Economía y Sociedad, Europa

Gran Bretaña: ¿meritocracia o casta?

Un informe realizado por la Comisión de Movilidad Social y Pobreza Infantil ha provocado un debate interesante sobre la igualdad de oportunidades.


 En Gran Bretaña, la Comisión de Movilidad Social y Pobreza Infantil acaba de revelar que las profesiones más influyentes del país están copadas por quienes estudiaron en colegios y universidades privadas. Los diagnósticos coinciden en que la sociedad británica desaprovecha el talento de los que parten de más abajo. Pero algunas propuestas de cambio van en la línea de favorecer criterios que nada tienen que ver con la meritocracia.

El tamaño de la brecha entre lo que ganan los ricos y los pobres no es la única forma de valorar si una sociedad es igualitaria. También cabe preguntarse cómo están representados los estratos sociales entre los que mandan en un país. Es lo que analiza la Comisión, integrada por expertos de diversas tendencias políticas.
 
El informe entiende por profesiones importantes aquellas donde se toman las grandes decisiones que afectan a la vida pública: políticos, empresarios, jueces, periodistas… Tras identificar a las 4.000 personas más influyentes en esos empleos, comprueba en qué colegios y universidades habían estudiado.
 
Los datos son elocuentes: aunque solo el 7% de la sociedad británica estudia en colegios privados, esa minoría constituye el 71% de los jueces de mayor rango; el 62% de los altos mandos militares; el 55% de los secretarios permanentes (funcionarios de alto nivel); el 53% de los altos cargos diplomáticos; el 50% de los miembros de la Cámara de los Lores; el 43% de los columnistas de opinión; el 41% de los consejeros delegados de las empresas del FTSE 350 (las 350 empresas representadas en el índice de la Bolsa de Londres); el 36% de los ministros; el 33% de los diputados…
 
Las profesiones más influyentes de Gran Bretaña están copadas por quienes estudiaron en colegios y universidades privadas
 
Las universidades privadas también marcan la diferencia. Los estudiantes de Oxford y Cambridge representan menos del 1% de la sociedad británica, pero son el 75% de los jueces de mayo rango; el 59% de los ministros; el 57% de los secretarios permanentes; el 50% de los diplomáticos; el 47% de los columnistas; el 45% de los ejecutivos de los grandes medios de comunicación…
 
La presencia del eje “Oxbridge” es notable en la composición de los grandes partidos: un tercio de los diputados conservadores estudiaron allí, al igual que un cuarto de los liberal-demócratas y un quinto de los laboristas.
 
¿Reclutados por sus méritos?
Los investigadores parten de la presunción de que estudiar en una institución privada es un buen indicador –aunque no perfecto– de la riqueza familiar. Por eso, concluyen, estos datos muestran que en Gran Bretaña “existen serios obstáculos a la movilidad social: dada la importancia que tiene la educación en centros privados, las expectativas de progreso en la escala social parecen reservadas a quienes parten con ventaja”.
 
Pero a lo largo del informe planea otra sospecha: “La magnitud del predominio de ciertos estratos [en los puestos más influyentes] lleva a plantearse hasta qué punto la composición de la élite refleja el mérito. Llegar a los mejores puestos, ¿depende de lo que sabes o de a quién conoces? ¿Estamos bloqueando el talento?”.
La Comisión achaca la baja movilidad social a un conjunto de factores: las diferencias de ingresos, la calidad de enseñanza, los procesos de reclutamiento laboral…
 
Los investigadores se guardan las espaldas al recordar que un buen porcentaje de los alumnos que obtienen los mejores resultados en los exámenes al final de la secundaria estudian en colegios privados; además, las buenas notas son un requisito para acceder a Oxford y a Cambridge. Pero, al final, triunfa la conclusión de que el poder es un coto cerrado al que solo puedes entrar con una buena red de contactos.
 
Un conjunto de factores


La Comisión atribuye la baja movilidad social de Gran Bretaña a una combinación de factores sociales. Su diagnóstico es interesante, pues no se limita a centrar el debate en las diferencias de ingresos entre ricos y pobres. Esta brecha es grande (el 10% superior de la población británica gana cinco veces más que la mitad inferior), pero también influyen otros factores.
 
