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La frustración: Un enemigo del alma

Despierta auto destrucción frente a la desesperación de no lograr asir con las manos “logros esperados”.


El filtro con el que observas lo que te rodea modela tu vida. Es como si tuviésemos una especie de anteojos invisibles que al utilizarlos tiñen con una gama de colores el entorno. Ese filtro visual primeramente nace en la mente, en los pensamientos cobrando un espacio que roza una dimensión elocuente como para permitir abrazar bajo el carácter de verdades absolutas unas simples inconsistencias del alma.

Proviene del latín, frustrāre. Según la Real Academia Española implica privar a alguien de lo que esperaba. Indudablemente trae aparejado la imposibilidad de satisfacer una necesidad, un deseo. La frustración como tal despierta auto destrucción frente a la desesperación de no lograr asir con las manos “logros esperados”. La persona frustrada vive auto flagelándose bajo la expresión acabada de la crítica en todos sus sentidos y expresiones posibles de ser pensadas.

Como tal, se mueve guiada por un sistema de pensamientos signados por el fracaso.

La prolongación de la frustración ocasiona depresión y una profunda desilusión por todo lo que nos rodea.

La construcción mental levanta prisiones espirituales selladas con cadenas que cercenan a la persona tornándola en rehén de sus propios pensamientos negativos. Cuando se levanta ese paredón en la mente comienza a hospedarse en el corazón el desánimo con dimensión propia grandilocuente. Una dimensión sustancialmente significante que dista en gran manera de la situación fáctica por la que se está atravesando, sólo que ya tiene la entidad suficiente como para obstaculizar la libre creencia desprejuiciada que tiende a abrir alas a lo desconocido y emprender desafíos magnánimos.

Frente al fracaso, el perdedor se desanima; el ganador vuelve a levantarse.

La mirada se torna de color gris porque la perspectiva cambió negativamente. Esa mutación nació en nuestra mente invadiendo el universo de creencias que se tiene hacia uno mismo. A partir de allí las acciones estarán condicionadas y podría hablarse incluso de omisiones. Falta de acción, de reacción, de proyección, parálisis mental y contaminación del ser almático. Es en esa situación en la que ya cobra fuerzas la creencia de fracaso en uno mismo, abriéndose paso a la mirada de prejuicio que el otro tiene sobre mi. Ya a esa altura de los acontecimientos la muralla mental que nació en el fuero íntimo se transformó en una montaña de imposibles a alcanzar. Es que resulta fundamental “la aprobación del otro sobre mi persona”. Allí es donde se renuncia a la libertad de creer en ese don especial que Dios puso en cada una de las vidas para disfrutar al máximo y dar fruto en abundancia. La fe negativa también tiene poder. Justamente lo tiene para desatar todo lo contrario a la proyección y libertad necesaria que canaliza un sueño.

El secreto: no perder de vista el horizonte del llamado que está en el corazón, no desanimarse por las caídas ya que la vida en sí es una prueba y un fideicomiso a la vez. Tiempo, inteligencia, oportunidades, recursos, relaciones son dones conferidos por Dios para ser administrados por nosotros. Encierra en sí la noción de mayordomía. Somos administradores de cada regalo conferido por Él: “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que en él habitan.” (Salmo 24:1)

Si fuésemos conscientes que la vida es una asignación temporal, nos dejaríamos de afanar por aquello que se desvanece sin consistencia propia. Lo que sí permanece es el amor al prójimo, la amable respuesta, la pureza de corazón. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.” (Proverbios 4:23)

Mirar la vida con los ojos de Dios, no con los nuestros.
 
 
 
Gretel Ledo
Analista Política Internacional. Magister en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA)

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