Europa, Política

Evitar la frustración

La decisión del presidente Carles Puigdemont decantará la balanza hacia unas elecciones anticipadas o hacia la proclamación de la república

Todo hace pensar que las cosas empeorarán un poco más para luego enderezarse y poder entablar negociaciones y alcanzar finalmente un pacto entre Catalunya y España que amortigüe la creciente tensión que afecta a toda la sociedad. El recorrido será largo y tortuoso. Conflictivo en cualquier caso. Cada semana ha sido crucial desde hace unos meses jalonados de días históricos. Pero hoy nos encontramos en el momento en el que la fuerza del Estado puede obligar a un cambio institucional de consecuencias desconocidas.

Amadeu Hurtado escribió un valioso dietario de mayo a septiembre de 1934 en el que expone sus gestiones para desactivar las tensiones entre Lluís Companys y el gobierno de derechas de la República y evitar el golpe que el presidente dio el 6 de octubre contra la República.

Hurtado había alcanzado un pacto con el gobierno Samper que desactivaba la decisión del Tribunal de Garantías Constitucionales que había neutralizado la ley de Contractes de Conreu que el gobierno Companys había aprobado con los requisitos establecidos. Era una cuestión semántica en la que nadie perdería. Pero Companys se negó a aceptar la oferta del gobierno Samper y se cerró en banda.

Hurtado regatea con Companys y le comenta que “no se deje llevar por el interés de un partido porque usted es jefe de gobierno, y fuera de vuestros militantes, la gran masa no os seguirá en actitudes heroicas por una cuestión que no siente y por un problema que realmente no existe”.

Es muy interesante el diálogo entre Companys y Hurtado en aquellas semanas previas al 6 de octubre de 1934. El president le confiesa que es muy posible que Catalunya pierda, pero perdiendo, Catalunya gana porque necesita sus mártires que mañana le asegurarán la victoria definitiva. Ha llegado la hora de dar la batalla y hacer la revolución, sentencia Companys.

Hurtado se decepciona y hace una reflexión que le sale a renglón seguido de la conversación con Companys. He comprobado nuevamente, dice, lo que he expresado en varias ocasiones, o sea, que Catalunya “no ha producido, ni por ahora puede produ- cir, otro tipo de político que el agitador, ­predispuesto a la protesta y de la mano del pueblo aprovechar cualquier motivo de ­orden sentimental para infundir miedo al adversario mientras dure la llamarada”.

No eran tiempos para recuperar el espíritu constructivo que había caracterizado la historia de Catalunya en los últimos cien años porque no se sabía exactamente qué era lo que había que construir.

Companys no quería el pacto con un gobierno de derechas que había colocado a tres ministros de la CEDA en el gabinete. Quería salvar la República saltándose los peldaños legales imprescindibles y la República se lo quitó de en medio en 48 horas. El desgraciado fusilamiento de Companys en 1940 por órdenes de Franco porque era presidente de la Generalitat es otra cuestión que le redime de los errores políticos que pudo cometer.

Sería impropio hacer comparaciones entre lo que está ocurriendo estos días en Catalunya con aquellos dramáticos acontecimientos de 1934. Sí que existen paralelismos entre las dos épocas respecto de la confrontación de Catalunya con el Estado.

Las presiones para que no se produzca el choque del que todos saldríamos perjudicados son muchas y vienen de todas partes. Rajoy sabe que se mete en un jardín difícilmente transitable y Puigdemont debe saber que no cuenta con una mayoría social suficiente para dar este paso que tendría al Estado y a la comunidad internacional en contra. ¿No se pueden evitar las consecuencias negativas que a corto y a medio plazo significaría una ruptura unilateral con España?

Ya sé que el pactismo que invocaba Jaume Vicens Vives no tiene por qué ser ­incuestionable. Cada época comporta sus propias exigencias y reglas políticas de acuerdo con los acontecimientos cambiantes. Pero sí que vale la pena reflexionar sobre “el trasfondo pactista de nuestra mentalidad, que en esencia no es otra cosa que huir de cualquier abstracción, ir a la realidad de la vida humana y establecer la más estrecha responsabilidad colectiva e individual en el tratamiento de la vida pública”.

La tradición política catalana desde la edad media hasta nuestros días se asemeja más a la filosofía que se desprende de la Revolución Gloriosa británica de 1688, que se fijaba más en los intereses concretos de los ciudadanos, que en las abstracciones fruto de la ilusión y el perfeccionismo que se desprenden de la Revolución Francesa.

Son momentos en los que la responsabilidad de los políticos y servidores públicos tiene que hacerles reflexionar sobre las consecuencias de sus actos para evitar la frustración de muchos. Hay tiempo para una tregua. Quedan dos días.

Publicado en La Vanguardia el 25 de octubre de 2017

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