Algunos ejemplos: en los hogares más modestos, la probabilidad de que los padres lean a sus hijos pequeños todos los días está en el 42% frente al 79% en los hogares más prósperos; las zonas más pobres del país tienen un 30% menos de buenos colegios; el 60% de las ofertas de empleo no se anuncian, por lo que tienen mucho peso los contactos profesionales; en determinados sectores, los mejores empleadores solo reclutan entre los graduados por una minoría de universidades…
 
En sintonía con este diagnóstico, la Comisión hace una serie de recomendaciones al gobierno, a los padres, a los colegios, a las universidades y a los empresarios. A estos últimos les dedica más espacio y, en concreto, les pide: que tutelen y den orientación profesional a algunas escuelas; que anuncien sus ofertas de trabajo; que busquen personal entre graduados de más universidades…
 
Las mejores universidades de EE.UU. siguen recibiendo casi el mismo porcentaje de estudiantes pobres que hace una década, pese haber aumentado las ayudas económicas
 
A la meritocracia ¿por el trato de favor?


Varios medios británicos se han apuntado a dar ejemplo y han reaccionado anunciando cambios en su política de contratación. Fraser Nelson, editor de la revista The Spectator, cuenta que su publicación ha empezado a pedir a sus candidatos que no incluyan el nivel de formación en su CV; la selección se hará en función de lo que sepan y de cómo escriban.
 
Helen Lewis, redactora jefa en The New Statesman, adviertea su colega que ellos ya probaron ese sistema y que es “problemático”. ¿El motivo? Cuando empezaron a analizar los blogs y los trabajos de los candidatos, sin tener en cuenta dónde habían estudiado, descubrieron después que muchos de los que más les gustaban eran de “Oxbridge”.
 
Y añade: “Esto pasa por razones obvias: debido a su sistema de tutorías, los graduados de Oxbridge habrán redactado uno o dos artículos a la semana durante varios años; lo que seguramente les dará ventaja sobre los estudiantes que solo escriben uno o dos al trimestre”.
Una solución razonable a este problema sería pedir a las facultades de periodismo que sus alumnos se ejerciten más. Pero en lugar de eso, Lewis aboga por adoptar medidas de discriminación positiva (o sea, trato de favor) para los estudiantes que no pueden pagarse “Oxbridge”. De modo que el mismo medio que critica la falta de meritocracia en Reino Unido propone resolverla con criterios de contratación que dejan a un lado los méritos personales.
 
No bastan las ayudas económicas


Tampoco es coherente su solución con la bandera que acaban de tomar los laboristas británicos: a más formación, más oportunidades. Liam Byrne, responsable de la oposición laborista para las universidades, acaba de anunciar que su partido se está planteando crear una ayuda de 1.000 libras a las universidades por cada estudiante pobre que recluten.
 
Habrá que ver en qué queda esta propuesta y, sobre todo, si será suficiente para impulsar la presencia de alumnos de bajos ingresos en “Oxbridge”. Precisamente hace unos días, el New York Times explicaba que las mejores universidades de EE.UU. siguen recibiendo casi el mismo porcentaje de estudiantes pobres que hace dos décadas, pese a haberse comprometido más en serio con esta causa.
 
El artículo aporta datos de varios estudios. Según uno realizado por investigadores de las universidades Vassar y Williams, en 2009, los nacidos en el 40% más pobre de EE.UU. no pasaban de ser el 11% de los matriculados en 28 universidades de élite (incluidas las ocho de las Ivy League); solo un punto más que en 2001. Y eso que fue un período fértil en ayudas económicas.
 
La explicación puede estar en que la mayoría de estudiantes pobres con buenas notas prefieren emplear las subvenciones federales para estudiar en universidades menos prestigiosas. Otras veces, ni siquiera les llega la información sobre las ayudas que ofrecen las propias universidades. Parece ser que lo más eficaz para lograr que se matriculen en las universidades de élite es el reclutamiento cara a cara de los estudiantes más capaces; también influye la ubicación.

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