América, Política

La maldición de la caridad en Haití

La ayuda extranjera sostenida, como el arroz, lleva a muchos productores locales a la quiebra.

La tragedia ha golpeado a Haití, de nuevo. Funcionarios locales calculan las muertes por causa del huracán Matthew en más de 1.000 y es probable que una epidemia de cólera eleve esa cifra. En el centro de esa devastación, en el occidente rural del país, las viviendas han sido destrozadas por los fuertes vientos y los cultivos han desaparecido. Los residentes, que se encuentran entre la gente más pobre en el país más pobre del hemisferio occidental, perdieron lo poco que tenían.

Esta es una escena demasiado familiar. También lo son los aviones y cargamentos de ayuda humanitaria que llegan al país. La situación desesperada de tantas almas desamparadas, cuyo único error fue haber nacido en Haití, ha desatado una nueva ola de donaciones de caridad. Es algo sumamente necesario.

Sin embargo, también es un momento oportuno para la introspección por parte de la comunidad de ayuda internacional.

Si la gente está viviendo en chozas con techos de hojalata cuando llega un huracán, la ruina es predecible. Pero ¿por qué tantos haitianos siguen viviendo en una pobreza tan abyecta en el siglo XXI?

Paradójicamente, la respuesta podría estar ligada a la forma en que la ayuda humanitaria, necesaria y bienvenida en una emergencia, se transforma fácilmente en una caridad permanente que socava los mercados locales y genera dependencia.

Esa es la lección del documental de 2015 Pobreza S.A., producido por el Acton Institute, con sede en Grand Rapids, estado de Michigan. Como sugiere el título, proveer a los pobres ahora es un gran negocio que trabaja para mantenerse a sí mismo. Lo que es menos obvio son las consecuencias destructivas no previstas de su intervención. El filme de 91 minutos debería ser materia obligada para cada comité de justicia social de cada iglesia en Estados Unidos.

Pobreza S.A., que obtuvo el prestigioso Premio Templeton Freedom el año pasado, critica las brigadas de ayuda pero no por malos motivos. El problema es que asumen, muy a menudo, que la pobreza es causada por una falta de dinero o recursos. Esto produce la solución equivocada, una que prescribe el llevar a la economía en problemas tantas cosas gratis como sea posible.

La pobreza del mundo en desarrollo es en parte un problema de acceso al mercado, como explica en la película Herman Chinery-Hesse, un emprendedor de software de Ghana. “La gente aquí no es estúpida”, dice. “Sólo está desconectada del comercio global”. Encima, sufren de la maldición de la caridad.

Los haitianos dicen en broma que viven en la tierra de las 10.000 organizaciones no gubernamentales (ONG). El país también ha recibido miles de millones de dólares en ayuda extranjera, de gobiernos y organismos multilaterales, a lo largo de los últimos 25 años. Esta enorme entrega de dinero ha creado distorsiones perjudiciales para la economía local debido a que lo que de otra forma habría sido comerciado o producido por los haitianos es entregado de manera gratuita, lo cual lleva a la quiebra a los emprendedores.

Haití era un receptor de ayuda caritativa mucho antes del terremoto de 2010, pero no siempre había sido tan trágicamente indefenso. El país solía ser autosuficiente en arroz gracias al trabajo de los campesinos. Sin embargo, eso cambió a principios de los años 80, según el testimonio de un experto en desarrollo entrevistado en la película. Fue entonces cuando Haití abrió su mercado arrocero y EE.UU. comenzó a enviar arroz subsidiado al país con la meta de poner fin al hambre y ayudar a los cultivadores de arroz de Arkansas con dinero de los contribuyentes estadounidenses. La mayoría de los agricultores haitianos no pudieron competir con la generosidad del Tío Sam y perdieron a sus clientes.

Aunque es cierto que un país se hace más rico si un vecino le da comida gratis, la economía haitiana era demasiado rígida para que los agricultores se adaptaran. La sobreoferta local de arroz no se exportaba fácilmente debido a que los productores haitianos no eran lo suficientemente eficientes como para superar las desventajas competitivas causadas por los aranceles y los mercados subsidiados en el extranjero. También tenían que enfrentar la corrupción del gobierno y la burocracia, especialmente en los puertos de su propio país. Los problemas se agravaron con más donaciones de arroz de EE.UU., después de que Bill Clinton devolvió a Jean Bertrand Aristide al poder en 1994 y luego del terremoto de 2010.

Las donaciones de agua embotellada, ropa, zapatos e incluso paneles solares destruyen los negocios locales de la misma forma. Pregúntele a Jean-Ronel Noel, quien cofundó la empresa de paneles solares Enersa en su garaje a mediados de la década de 2000 y la expandió hasta contar con más de 60 empleados. Está orgulloso de sus trabajadores, que, según explica en Pobreza S.A., provienen principalmente de los infames barrios marginales de Puerto Príncipe. Un empleado habla del sentido de pertenencia que el trabajo le ha dado.

La compañía tenía un negocio robusto hasta el terremoto de 2010. “Después del terremoto competíamos principalmente con las ONG (…) que venían con sus paneles solares (…) y los entregaban gratis. ¿Qué pasa entonces con los emprendedores locales?”. Como lo pone Alex Georges, el socio de Noel, “la demanda se detuvo debido a que es complicado competir con lo gratis”.

Noel apunta a otro problema relacionado: “Esas ONG están cambiando la mentalidad de la gente. Ahora usted tiene una generación con una mentalidad de dependencia”.

Cuando termine la limpieza de los estragos de Matthew, los grupos de ayuda deberían comenzar a empacar sus maletas. La mejor forma de mostrar que nos importan es proveer ayuda de emergencia y luego dejarles Haití a los haitianos.

© WSJ

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