Economía y Sociedad

La economía colaborativa se profesionaliza

La economía colaborativa ha marcado el consumo de los últimos años, especialmente en los sectores turístico y de transporte.

Últimamente se ha difundido la expresión “uberización de la economía”, que para muchos significa trabajo precario, inestable y sin protección social. Sin embargo, a medida que las plataformas como Uber se consolidan, se profesionalizan y se aproximan a las empresas tradicionales.

La economía colaborativa ha marcado el consumo de los últimos años, especialmente en los sectores turístico y de transporte. Blablacar tiene seis millones de usuarios, de los que 2,5 millones son españoles. Uber opera en más de 80 ciudades. La comunidad de Airbnb se extiende por 191 países y, solo en 2015, ha alojado a 50 millones de huéspedes. Y, sin ir muy lejos, la aplicación del mercado de objetos usados Wallapop superó hace tiempo los 10 millones de descargas.

Sus nombres se asocian a viajar barato, usar productos sin necesidad de comprarlos, aprovechar lo que ya no se usa y la apertura de barreras sociales e incluso políticas; pero también a huelgas de trabajadores profesionales y a empresas tradicionales en pie de guerra.

Uber, una oportunidad para salir del paro

El Financial Times recogía hace poco una historia que refleja esta paradoja. En los suburbios de Paris (banlieues), convertirse en conductor de Uber supone casi la única posibilidad de entrar en el mercado laboral para miles de inmigrantes sin estudios o con antecedentes penales. Ahora mismo, 15.000 nuevos chóferes están conduciendo, sin dar problemas, para los directivos y empresarios de la ciudad, compitiendo con los 17.000 taxistas registrados. Estos últimos han llegado a pedir al gobierno francés que detenga a los directivos de Uber.

En los últimos años, el gobierno ha invertido 40.000 millones de euros en rehabilitar los arrabales deprimidos de París, donde reina la delincuencia y, últimamente, el islamismo radical. Ninguna de sus políticas antidiscriminación ha logrado resultados tan positivos como los de Uber; que además de generar empleo ha conseguido reducir los precios y aumentar la demanda un 10%, en los últimos cinco años.

Si bien el sistema colaborativo ha demostrado tener imperfecciones serias, sobre todo en lo que se refiere a los derechos de trabajadores y consumidores, también ha arrojado luz a un mercado laboral marcado por la falta de ayudas al emprendimiento y las altas tasas de paro. En muchos países, las plataformas de trabajo amateur han dejado en evidencia tanto a las leyes como a las empresas y han demostrado mayor lucidez para aprovechar la tendencia digital de consumo a través de smartphones. Llegado este punto, con las oportunidades que abre el mundo de la geolocalización y la eliminación de intermediarios, parece que la vuelta atrás es inviable.

Convenios con empresas

Dice Albert Cañigueral, en el libro Vivir mejor con menos, que el éxito de la economía colaborativa llegará, no cuando desaparezcan las empresas e instituciones tradicionales, sino cuando se consigan acuerdos entre sector público, privado colaborativo, grandes empresas y startups disruptivas, ya que cada uno de ellos aporta algo diferente.

Ante la revolución del consumo, muchas empresas esconden la cabeza esperando a que pase la tormenta, otras intentan frenar el cambio a través de acciones legales, algo que a estas alturas parece prácticamente imposible. Sin embargo, hay algunas compañías que ya se están sumando de alguna manera a la economía colaborativa.

Frizbiz es una plataforma francesa de “bricolaje entre vecinos” que cuenta con 100.000 usuarios. A través de ella, cualquier particular –en la aplicación se llaman jobbers– puede ofrecer sus servicios para tareas domésticas: reparaciones, limpieza, planchado, cuidado de niños, clases de cocina…

En 2015, Leroy Merlin compró una pequeña participación en Frizbiz y, gracias a eso, la empresa ha ganado mucha visibilidad y solidez, y sus usuarios e intermediarios se benefician de diferentes descuentos. El hecho ha levantado la cólera de los artesanos profesionales que, al igual que hoteleros y taxistas, ven disminuida su cuota de mercado por el trabajo de particulares que no tributan al Estado (al menos no en las mismas condiciones que ellos).

