Política

Exégesis de la ambiguedad argentina

Argentina es ambigua: pretende un mañana mirando permanentemente el ayer. Se mueve como una suerte de montaña rusa.

Gabriela Pousa
El mareo en consecuencia, torna confuso cualquier intento por dilucidar qué
pasa, dónde se está y qué es lo “normal”. Tanto la cima como el abismo pueden
resultar tan eternos como furtivos. Es un país capaz de desafiar el tiempo con
calendarios propios, inéditos, adaptados -si se quiere- a ultranza de sus
políticos.

Siempre dando vueltas. Se va dibujando el círculo vicioso en
el que la política no halla salida para una crisis coyuntural que parece haber
devenido paradójicamente, a perpetuidad.

Véase que uno o dos años atrás,
la proclama del pueblo exigía una renovación total de la dirigencia. Hoy, la
realidad muestra que nadie ha hecho caso. Figuritas repetidas y quizá algún
insignificante cambio en la escenografía. Nada más. Por momentos, asoma un
Presidente similar a Rodríguez de Francia, ese mandatario paraguayo detallado
por la pluma maestra de Roa Bastos en “Yo, el Supremo”. Al unísono, como si
estuviese embebido en un azar entreverado, es el mismísimo jefe de Estado quien
adopta una postura opuesta: debilitado, sin plan para definir una gestión de
gobierno concreta, escondido en falsas trincheras. Así, Argentina sigue a la
deriva sin hallar parámetros válidos, enfilar velas y mancomunar esfuerzos en
pro de alcanzar un rumbo sin obstáculos. Un barco de zozobra, librado a la
suerte del gobierno de turno que manipula reglas arbitrariamente. De ese modo
nunca se logra estipular una normativa clara y precisa. Ante el mundo, el país
carece de garantías: tan pronto puede amanecer en el paraíso como quedar hundido
en el infierno de la desidia.

Las inversiones necesarias para un
crecimiento sustentable se vuelven utopías. Ante un informe de la ONU que da
cuenta de la ausencia de Argentina en las expectativas de inversores y
capitalistas, ni el asombro parece ser detonante de alguna reacción capaz de
enmendar aquello que aleja del planisferio. El mundo podrá ser o no ancho, pero
para nosotros es ajeno… El Ejecutivo se halla en una suerte de amor-odio, ligado
al Poder Judicial y al Legislativo. No hay autonomía de acción. Se ha venido
violando desde hace muchos años el principio básico de la independencia de
poderes, razón por la cual la democracia parece ser más discursiva que evidente.
La institucionalidad debe erigirse como premisa fundamental para lograr ser una
Nación civilizada.

“No hay más que infinidad de repetidores, sólo se
inventan nuevos errores. La memoria no recuerda el miedo, se ha transformado en
miedo ella misma” No hay planificación empírica ni muestras fácticas de una
gobernabilidad coherente entre lo que se quiere y se puede. La dirigencia
política acalla respuestas evitando incluso satisfacer la duda: ¿Por qué tanta
quimera? Si no hay voces que expliquen las causas menos podrán entenderse las
consecuencias. De ronda en ronda se suceden teorías que no forman teorema. Como
estrategia repetida, los medios de comunicación, los periodistas vuelven a ser
protagonistas. Los suben al banquillo de los acusados, son el leitmotiv de todos
los males que aquejan. Se apunta al mensajero. Pero la carta que llega tiene,
paradójicamente, el mismo nombre de remito en el destinatario. Se explica de
esta manera, el círculo vicioso creado por el autismo de una dirigencia que,
finalmente, acomoda leyes a conveniencia. Subidos a este carrusel que marea
peligrosamente, los nombres del hoy son extractos del pasado. Vuelve a
escucharse sobre las dictaduras, reaparecen personajes míticos y el ayer se
acentúa desdibujando el presente y complicando la posibilidad de futuro. En la
nostalgia de lo que fue, todo parece volver a ser pero no es…

Esta
dialéctica genera un estado de incomprensión donde hasta la reacción de la
ciudadanía parece ambigua. Mientras, siguen los reclamos de los acreedores
extranjeros, colapsan los servicios públicos y la inseguridad alcanza parámetros
inauditos. El mismo entorno presidencial se contradice, algunos apuntan a la
derecha, otros a la izquierda. Y ni siquiera saben donde quedan… No hay punto
cardinal que unifique y es sabido que la escisión es contraproducente para una
administración coherente. La realidad sin eufemismos le muestra a Néstor
Kirchner que el tiempo se acorta. Una movilización espontánea de la ciudadanía
reclamando Justicia y seguridad modifican la agenda presidencial. La disociación
entre el Gobierno y las demandas perentorias de la gente es cada vez mayor. Esa
grieta deja espacio para que se tejan mil y una conspiraciones sin asidero. Pero
nadie que no sea ella misma, atenta contra Argentina. Posiblemente, lo que está
fallando sea la autoestima política pero eso no amerita se juzgue de capciosos a
otros organismos. ¡Nadie puede desequilibrarse lo que no estaba ni está en
equilibrio!

La Argentina es una carta de intenciones modificada
constantemente por la posdata. La sociedad no contempla más margen de error. Se
ha dicho basta a la demagogia. No pueden las víctimas del desgobierno seguir
esperando desde las sepulturas ni sus deudos desde la angustia otro tipo de
condolencia que no sea Justicia, sin excusas. Es hora de unificar esfuerzos. La
comunión de partes conforma el todo. Pero, cuidado: el todo dista
considerablemente de ser la generalización peligrosa que mete a unos y otros en
la misma bolsa. Generalizar ha demostrado con creces ser un verbo negligente.
“Todos” no vamos para el mismo lado pero la diferencia de rumbos no impide se
pueda llegar a idéntico punto. Cuando se habla de dividir para gobernar se
refiere a evitar la ambición desmedida atendiendo la sentencia de Acton: “El
poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Las etiquetas
ideológicas ya son obsoletas. De seguir en el empecinamiento etiquetando
izquierdas o derechas con el sólo fin de echar culpas afuera, Argentina corre el
riesgo de eternizarse en disyuntivas arcaicas resucitando viejos dilemas. En
este trance es como si se estuviera girando otra vez entre unitarios o
federales, civilización o barbarie, civiles o militares, antinomias todas que
otrora, se han pagado con sangre. (*) Licenciada en Comunicación Social
(Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencias Políticas (Eseade)
Estudios en Sociología del Poder, (Oxford University). Autora del libro “La
Opinión Pública Nuevo factor de Poder”. Analista Política independiente, docente
universitaria.

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