Los mítines electorales están desfasados. Los debates se libran en los diarios, los platós de televisión, las radios y en las redes sociales. Los políticos pisan poco la calle. La masa crítica de opinión supera con creces la de la información. Los comentarios son libres, pero los hechos son sagrados, escribió el mítico director del Manchester Guardian, C.P. Scott, a finales del siglo XIX. Hoy parece que las opiniones son sagradas y la realidad es irrelevante. Las democracias se devalúan si los debates no se sustentan en los hechos sino en los estados emocionales de opiniones cambiantes.
El político tiene la tentación de suplantar al periodista. Un día ya lejano Jordi Pujol me dijo que quien mejor le hacía las entrevistas era él mismo. Lo importante no es la substancia, sino cómo es percibido el mensaje que pasa por el periodismo, cuyas relaciones con el poder son complicadas, insatisfactorias y tensas.
En una sociedad tan bombardeada por noticias y opiniones es imposible separar a los medios del centro del debate cívico y político. Donald Trump fue un abanderado en mofarse y humillar a los periodistas críticos. Fue tal su hostilidad que llegó a calificar a los medios como enemigos del pueblo y su portavoz acuñó la idea de “hechos alternativos” para enmascarar evidencias incómodas.
Se equivocó Pedro Sánchez al señalar a medios y periodistas como responsables de la percepción que se tiene de su gestión de gobierno. Ha rectificado su actitud en un recorrido casi diario a todos los medios críticos, sometiéndose a todo tipo de preguntas. Hay medios de derechas y de izquierdas, como en cualquier democracia solvente.
El fondo del mensaje que circula en los ámbitos hostiles a los medios críticos es que la prensa no protege la democracia, sino que la pervierte y, por lo tanto, hay que atacarla y desacreditarla hasta que deje de ser creíble. No hay manos inocentes en el periodismo en ninguna parte. Pero la fuerza de la palabra escrita, elaborada con datos, exponiendo realidades no oficiales e incómodas, tiene tanta o más credibilidad que los gobiernos y sus portavoces.
Que los políticos y periodistas no se intercambien los papeles. Que cada cual cumpla con su deber. Los gobiernos han de convencer y encajar las críticas con argumentos y, si es posible, con ironía y buen humor.
Publicado por La Vanguardia el 7 de julio de 2023