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Argentina rechaza al sistema capitalista

La mayoría de los argentinos están sufriendo un deterioro económico, social,  y cultural,  debido a  que  quienes gobiernan  tienen ideas contrarias a la realidad. En nuestro país se intenta aplicarlas,  aún sabiendo que no existen las condiciones para que sean exitosas,  han demostrado desde hace décadas que no funcionan. El Gobierno las mantiene tozudamente,   con anteojeras ideológicas, sin que le importe las advertencias del mundo empírico. Asusta ver su acercamiento  a aprovechados líderes sindicales y el trato despreciativo hacia los empresarios, sin entender su trabajo ni la importancia que tiene el proceso productivo, indiferente a las tragedias que está provocando. No advierte los conflictos de intereses, ni las tensiones psicológicas latentes, tanto personales,  como institucionales,  y la disminución  de oportunidades para que la gente construya su vida sin la presión del Estado.

En un país democrático existe la posibilidad de realizarse, los derechos están garantizados, la libertad es un horizonte de posibilidades, aquí se le teme, no se la acepta, por eso se van achicando los grados de autonomía para la libertad personal. Se hace difícil  intentar realizar el propio destino por la aplastante intervención del Estado, la realidad va por un camino,  mientras que el Gobierno se empecina en ir por otro. Predica  el mito de que los países subdesarrollados son pobres por culpa de los países ricos, error descomunal, son pobres porque han carecido de desarrollo capitalista. Argentina necesita de estructuras políticas que propongan más productividad,   la cantidad y calidad de la acumulación de riqueza depende de ella y ésta de los niveles de creatividad e innovación,  cuyo fundamento depende,  tanto del flujo informativo,   como de la libertad de las personas. Por eso,  mejorar el sistema republicano y democrático es prioritario: los funcionarios se llenan la boca con la palabra democracia porque  no abolieron la propiedad privada ni la Constitución, pero ésta no se cumple  y aquella disminuye peligrosamente por  políticas intervencionistas y estatistas.  Se tilda a los empresarios de egoístas, usureros,  los critican sin consideración,  con rabia, envidia,  y resentimiento. No conciben que para el obrero,  al que dicen defender,  no es importante que el empresario gane más,  sino que mejore su  salario y condiciones de trabajo. El problema para él es que la empresa no progrese,  se funda,  o que lo despidan. Actualmente escasean las oportunidades de trabajo, por falta de capacidad para adquirirlos,  por salarios muy bajos, y  porque se rechaza ordenar a un Estado glotón.

No se entiende que los empresarios producen para un mercado, lo cual es siempre una tentativa, una exploración, los procesos creativos son siempre impredecibles, es por eso que  no pueden saber  si los bienes satisfarán o no las previstas necesidades de la gente,  muchas veces,  chocan sus proyectos con la complejidad de la vida humana. La dinámica  capitalista los lleva a hacer producir el dinero,  ir detrás de nuevos emprendimientos. Para operar necesitan de una sociedad abierta donde haya libre información,  la cual surge,  no de individuos aislados,  sino de los intercambios realizados.  Es el empresario  el que interpreta esa información: cómo será la producción,  si mayor o menor,   qué tipo de producto le conviene repetir, modificar o renovar,  y a qué precio. Organiza no solo el sistema productivo sino, también,  su administración, es un  complejo trabajo.

El sistema capitalista, a pesar de la resistencia cultural que ha tenido en muchas partes del mundo,  ha creado riqueza,  sin la violencia del pasado,  a través de las dinámicas transacciones del mercado y reducido,  enormemente,  la indigencia y la pobreza. Desde el siglo XX las condiciones de los trabajadores mejoraron en todo el mundo salvo en las experiencias socialistas y nacional socialistas y donde el capitalismo  fue minoritario,  o   fue eliminado. Como muestra basta un botón:  en la URSS se robaron tierras  y  se mataron a millones de campesinos,  explotaron salvajemente a los trabajadores,  hechos inocultables,  pero silenciados por el fanatismo de una religión secular.

La mayoría no está al corriente del  impulso extraordinario que el sistema capitalista dio al mejoramiento de la vida humana, ni reconocen la función social del empresario para acrecentar la riqueza de la sociedad. Éstos hacen mucho mejor que los gobiernos la transformación de ganancia en capital,  con más eficacia y eficiencia.  En los emprendimientos privados todos trabajan,  aunque las tareas sean muy diferentes nadie recibe sueldo sin trabajar. En cambio, en  las empresas estatales,  las funciones del capitalista y el empresario las hacen los funcionarios políticos,  utilizan la empresa como base de prebendas,  les importa más la dependencia política que  el éxito económico del que depende la prosperidad.

Si no se procura  un sistema social global dinámico,  que permita los libres intercambios y un subsistema económico medianamente productivo,  no habrá en nuestro país la forma de crear la riqueza necesaria para mejorar. Si ésta aumenta,  la desigualdad se puede amplificar,  pero este no es el problema, porque es  lógicamente probable que  a la vez,   aumente la movilidad social de los sectores más bajos,  lo demuestra  la enorme expansión de los sectores medios y sus consumos en las sociedades desarrolladas. Si las observamos,  vemos que allí también  ha crecido el sentimiento de ayuda y comprensión hacia familias carenciadas,  enfermos,  e incluso,  animales. El desarrollo de la filantropía es producto de la expansión capitalista que  no solo ofrece riqueza material, sino que crea posibilidades, mucho más que la pobreza,  para la creatividad espiritual.

Habrá que esperar las próximas elecciones para saber qué quiere la gente. Nos darán  el veredicto de cuáles son las ideas que tienen valor para los argentinos. Aun hoy vemos a políticos que desconocen que la sociedad es un sistema abierto, creen que el resultado de las acciones de los hombres es de los cálculos arbitrarios de los “sabios” que proporcionaran la información indispensable que solo el mercado puede prestar. Rinden culto a la racionalidad de la planificación, alarma que no hayan aprendido de tantos errores.

Vimos claro en el último discurso del Presidente,  de  monótonas repeticiones y frases hechas,  que el Gobierno,  siguiendo las órdenes de la “Capitana”,  intenta saltar sobre la Justicia y sobre el sistema escalonado y competitivo de la democracia.  Como dijo  José Ortega y Gasset, la vida es siempre imprevista, no nos han anunciado antes de entrar a ella,  ni fuimos preparados,  en su totalidad tiene algo de pistoletazo que nos fue disparado a quemarropa. Pero es un problema que debemos resolver nosotros,  y no solo en estos casos de especial dificultad, sino siempre,  en todo instante nos vemos obligados a elegir entre posibilidades. En Argentina,   debemos decidir qué Mundo y qué país queremos, lo decisivo no es la suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser  Tenemos una chance  de salir de esta crisis,  que como otras podemos superar, depende de las ideas que adoptemos para el intento: las próximas elecciones nos van a ofrecer diferentes caminos,  ojalá sepamos elegir, no preocuparnos por lo que será nuestro futuro es dejar que nuestro destino navegue a la deriva.

Elena Valero Narváez.  Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía  de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).

 

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