Pensamiento y Cultura, Portada

Hayek y el Dr. Bernard Mandeville, autor de “La fabula de las abejas”

Bernard Mandeville escribió en 1714 “La fabula de las abejas”,  una sátira en la que el egoísmo, como parte de la naturaleza humana,  juega un papel esencial en el progreso de la sociedad;  provocó tanto escándalo como el de Darwin sobre el origen de las especies. El libro asustó tanto al devoto como al respetable, se lo leía en secreto;   aunque era considerado como un monstruo moral pocos escaparon del contagio, sobre todo los jóvenes.

Inspiró el pensamiento  de grandes pensadores, muchos años después. Explica Mandeville,  que los vicios privados también pueden contribuir al bien público, buscar el bien individual puede contribuir al mejoramiento de la sociedad, consideraba a la Inglaterra victoriana, como un buen ejemplo: la compara con una colmena, corrupta pero próspera.

Los dos fundamentos de su sátira sobre las fantasías de una era racionalista fueron: nosotros no sabemos por qué hacemos lo que hacemos y las consecuencias de nuestras decisiones son frecuentemente muy distintas de las que imaginamos que son. Al tratar de vicioso a todo lo realizado con fines egoístas y admitir como virtuoso solo lo que se realiza  obedeciendo a reglas morales, resultó fácil para él demostrar que debíamos la mayoría de los beneficios sociales a lo que sobre un patrón tan riguroso,  debe llamarse vicio. No era nuevo,  nos dice Hayek, Santo Tomàs de Aquino   fue uno,  entre tantos, que admitió que muchas utilidades se impedirían si se prohibiesen estrictamente todos los pecados. No era raro pues,  que un joven empapado de las ideas  de Erasmo y de Montagne transformara esas ideas en un  grotesco de la sociedad.

Lo expone  de este modo:   el principal argumento que en ese momento sostenía era que en el complejo orden social los resultados de los actos de los hombres eran muy distintos de lo que ellos se habían propuesto; que los individuos al seguir sus propios fines fuesen egoístas o altruistas, producían para otros,  resultados fructíferos que no esperaban o,  que tal vez ni siquiera conocían y finalmente, que todo el orden social y,  hasta todo lo que denominamos cultura, era el resultado de esfuerzos individuales que no tenían ninguna meta prefijada, pero que eran encauzados hacia esas metas por instituciones, costumbres  y reglas,  que tampoco habían sido inventadas en forma deliberada,  sino que habían surgido debido a la supervivencia de lo que había demostrado tener éxito.

Friedrich Hayek recalca su conocimiento de la naturaleza humana, ya que  tuvo una visión  notable y sorprendente del comportamiento de la mente, debido a su largos años de  práctica  en Londres como especialista en enfermedades nerviosas y gástricas,  es decir,  lo que hoy llamamos psiquiatría. No lo describe como un gran economista aunque reconoce se le debe el termino de “división del trabajo” y una visión más clara de ese fenómeno.  Tampoco subraya su contribución a la teoría de la ética aunque nos haya ayudado a comprender  el origen de las reglas morales.   Lo que reivindica de Mendeville como tributo importante,   es que punteó la irrupción definitiva,  en el pensamiento moderno,  de las ideas gemelas de evolución y de la  formación espontanea de un orden.

Leslie Stephen, en 1881, registra en su “Historia del pensamiento inglés del siglo XVIII”,    que sus ideas anticiparon,   en muchos aspectos,   las ideas de los filósofos modernos,  al describir la lucha por la existencia por la cual  el hombre se elevó,  gradualmente,  por encima de las bestias salvajes y formo sociedades para protegerse mutuamente. A esta opinión,  le agrega Hayek,  que aunque no demostró con precisión como se formaba ese orden espontaneo,  suscitó las preguntas a las que pudo dirigirse el análisis teórico, primero en el campo de las ciencias sociales y,   más tarde,  en el de la biología. Fue durante la elaboración de esta tesis que Mandeville desarrolla,  por primera vez,  todo el paradigma clásico de la evolución espontanea de las estructuras sociales: de derecho  moral, del lenguaje, el mercado, la moneda, como también,  la evolución del conocimiento tecnológico.

Intentaba demostrar que las flaquezas humanas pueden trocarse en ventajas para la sociedad civil. Lo expresó mejor,  nos explica Hayek,  40 años después,   Josiah Tucker cuando indicó que ese motor individual de la naturaleza humana, el egoísmo, puede recibir una dirección tal, como para promover el interés público por medio de los esfuerzos que el hombre hace hacia la prosecución de sus propios fines. Según ambos, los medios por los cuales se da tal dirección a los esfuerzos individuales no son,  de ningún modo,  las órdenes particulares de los gobiernos, sino de las instituciones y especialmente las reglas generales de conducta justa. Para Mandeville,  como para Adam Smith,  la función propia del gobierno es establecer las reglas de juego mediante la creación de una estructura de leyes sensatas.  Mandeville pretende un sistema en el que los ejercicios arbitrarios del poder gubernamental se reduzcan al minino, pensaba  que la marcha de cualquier negocio nunca es  mejor llevada que cuando nadie se entromete o interfiere.

