Oriente Próximo, Política

Gasear con armas químicas

Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki mataron a menos personas que la hambruna ocasionada por Stalin en Ucrania o los exterminios masivos perpetrados por los nazis en los campos de la muerte.

Los unos y los otros, comentaba Tzvetan Todorov, tienen en común que fueron percibidos por sus protagonistas como un medio para alcanzar el bien.

La guerra es una bajeza moral de consecuencias incalculables. Los dos grandes conflictos del siglo pasado dejaron dos miedos colectivos que todavía perduran. El miedo a las armas químicas que se utilizaron por primera vez en la Gran Guerra de 1914 y el horror de las bombas atómicas sobre las dos ciudades japonesas.

El martes se utilizaron nuevamente armas químicas de gas sarín sobre la ciudad siria de Jan Sheijun en la provincia de Idlib. Murieron unas setenta personas y las imágenes de niños con caretas para evitar los efectos de los gases conmueven al mundo. La autoría de los bombardeos se atribuye al ejército del presidente El Asad, que es el actor principal de la tragedia que vive siria desde hace más de cinco años.

Todos los que han intervenido en el conflicto tienen la responsabilidad de haber causado más de trescientos mil muertos y provocar la huida de cinco millones de sirios.

Las guerras que se han librado en Oriente en este siglo son una calamidad estratégica y moral de dimensiones históricas. Sobre todo las que empezaron con hipótesis falsas, precisamente por informes no contrastados sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak en el 2003.

Decía Zbigniew Brzezinski en el 2007 que "los daños civiles colaterales y ciertos abusos están ensuciando nuestro prestigio moral. Tuvo su origen en impulsos maniqueos y la soberbia imperial, y está intensificando la inestabilidad regional”.

Estados Unidos y Rusia se han comprometido a eliminar este tipo de armas. Obama dijo que daría respuesta a los ataques del 2013 y ahora Trump traspasa la responsabilidad a su antecesor. Putin, aliado de El Asad, calla y utiliza la propaganda como todos.

El desastre de Siria tiene sus consecuencias políticas y sociales en Occidente. Es inútil pedir que se deje de suministrar armas a los beligerantes de un conflicto que acaba afectando a los intereses de todos. El cinismo de Rusia, Estados Unidos y Europa a la hora de vender armas a países en guerra debería ser castigado por tribunales internacionales.

Considero que la venta de armas a países en conflicto debería ser tan perseguida como los delitos de corrupción. Es un escándalo. Todas las armas inventadas, desde la prehistoria hasta hoy, han sido utilizadas y han causado más miedos y más angustias en la conciencia internacional. Los sufrimientos y desdichas de los sirios vienen también de los sucios negocios de la venta de armas.

Publicado en La Vanguardia el 6 de abril de 2017

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