Economía y Sociedad, Europa

¡Eso, eso, que nos salven los ricos, que para eso son ricos!

Reconozco que últimamente no escribo más que a impulsos de indignación, pero mi trabajo y mis ocupaciones, no me dejan tiempo para más.


Hollande acaba de anunciar un paquete de medidas para los próximos años en Francia, que suponen subirse al carro de los recortes. Desde luego a escala de la economía francesa, nada que ver con lo nuestro, pero al fin y al cabo, se demuestra que ni a un gobierno “socialdemócrata” le queda mucho sitio para la heterodoxia económica. Pero no voy a hablar de recortes ni de comparaciones con España, ni siquiera de mi espera a ver que dicen los detractores de los recortes del gobierno Rajoy, y que sistemáticamente miran el ombligo de nuestros “¿hermanos?” franceses, no. Voy a hablar del anuncio de una medida en particular, la subida de impuestos de hasta el 75% a los que tienen rentas por encima del millón de euros.

No se sabe muy bien aún que significa, si va a ser lineal, si solo a las rentas, si a los patrimonios, o a todo.

Al refugio de la desastrosa crisis económica occidental y de las medidas paliativas (que no curativas) que algunos gobiernos están tomando, se está instaurando de nuevo (la cosa es vieja) en ciertas capas de la sociedad europea en general, y española en particular, una corriente de pensamiento, a mi juicio, populista por albur, inefectiva, y sobre todo terriblemente injusta.

Se trata de subir los impuestos de forma considerable a las rentas más altas (los que más ganan), los grandes patrimonios (los que más tienen) y las grandes sucesiones (los que más heredan), como gran panacea para paliar la crisis. Medida social-demócrata (por denominarlo suavemente) que, entre otras causas, ha acabado, a lo largo de la historia, con algún que otro Imperio.

Quiero aclarar, ya desde el comienzo, que no soy sospechoso de ningún sesgo en mi opinión, porque ni gano mucho, ni tengo patrimonio, ni voy a heredar nada. Dicho esto, voy a intentar exponer las razones de mi crítica.

Del mismo modo que las personas poco agraciadas, tienden a pensar que la única belleza posible es la interior (si bien, sin duda, es la más importante), el pobre (o no tan pobre) tiende a pensar que cualquier forma de hacer dinero o fortuna, o de hacerla mayor de la que él posee, es deshonesta. Aunque con el pequeño matiz de que al guapo se le envidia y al rico se le odia, esta interesada forma de pensar creo que solo oculta la rabia que produce no tener una cosa o la otra, o ninguna de las dos. Y es que, cambiar esta opinión, en el más común de los mortales, solo lleva unas milésimas de segundo al sabernos ganadores del Euromillón, por poner un ejemplo. Que curiosa es la naturaleza humana.

Son medidas populistas, porque aviesamente buscan ganar votos. Hay más gente con pocos recursos que ricos, y eso, por ejemplo, lo sabe Hollande, a pocas fechas de unas elecciones.

Pero además es una medida, o al menos su anuncio (ya veremos en que queda), albur, es decir, una contingencia o azar a que se fía, o al menos parte, la solución de la crisis.

La demostración de ello es que, haciendo números, resulta del todo ineficaz. Lo primero de todo, desde un punto de vista cualitativo, porque ese dinero recaudado a través de impuestos, va a engrosar las arcas del Estado, no de la economía real. Por tanto, no va a servir para generar empleo, si no para tapar agujeros públicos. Más pan para hoy y hambre para mañana.

Lo segundo es que, desde un punto de vista cuantitativo, comparado con las astronómicas deudas-país, se trata del chocolate del loro. Vamos a las cifras reales.

En España según la última campaña de la renta, hay 12.479 contribuyentes que ganan más de 600.000 € anuales. Aún suponiendo que se aplicase un IRPF del 75% a partir de ese tramo, emulando de forma más restrictiva a nuestro indeseable vecino francés, el aumento de la recaudación ascendería a 2.620 millones de euros, correspondiente a un 21% más, ya que estas rentas ya están gravadas un 54%. Si añadimos una recaudación aproximada de 1.500 millones de euros por aumento en el impuesto de patrimonio (aquí las cifras de potenciales víctimas baja considerablemente), y si se volviese a instaurar el impuesto de sucesiones, estaríamos hablando, en el mejor de los años (venga va!), de otros 1.500?. Total, que la cifra final, resultado de semejante medida, sería aproximadamente de 5.700 millones, a más tirar.