El caso de Leroy Merlin no es aislado. Gran parte del sector hotelero busca asemejarse, cada vez más, a plataformas como Airbnb, por el éxito que tienen entre el público menor de 35 años. También en Francia, un sindicato que representa a 150 despachos de abogados y 500 notarios, ha firmado un acuerdo con el portal de servicios legales online Legalstart, para combinar la experiencia de los profesionales con la automatización de trámites –por ejemplo, el cambio de la sede social–, de manera que resulten mucho más baratos para las pymes.

Comparte un Audi

Sin embargo, el caso más llamativo es el del sector automovilístico, que ha dado muchos pasos en este sentido en los últimos cinco años. Los grandes gigantes occidentales van tendiendo puentes hacia los negocios colaborativos para ampliar su negocio más allá de la tradicional venta, financiación y mantenimiento de vehículos (ver Aceprensa, 18-07-2013).

En 2011, BMW compró acciones de ParkAtMyHouse (ahora JustPark) y tiene su propio portal de coche compartido, Drive-now, que opera en varias ciudades de Europa y América del Norte. En 2013, el gigante del alquiler automovilístico, Avis, se hizo con la aplicación para compartir coches, Zipcar. Audi debutó el año pasado en el mercado de coches de lujo compartidos en San Francisco. Ford está probando un servicio para compartir coche en Londres llamado GoDrive. Y, sin ir más lejos, en enero de este año General Motors –que lleva tiempo haciendo incursiones en el mundo del llamado carsharinglanzó Maven, un servicio del mismo tipo, y se asoció con Lyft, otra plataforma de conductores a la carta.

Incluso algunas empresas ferroviarias han comenzado a hacer acuerdos con la industria del coche compartido, como es el caso de la compañía francesa de ferrocarriles SNCF y el portal Ouicar, para ofrecer, entre los dos, un servicio “de puerta a puerta” a los viajeros.

Y es que, para no quedarse atrás en la conquista de nuevos mercados, parece que las marcas más consolidadas deberán demostrar que no están interesadas solamente en vender sus productos, sino en satisfacer todas las necesidades de sus clientes, aunque con ello no siempre obtengan un beneficio económico directo.

Los problemas de las nuevas plataformas

A pesar de los cambios, son muchos los datos que apuntan a que seguirán corriendo buenos vientos para la economía del compartir. Sin embargo, es difícil saber cómo evolucionará.

En San Francisco, los conductores de Uber habían demandado a la compañía porque trabajan como autónomos, sin las ventajas de ser empleados. La compañía ha llegado finalmente a un acuerdo extrajudicial con ellos y, a cambio de una compensación de 100 millones de dólares en total, seguirán siendo trabajadores independientes, que es la clave para que la plataforma sea rentable. Pero Uber sigue teniendo querellas iguales en otros estados como California, Massachusetts, Florida, Pensilvania o Arizona.

Otro problema al que se enfrentan es el tamaño, un tema crítico. Ahora mismo las plataformas son demasiadas y no hay tanto mercado, por lo que solo resultan rentables las que tienen muchísimos usuarios. Además, si no consiguen crecer rápidamente desde el principio, tampoco pueden asegurar un mínimo nivel de servicio ni recuperar la gran inversión que tienen que hacer en tecnología.

Parece evidente que las plataformas de economía colaborativa han conseguido llenar un nicho de mercado. Pero a la vista de los problemas que generan a su alrededor, es lógico preguntarse si su rentabilidad será realmente sostenible en el tiempo. Casi todas las soluciones apuntan a lo mismo: una cierta profesionalización que acabe con aquellas compañías que robaban cuota de mercado sin pagar impuestos, pero que a la vez mantenga la esencia del nuevo sector.

© Aceprensa

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