Se interesaba en que los intereses divergentes de los individuos se reconciliaran en las instituciones, las cuales,  señalaba,  no habían sido creadas deliberadamente por el hombre si bien la tarea del legislador consistía en mejorarlas. La identidad de intereses se daba en base a  instituciones desarrolladas de forma espontanea, las leyes, por ejemplo,  evolucionaban,  no mediante el designio de un sabio legislador, sino de un largo proceso de ensayo y error, el tiempo y la experiencia de varias generaciones, las cuales se diferenciaban poco en dotes naturales y sagacidad. Eran obra de un juicio sano y deliberado adquirido a partir de una gran experiencia en los negocios y en una multiplicidad de observaciones.

La esencia de su argumentación es que la mayoría de las instituciones de la sociedad no son el resultado de un proyecto, sino mostraban la forma en que  “una superestructura más hermosa puede levantarse sobre un cimiento corrompido y despreciable” en especial la persecución,  por parte de los hombres,  de sus intereses egoístas.  Insistía en que el  orden, la economía, como  la existencia misma de la sociedad,  estaban totalmente construidas sobre la variedad de nuestras necesidades.  Así también,  toda la superestructura estaba compuesta de servicios recíprocos que los hombres se brindan los unos a los otros,  siendo parte de lo que hoy se denomina “trasmisión cultural”  especialmente a través de la educación. Ello  lo conduce a argumentar que la sabiduría humana es hija del tiempo, y lo que ocurre con nuestro pensamiento es lo que ocurre con el lenguaje. Aquí surge con claridad el “antirracionalismo”, nos dice Hayek,  el termino engañoso que ha sido tan empleado por Mendeville y Hume, el cual sería más prudente abandonar a favor del “racionalismo critico” de sir Karl Popper. Con él,  Mendeville creó las bases sobre las cuales pudo construir Hume su teoría,  dentro de los estrechos límites del conocimiento humano.

Le agradece Hayek a Mendeville haber hecho posible a David Hume,   a quien consideraba  el más grande de todos los estudiosos modernos de la mente y de la sociedad. Pensaba que a través de Hume ejerció una permanente influencia, el punto de partida de la evolución de Hume se encuentra en las obras de Mandeville, por ello Incluye a David Hume en la evolución de sus conceptos, pero no solo a él, también  a Adam Smith y a Adam Ferguson, ( las instituciones…son el resultado de las acciones humanas aunque no la ejecución de ningún designio humano”).  Le atribuye además,  poner en marcha a Edmund Burque y a través de él a todas las escuelas históricas que,  gracias a hombres como Johan Gottfried Herder y Friedrich Karl von Savigny,  hicieron de la idea de la evolución un lugar común en las ciencias sociales del siglo XIX, mucho antes de Darwin. Este es la culminación nos dice,  de un desenvolvimiento que Mandeville, màs que ningún otro, había puesto en camino.

En la esfera política y moral Mendeville y Hume demostraron que el sentido de justicia y rectitud sobre el cual descansa el orden, no fue originalmente implantado en la mente humana, sino que al igual que esa misma mente,  había crecido en un proceso de evolución gradual. Por otra parte, menciona Hayek,  aquellos que pensaban que la religión estaba íntimamente relacionada con el “argumento del designio”, el descubrimiento de un orden sorprendente, que ningún ser había proyectado constituyó,   para la mayoría de los hombres,   la prueba fundamental de la existencia de un creador personal. Nos señala, también,  que la sorpresa causada por el descubrimiento de que el cosmos moral y político era también el resultado de un proceso de evolución, contribuyó, en buen grado,  a producir lo que denominamos la mente actual.

Friedrich Hayek explicó bien los conceptos tomados de los griegos de orden Kosmos (espontáneo) y orden Taxis (resultante de  decisiones conscientes y deliberadas). La normatividad conforma el orden y el control social para mantenerlo,  el Estado representa en su estado más puro el orden taxis, llevado a su límite deviene en una sociedad autoritaria o totalitaria, al “camino de servidumbre”. La experiencia nos muestra por el contrario,  que a menos normas,  y más generales,  aumenta el grado de espontaneidad social, por ende,   la libertad para la creación –  o destrucción-  de los individuos. Lo paradójico es que para mantenerla hay que recurrir muchas veces a normas destinadas a prohibir. La sociedad moderna depende  de un fino equilibrio entre ambos órdenes.

Elena Valero Narváez. Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía  de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).

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