Política

Una receta para dejar de fabricar pobreza

Nos parece que ha llegado la hora de ver la otra cara de la moneda. Esto es: ayudar, o mejor, -no estorbar- para que los ricos y los pobres puedan crear su propia riqueza.


Si alguien busca su salud, pregúntale primero si está dispuesto a suprimir en el futuro las causas de su enfermedad; y en caso negativo, abstente de ayudarlo.

Socrates

La única forma de eliminar la pobreza es crear riqueza. Demasiadas páginas se han escrito acerca de la distribución de la riqueza, demasiados discursos sobre justicia social, demasiados sermones sobre caridad, demasiadas páginas sobre la conciencia social que deben tener los empresarios y los ricos, demasiado se ha dicho ya de cómo debemos ayudar a los pobres.

Nos parece que ha llegado la hora de ver la otra cara de la moneda. Esto es: ayudar, o mejor, -no estorbar- para que los ricos y los pobres puedan crear su propia riqueza.

La medida más utilizada en el mundo para cuantificar la riqueza de un país es su PIB per cápita; medida que puede sofisticarse cuando se ajusta por el poder de compra de los ciudadanos. Esto es una buena aproximación de la cantidad de bienes y servicios que pueden consumir sus habitantes. A partir de allí, la principal medida de la variación de la riqueza de un país es el crecimiento de su PIB.

Ahora bien, un país que crece al 7% anual duplica su PIB cada diez años. Es decir que, si logra mantener esa tasa de crecimiento por 30 años, multiplicaría su PIB ¡ocho veces! Estamos convencidos de que cualquier persona tendrá la oportunidad de vivir mejor en un país 8 veces más rico.

Esto no es una utopía, lo han logrado países tan variados como: EE.UU. a fines del siglo XIX y principios del siglo XX; Japón después de la ocupación norteamericana, los Tigres Asiáticos desde 1960 a 1990. En los últimos tiempos, China en Asia, Irlanda en Europa y Botswana en África. En América Latina el panorama no es tan alentador, hay una sola excepción a la malaria general: Chile, que logró mantener tasas cercanas al 7% anual durante casi dos décadas y ahora, con su gobierno socialista, son algo menores. Hubo en la historia otra notable excepción: la Argentina desde la Constitución de 1853 hasta 1930 que, junto con California, fue posiblemente el Estado de mayor crecimiento durante ese período.

La pregunta entonces es ¿Cómo lograrlo?

La respuesta es simple, en todos los casos tuvieron tasas de inversión muy elevadas en términos de su PIB, incluso superando el 30%: China entre 30% y 40%, Japón 34,5%, Irlanda 29% y Chile 26,5%.

En Argentina, desde 1900 a 1930, mantuvimos una tasa de inversión superior al 30%, mientras que esta tasa fue cayendo hasta niveles del 17% a fines de la década del 80, subió al 20% en los 90´s, se destruyó entre el 2001 y 2002 y vuelve a subir ahora a niveles que, con un poco de suerte, alcanzará el 18% el año próximo.

Alguien podrá señalar que, en los últimos dos años Argentina viene creciendo al ritmo deseado para duplicarse cada 10 años. Pero, es evidente que esto sólo fue posible porque la depresión anterior desplomó el nivel de actividad hasta el punto en que se utilizaba apenas el 50% de la capacidad instalada. Mientras tanto, la inversión neta fue negativa y la capacidad instalada caía en el mismo período. De manera que el año próximo 2/3 de la economía ya tendrán altos niveles de utilización de la capacidad instalada y a partir de allí, sólo las inversiones podrán mantener el crecimiento.

Dado que el nivel de depósitos privados en nuestro sistema financiero es muy pequeño (18% del PIB, la cuarta parte de los que tiene Brasil o EE.UU.) y que nuestro mercado de capitales es exiguo, la mayor parte de las inversiones sólo podrán venir del exterior. Pero, en ese campo tampoco estamos muy bien: a principios de siglo Argentina atraía el 50% del total de inversión extranjera directa (IED) de América Latina. Luego fue cayendo gradualmente hasta alcanzar un mínimo en la década del ´80, se recuperó en los 90´s hasta alcanzar un 30% del total, pero el año pasado apenas llegó al 3%.

Dos acontecimientos actuales pronostican que, más allá de la recuperación cíclica que estamos viviendo en Argentina, sólo veremos continuar la decadencia. Primero, los fallos anticapitalistas de la Corte Suprema que resquebrajan el derecho de propiedad, aseguran que la Justicia será un escollo relevante que espantará a grandes inversores por muchos años. La vieja doctrina de la “emergencia”, que sugiere que el país “está por encima de los intereses particulares” y que podría confundirse rápidamente con la doctrina de “facto”. Doctrinas todas ellas vigentes desde 1930 aseguran que la decadencia continuará porque los inversores saben que en cualquier momento pueden ser afectados sus contratos, sus depósitos, sus alquileres, su patrimonio y que la justicia nunca los defenderá sobre todo si piensan invertir más de USD 70.000, según el fallo del juez argentino Zaffaroni.

El segundo hecho culminará en los próximos días cuando el gobierno festeje la renegociación de la deuda. El problema es que aún suponiendo una dudosa gran aceptación de los acreedores, quedará manchado nuestro nombre con el séptimo default de nuestra historia, luego de 3 años de negociar unilateralmente y con una de las peores quitas para los tenedores de bonos. Ambos hechos aseguran que por varias décadas Argentina tendrá mayores tasas de interés y menores inversiones que el promedio de los países emergentes. O lo que es lo mismo, menor crecimiento y mayor pobreza.

Fuente: www.atlas.org.ar

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