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Las peligrosas prisas de Putin

La guerra de Putin tiene los imprevistos de todas las contiendas. No contaba el presidente ruso que casi ocho meses después de atacar unilateralmente Ucrania se encontraría en posición de retirada. El majestuoso ejército que vemos en los desfiles de la Plaza Roja ha resultado ser una imitación del general Potemkin mostrándole a Catalina II lo bonita que era Crimea con las casas de madera improvisadas al paso de la zarina. Detrás de aquellas casas no había nada.

El ejército ruso dispone de armamento suficiente para ocupar militarmente Ucrania en cuestión de semanas. Pero no cuenta con los oficiales ni los soldados adecuados para ejecutar la decisión política. Putin ha perdido la guerra aunque celebre ceremonias fastuosas en el Kremlin y reciba el entusiasmo de las masas tras firmar la anexión de cuatro regiones ucranianas después de la celebración de ilegales y apresurados referéndums.

Un día después de la anexión de cuatro regiones las fuerzas rusas se retiraron de la estratégica ciudad de Liman antes de ser acorraladas por las tropas ucranianas que están ganando territorio perdido en los primeros meses de la guerra. La ciudad de Liman, por lo tanto, ya no forma parte de la Federación Rusa. Se trata de una ciudad estratégica, en la que vivían unas 20.000 personas, centro de comunicaciones y de distribución de material de guerra y alimentos en la región de Donetsk.

La guerra será larga y sangrienta porque los ucranianos luchan pensando que van a liberar las partes del país ocupado por rusia y porque cuentan con la ayuda militar y económica de Occidente, principalmente de Estados Unidos que facilita armamento sofisticado para rechazar la invasión rusa.

Los gestos de Putin para ganar la guerra o para consolidar la anexión de cuatro regiones ucranianas son precipitados y propios de un presidente que es consciente de que si pierde esta guerra en Ucrania su popularidad y, sobre todo, su permanencia en el poder están seriamente amenazadas.

Una vez desatada una guerra no se trata ya de quien tiene razón sino de quién la gana o la pierde utilizando todos los medios al alcance de los contendientes. En su discurso del Kremlin del viernes pasado, Putin culpabilizó a Occidente de todos las maldades contra Rusia. Es una guerra con connotaciones económicas, políticas, religiosas y territoriales. Las prisas no juegan a su favor porque no es una guerra popular entre los rusos, especialmente desde que ha anunciado la movilización de más de trescientos mil reservistas.

La guerra de Ucrania es un pulso militar y de civilización entre Rusia y Occidente. Con la singularidad de que Putin está cada vez más solo y no cuenta ni con el apoyo de China ni de la India. Si se ve acorralado puede echar mano de armas nucleares tácticas para ser lanzadas en territorio ucraniano.

Desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962 no se conocía una situación en la que Rusia podría recurrir al armamento nuclear. Putin lo ha dejado claro al advertir que utilizaría “todos los medios a su alcance” para defender el territorio ruso. Y puesto que las regiones anexionadas son consideradas territorio de la Federación Rusa, se desprende que podrían ser defendidas por armas nucleares tácticas, locales, en contra de tropas ucranianas.

La preocupación en Washington, en la OTAN y en la Unión europea es grande. Putin y los rusos sostienen, con razón, que el único precedente de bombas nucleares lanzadas sobre población civil ocurrió en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 con la aprobación explícita del presidente Harry Truman.

Observado desde la distancia geográfica, es urgente que se detenga esta guerra que puede llegar a ser tan destructiva como las dos mundiales del siglo pasado. Pero la diplomacia no está en la mente de Putin ni en la de Zelenski. Tampoco en la del llamado Occidente que sigue comprometido en apoyar a un país injustamente atacado por su vecino. El problema es que si Putin anexiona hoy cuatro regiones ucranianas, mañana puede tragarse a los países bálticos y más tarde querer recuperar la dependencia del Kremlin de Polonia, Bulgaria, Hungría, Chequia…, es decir, desbaratar y reducir a Europa a la mínima expresión. Lo que ocurre en Ucrania es el germen de una guerra mundial entre Rusia y Occidente.

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