Oriente Próximo, Política

Irán cruzó la “línea roja” y su juego se revela al mundo

No hay ningún misterio en torno a la identidad del misil que atacó a Riad días pasados.

Lo anunciaron las autoridades de Arabia Saudita, el ejército estadounidense y los restos de su metralla proporcionaron la evidencia contundente de su origen y fabricación. No hay lugar para dudas o debate, los hechos son claros: ha sido un misil houthi-iraní. Los houthis simplemente fueron usados por Teherán para lanzarlo.

The Washington Post publicó (acertadamente) la semana pasada sobre el incidente: "El ataque en sí revela por qué Arabia Saudita se vio obligado a librar una guerra en Yemen", en clara alusión a la expansión regional iraní.

El misil fue "un mensaje flagrante escrito en persa" que confirma la transición de una estrategia de injerencia y ataques sospechosos a un ataque claro y abierto de los khomeinistas sobre el Reino. Ha sido una clara violación a lo que se puede llamar una "línea roja". En consecuencia, Arabia Saudita no puede ser indulgente ante un ataque que viola su seguridad, estabilidad e imagen nacional e internacional.

Por medio de un comunicado, el gobierno Egipcio se pronunció sobre el hecho esta semana indicando que "es inusual que el régimen iraní cruce líneas rojas" porque está en su naturaleza ir en contra de las leyes internacionales y el respeto a la soberanía y las fronteras de otros países al igual que su política de inmiscuirse en los asuntos internos de Irak, Yemen, Líbano y Siria. La política de Teherán se basa en exportar inestabilidad y socavar las leyes internacionales desde 1979.

La política de Teherán se basa en exportar inestabilidad y socavar las leyes internacionales desde 1979.

Lo cierto es que en cualquier revisión rápida de las políticas iraníes de las últimas cuatro décadas los hechos revelan claramente que el régimen es proclive a la violación de las leyes internacionales. Irán se ha arrogado el derecho inexistente de violar el mapa de la región en contra de la voluntad de las autoridades de sus gobiernos vecinos. Teherán se dio el derecho de imponer sus políticas en la región obligando a sus vecinos a aceptar la intervención iraní y hacer que vivan con ella. Las excusas son muchas, desde liderar el movimiento de resistencia contra Israel hasta defender a sectores chiitas supuestamente agredidos.

Ningún otro país en la región ha cometido tantas violaciones de las fronteras de otros países ni alteró las identidades locales tanto como Irán. Nunca antes un país regional ha empujado a las minorías sectarias que considera afines a ir contra su propio tejido social nacional para seguir a Irán bajo varios nombres, Hezbollah en Líbano es el ejemplo palmario de ello, y allí se encuentran las razones de la renuncia y el exilio del PM Saad Hariri.

La conducta iraní actual ha ido más allá de ser una violación aleatoria para configurar una nueva realidad derrocando la legalidad de las fronteras internacionales y eliminando el derecho de los ejércitos nacionales de los demás países. Esto es lo que ha sucedido en Líbano, Irak, Yemen y está sucediendo en Siria.

En Líbano, Irán le ha otorgado a su ejército de ocupación (Hezbollah) el derecho de violar las decisiones de su gobierno y dictar sus políticas internas y externas llevando al país al borde de un conflicto intersectario.

El problema de Irán con los países la región es que desde su revolución islámica de 1979 se niega a ser un país normal o teme hacerlo en los términos de transformación revolucionaria. Un país normal reside dentro de sus fronteras y mantiene sus fuerzas armadas dentro de su territorio y respeta resoluciones, tratados y normas internacionales, y se comporta con sus vecinos en términos estables. Un país normal le permite a sus ciudadanos preguntar a su gobierno qué ha hecho para el desarrollo y el mejoramiento de las condiciones de vida. Estas son preguntas elementales que, por ejemplo, el presidente chino puede responder claramente, mientras que el iraní no puede hacerlo.

El problema que tienen con Irán sus vecinos libaneses y en general los árabes que desean ser libres, es que quieren que se convierta en un país normal, pero eso no es así. La política de los khomeinistas de "exportar la revolución" es su agenda única y constante.

La política iraní es invariable, ya sea ejecutada bajo las sonrisas de Mohammed Khatami o Hassan Rouhani o bajo el ceño fruncido de Ahmadinejad en su tiempo. El presidente iraní, independientemente de los resultados electorales (que se preparan cuidadosamente en la cocina del régimen y de acuerdo con las necesidades del programa político), no es más que un empleado de alto rango de la oficina del Líder Supremo Ali Khamenei. El presidente no es el responsable final de la formulación de políticas y no tiene derecho a objeción alguna sobre las decisiones importantes que son discrecionales del Líder Supremo.

