos han hallado un hogar nuevo en Sudáfrica solamente.

Una de los más mundanos, pero reveladores, ejemplos de la pobreza en el país es el hecho de que aún las necesidades diarias más básicas, tales como las toallas sanitarias femeninas, se han convertido en un lujo que muchas mujeres de Zimbabwe no pueden comprar. El país tiene una tasa de desempleo de 80 por ciento. Las personas que tienen suficiente suerte de tener un trabajo ganan un salario pobre que en promedio es de $21 al mes. Desafortunadamente, la provisión de toallas sanitarias femeninas para un mes cuesta $5.

El uso de sustitutos no sanitarios ha esparcido las enfermedades. El Congreso de los Sindicatos de Zimbabwe ha pedido y asegurado donaciones de toallas sanitarias gratis de donantes en Sudáfrica y en Inglaterra.

En un apretón financiero, las autoridades de Zimbabwe se negaron a concederle a los envíos un trato libre de impuestos, demandando que la carga primero sea examinada por su calidad. Podría parecer sorprendente que los funcionarios del gobierno en un país que está atravesando una implosión social y económica deberían de pensar dos veces antes de exonerar a los productos muy necesitados de una tarifa de importaciones o que ellos deberían de atreverse a demandar evaluaciones de calidad para importaciones de un país comparativamente rico y bien administrado como Sudáfrica. Pero los burócratas no tienen vergüenza y en África mucho menos.

Después de todo, Zimbabwe es un país donde la expectación de vida cayó de 56 años en 1993 a 30 años en el 2005, pero en el que el gobierno cobra impuestos a las medicinas extranjeras de un promedio de 22.5 por ciento.

No hay duda de que la ambición también juega un papel importante. África tiene una armada de funcionarios de aduanas, quienes tienen el trabajo de recolectar impuestos por sobre las importaciones. Con los salarios bajos y con su valor real cayendo rápidamente debido a la inflación, los funcionarios de aduanas requieren de sobornos para acelerar el paso de los cargamentos o para ignorarlos.

Por lo tanto, cuando un grupo de iglesias sudafricanas y de organizaciones no gubernamentales reunieron dinero para comprar ayuda de emergencia para la gente de Zimbabwe en los meses de invierno del 2005, los funcionarios de las aduanas en Zimbabwe demandaron que los aranceles de las importaciones fuesen cobrados. Las sabanas sudafricanas y la comida languidecían en el aeropuerto de Johannesburgo durante semanas.

Lo peor es que el Ministerio de Propaganda del gobierno está negando a diestra y siniestra que algo fuera de lo normal está sucediendo en Zimbabwe. El subdirector de información, Bright Matonga, le dijo a “Focus on Africa” de la BBC que las personas estaban “creando una crisis que no existe”.

“El gobierno de Zimbabwe no se quedará de brazos cruzados permitiendo que las mujeres sufran. A nosotros nos importan las mujeres”, dijo el Sr. Matonga. El pensamiento muere. De hecho, el gobierno de Zimbabwe debe haber roto un record con sus mentiras descaradas.

Por ejemplo, consideren la operación “Murambatsvina” en mayo del 2005, durante la cual la seguridad de Zimbabwe desplazó a ciudades enteras, dejando a 700,000 personas sin hogar. La operación causó revuelo internacional provocando hasta que la ONU, usualmente menos vocal en cuanto a los abusos de derechos humanos de los países africanos, condene a Zimbabwe por violar la ley internacional y urgió la prosecución de aquellos responsables. Kofi Annan, el secretario-general de la ONU, denominó a la policía una “injusticia catastrófica”. Como respuesta, el gobierno prometió hallar hogares para las personas desplazadas. Los reportes desde Zimbabwe dejan bien claro que nada de esto se hizo.

Zimbabwe claramente ha llegado a un punto en el que el autoritarismo para y la tiranía comienza. Ahora es una sociedad Orwelliana en la que los funcionarios del gobierno participan en una guerra en contra de la realidad y donde el “Cuarto 101” es un lugar muy real para muchos de los opositores del gobierno.

Era, por lo tanto, con una sensación de incredulidad que muchos han aprendido que a Gideon Gono, el gobernador del Banco de la Reserva de Zimbabwe y un hombre a quienes los activistas de derechos humanos consideraban como el “hombre fuerte” del régimen de Mugabe, se le dio una recepción en el capitolio estadounidense por parte de la Ronda Nacional de Liderazgo de los Negros hace dos semanas y que la congresista Diane Watson, una demócrata de California, y miembro del Subcomité del Congreso para Relaciones Internacionales en África, apareció ahí. La gente de Zimbabwe se merece algo mejor.

Marian L. Tupy es Director Adjunto del Proyecto sobre la Libertad Económica Global del Cato Institute.

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