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Candidatos, campañas y la nueva Coca-Cola

Pero los votantes no son imbéciles. Las campañas publicitarias no les convierten en autómatas que votan a ciegas al candidato que “más se anuncia”.

Obama no es el único crítico de la sentencia del Supremo cuya indignación ante la influencia corporativa en las campañas políticas parece un poco… artificial. El senador Charles Schumer, Demócrata de Nueva York, condenaba al Tribunal por haber "determinado los ganadores de las elecciones del noviembre próximo. No serán los Republicanos. No serán los Demócratas. Será la América corporativa."Viniendo de Schumer es una denuncia curiosa: él es el principal destinatarioen el Senado de las donaciones de campaña aportadas por comités de acción política y demás donantes de cerca de dos docenas de industrias, incluyendo inmobiliarias, la construcción, valores, fabricantes de bebidas alcohólicas, aseguradoras y fondos de cobertura.
Peor que la hipocresía, no obstante, es la condescendencia hacia los votantes que se esconde detrás de la indignación fingida por la sentencia del Tribunal Supremo.
Pero los votantes no son imbéciles. Las campañas publicitarias no les convierten en autómatas que votan a ciegas al candidato que "más se anuncia". La política estadounidense está repleta de candidatos y campañas que perdieron por puntos, al margen de los dinerales gastados en anuncios en prensa, cuñas radiofónicas y anuncios televisivos que les promocionaron. La sentencia del Supremo simplemente permite que las empresas, al igual que un sinnúmero de asociaciones y grupos, expresen su opinión durante las campañas electorales. No tiene ningún efecto sobre la capacidad de los votantes de ignorar lo que las empresas pueden optar por decirles.
No lo creerá viendo todo el escándalo sobre publicidad corporativa soterrada, pero los estadounidenses son perfectamente capaces de pensar por sí mismos. ¿Por qué tanta gente inteligente lo encuentra tan difícil de aceptar? Es una vieja historia. En 1958, John Kenneth Galbraith publicó La sociedad opulenta,un éxito de ventas que alegaba, entre otras cosas, que las grandes empresas se habían vuelto más poderosas que las leyes de la oferta y la demanda, porque la publicidad corporativa siempre podía generar la demanda necesaria para sostener la producción. Por casualidad, 1958 fue también el año en que la Ford Motor Company decidió dejar de fabricar el Edsel, el nuevo modelo de coche que había presentado el otoño anterior con gran fanfarria y gran presupuesto publicitario – pero que los conductores estadounidenses se negaron rotundamente a comprar.
Que las empresas vayan a dar uso a la sentencia del Supremo está por verse. Muchas empresas, sin duda, van a evitar tomar partido en las campañas electorales reñidas por temor a perder clientes; otras pueden decidir que los presupuestos de relaciones con el gobierno se gastan mejor en la presión política discreta que en campañas públicas.
Pero ni siquiera aquellas que opten por anunciarse en elecciones van a cometer el error que muchos de los detractores de la sentencia están cometiendo. Ellas saben que los estadounidenses no son ovejas, a las que se conduce fácilmente como ganado por medio de anuncios inteligentes. Si la publicidad corporativa fuera irresistible, después de todo, todos estaríamos bebiendo la nueva Coca-Cola.

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