Pero los votantes no son imbéciles. Las campañas publicitarias no les convierten en autómatas que votan a ciegas al candidato que “más se anuncia”.
Peor que la hipocresía, no obstante, es la condescendencia hacia los votantes que se esconde detrás de la indignación fingida por la sentencia del Tribunal Supremo.
Pero los votantes no son imbéciles. Las campañas publicitarias no les convierten en autómatas que votan a ciegas al candidato que "más se anuncia". La política estadounidense está repleta de candidatos y campañas que perdieron por puntos, al margen de los dinerales gastados en anuncios en prensa, cuñas radiofónicas y anuncios televisivos que les promocionaron. La sentencia del Supremo simplemente permite que las empresas, al igual que un sinnúmero de asociaciones y grupos, expresen su opinión durante las campañas electorales. No tiene ningún efecto sobre la capacidad de los votantes de ignorar lo que las empresas pueden optar por decirles.
Que las empresas vayan a dar uso a la sentencia del Supremo está por verse. Muchas empresas, sin duda, van a evitar tomar partido en las campañas electorales reñidas por temor a perder clientes; otras pueden decidir que los presupuestos de relaciones con el gobierno se gastan mejor en la presión política discreta que en campañas públicas.
Pero ni siquiera aquellas que opten por anunciarse en elecciones van a cometer el error que muchos de los detractores de la sentencia están cometiendo. Ellas saben que los estadounidenses no son ovejas, a las que se conduce fácilmente como ganado por medio de anuncios inteligentes. Si la publicidad corporativa fuera irresistible, después de todo, todos estaríamos bebiendo la nueva Coca-Cola.
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