El problema que tiene la gente de la región con Irán es que no es un ejemplo atractivo para que otros lo emulen por sus éxitos económicos, tecnológicos o de otro tipo. La experiencia ha demostrado que el modelo iraní no puede aplicarse sin represión y violencia en ninguna otra parte, especialmente en países étnicamente diversos como Líbano o Irak. El mejor ejemplo de esto es que el aumento del poder iraní en el gobierno de Beirut llevó a la ruptura política libanesa, a la fragmentación de la unidad nacional y al estimulo de factores de conflictos a largo plazo que destrozaron al Líbano tanto igual que a Irak y a los que le seguirán otras naciones.

¿Se puede, por ejemplo, garantizar la unidad del Líbano si Irán tiene la primera y última palabra en Beirut? La misma pregunta se puede hacer para Siria, Irak y Yemen. La respuesta es: No.

Está claro que Irán mantiene su política de "anexión política" a través de sus grupos armados afines y aprovecha cualquier oportunidad para avanzar. Es claro que la política de avance iraní en la región se intensificó y se aceleró después de la caída del muro que simbolizaba el régimen de Saddam Hussein.

Hubo varias paradas en este proyecto de "gran golpe". En vísperas de la intervención estadounidense en Irak, una reunión sirio-iraní de altos funcionarios en Teherán acordó evitar la formación de un gobierno estable en Bagdad durante la presencia norteamericana.

El 14 de febrero de 2005, luego del asesinato del ex PM libanés Rafik Hariri, (padre del actual PM renunciante Saad Hariri), Irán, Siria y Hezbollah también acordaron evitar la formación de un gobierno estable en Líbano después que las tropas sirias se vieron obligadas a retirarse del país en el marco de la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y esto es lo que sucedió más allá de cualquier debate ideológico-político de parte de los defensores del régimen khomeinista.

También hay un punto que la opinión pública y los medios han olvidado: Irán jugó un papel importante en el debilitamiento del Acuerdo de Oslo con el lanzamiento de una serie de operaciones suicidas alimentando la segunda intifada en los territorios palestinos. Los resultados fueron la violación del Acuerdo y el enfrentamiento con Yasser Arafat.

Irán jugó un papel importante en el debilitamiento del Acuerdo de Oslo

En el presente, enfrentado con los sauditas con su proyecto de "golpe de Estado hacia el interior del Reino", Arabia Saudita aparece para Irán como un gran obstáculo debido a su peso árabe, islámico e internacional. Esta es la razón por la cual Arabia Saudita es un objetivo constante en el proyecto Iraní y cuando no logró debilitar al Reino a través de Bahréin y Qatar, Irán cambió su atención hacia Yemen facilitando un arsenal de misiles a los rebeldes Houthis, igual que lo hizo con el grupo terrorista libanés Hezbollah.

Probablemente a Irán le preocupe en gran medida la nueva imagen saudí de un estado determinado en reformas internas y externas de sus políticas. La sociedad y los lazos cercanos con EE. UU. y sus alianzas económicas estratégicas con los principales países del mundo. La imagen que Arabia Saudita lanzó en un amplio programa interno de transformación económica y social que ha comenzado a lograr grandes avances, según lo describió en declaraciones recientes el presidente egipcio Abdul Fattah al-Sisi. Sin embargo, si la respuesta de Irán es la exportación de su revolución por medio de la violencia y el terrorismo no tendrá posibilidad alguna de prosperidad ni liderazgo regional.

Esta es la realidad que aceleró el deseo de apuntar a Arabia Saudita. El misil iraní disparado por los terroristas yemeníes abrió un nuevo capítulo en las relaciones entre Arabia Saudita, el Golfo e Irán. Los persas están comprometidos con la política de re-modelar la región para ocupar el primer puesto allí, tal vez para convertirse en el socio principal de lo que Teheran llama "Gran Satan". Sin embargo, está claro que la innovadora Arabia Saudita eligió un nuevo enfoque para contener y disuadir a los grupos violentos iraníes.

El misil houthi-Iraní dejó a Arabia Saudita sin otra opción que invertir todas sus capacidades y relaciones para frustrar y neutralizar definitivamente la conducta de Irán y tal escenario no es más que una batalla por el liderazgo futuro de la región y la estabilidad del mundo libre.

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