Necesitando un rescate de 80.000, con un gasto público anual de 90.000, y una deuda cercana ya a los 750.000, es o no es el chocolate del loro?. Lo que no nos cuentan estos politicastros de tres al cuarto es que saben perfectamente cuál es la verdadera consecuencia de este tipo de medidas, que no es otra que el que tiene dinero salga corriendo, y con razón, por lo que se obtiene el resultado contrario al planificado.

Más nos valdría empeñar esfuerzos y recursos en atajar el fraude fiscal, acabar con los paraísos fiscales y atraer a la inversión, en vez de asustarla.

Y el caso es que se nos pinta como si el origen de todos los males fuesen los ricos, los banqueros, los ejecutivos, se confunde malintencionadamente capitalismo salvaje con empresariado, se resucitan obsoletos clichés decimonónicos, como la dicotomía patrónobrero, se nos miente en la percepción de igualdad (España es un país razonablemente igualitario, en lo que se refiere a la distribución individual de la renta, con un índice de desigualdad de Gini entre 32 y 37).

Yo solo creo en la igualdad de oportunidades en la que tiene que haber de todo, alguien las aprovechará, muchos no y otros a medias. Para ilustrar lo que digo, y salvando los azares de la vida, pongo por caso a dos hermanos, con la misma educación y exactamente las mismas oportunidades. Uno las aprovecha, estudia, aprende, emprende y el día de mañana como resultado de ello gana x dinero. El otro, no las aprovecha, no estudia, no aprende, no emprende y en vez de eso se dedica a divertirse más y a trabajar menos. El día de mañana tiene un trabajo que apenas le permite sobrevivir. Esto es legítimo. Y llegado el caso, el hermano menos pudiente se cree en el derecho de pedir al hermano “rico” que tiene que repartir con él la mayor parte de lo que gana. Esto es injusto. Está claro. ¿no? Y, con ello, vamos con el tercer razonamiento. Es injusto y mucho. Sin ningún ánimo de protagonismo, voy a poner mi ejemplo que, por cercano, me sé mejor. A raíz de que la crisis se nos anticipó a los arquitectos, ya por el año 2007, llevo casi tres años de exilio en Brasil y agradecido de dicha oportunidad.

Casi tres años de esfuerzos ímprobos, millones de horas de trabajo, todos mis recursos puestos, mucha ilusión y un capazo de riesgo. Pues bien, si algún día, toda esta empresa produce crecimiento, empleo y por supuesto beneficios, y a algún politiquillo se le ocurre de repente que me tiene que expropiar el 75% de lo que me ha costado (parafraseando a Churchill), sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, mi respuesta, me temo que solo podría ser una: “¡¡¡y una mierda!!!”.

Injusto porque, llegado el caso, debería haber sido informado de las consecuencias de ser emprendedor y ganar dinero o hacer fortuna honradamente, y entonces, a lo mejor, hubiese decidido que no merecía la pena y que mejor hubiese sido anclarme en un trabajillo de 8 a 3. Ganando poco, pero con los fines de semana libres, más de un mes de vacaciones, moscosos, una hora para tomar café, derecho a todo tipo de bajas por enfermedad (digo esto no porque no considere que es un derecho, si no porque yo no me lo he podido permitir), poder ir al cine por las tardes, ocuparme más de mis hijos, mis cañitas, dormir plácidamente por las noches sin preocupaciones más allá de las personales, y un legítimo y larguísimo etcétera, y dejar el riesgo, el exceso de trabajo, la responsabilidad, el ingenio, el arrojo, la creatividad, y también un larguísimo y legítimo etcétera, para otros.

Sí es justo que el que más gane o más tenga, aporte más a la sociedad, pero debe tener un límite que se debe situar en lo razonable, es decir, que como cualquier acuerdo debe satisfacer a ambas partes, no solo a una. El resto es, sencillamente, robar.

Los emprendedores y los ricos son necesarios, porque son el resultado del afán de superación, hoy escasito, que debe tener el ser humano para que el mundo avance. Los poderosos, a mi juicio, no lo son tanto. De hecho, todas estas maldades perniciosas, falaces, malintencionadas, mentirosas y oportunistas, y que solo tienen el objeto de manipular a la mayoría indocta y mediocre, emergen de los que, en la actualidad, ejercen el poder sin mérito alguno: la clase política.

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