No hay remedio que valga, o se eliminan las causas que motivaron los índices enormes de inflación o tendremos que lamentar un nuevo fracaso que nos obligaría a borrar todo vestigio liberal en la República Argentina, lo cual, en defensa de un sistema que entronice la libertad, debe el Gobierno evitar. Se dejaría de lado la Constitución, que garantiza toda industria lícita, llevaría a productores, consumidores, trabajadores y asalariados, a someterse una vez más a las coacciones propias de un gobierno intervencionista y dirigista.
El Gobierno actual está tratando de rechazar las presiones que nos llevarían a aumentar otra vez la inflación, al déficit del presupuesto, y a la inestabilidad monetaria. Está decidido a impedirlo, existe apoyo en sectores importantes de la población pero hay divergencia en el Congreso acerca, no solo del diagnóstico de la situación económica, sino también en los métodos para lograrlo. La corriente kirchnerista, confundiendo las causas con los efectos, pretende seguir con la política anterior de hacer negociaciones sobre precios y salarios y con mayor grado de dirigismo y coerción. De ganar la batalla, la libertad habrá fracasado, por ello el Gobierno se ve en la necesidad de hacer ejercer el peso de su autoridad , no solo para combatir la inseguridad y la corrupción que acometen de manera inusitada el orden social, sino también los intentos de desestabilización por haber arremetido con fuerza y decisión el combate contra un sistema ineficiente, en pos de abandonar una economía semicerrada por otra en expansión, ajustada a los principios liberales de la Constitución.
Numerosos legisladores están trabando un desarrollo sostenido, aún con buenas intenciones no se han desprendido de ideas populistas desarrolladas en el país durante muchos años de predica constante. Es así que frente a decisiones duras, pero correctas, no vacilan en oponerse en nombre de razones sociales, sin ver que atendiendo circunstancialmente a pequeños grupos perjudican a toda la sociedad. La decisión que ha tomado el Presidente de ir hacia un cambio fundamental no tendría que generar diferencias, al menos, en los sectores que piensan de manera similar, tirar del mismo carro permitiría aprovechar las extraordinarias posibilidades que ofrece el país. La penosa situación en que nos dejaron los gobiernos kirchneristas debería, no solo aventar las vacilaciones del camino a seguir, sino apurar las medidas que lo libren de maleza para superar el estancamiento económico – social que no está dando respiro.
Conquistar mercados en el mundo va ligado a la eficiencia, los empresarios pueden lograrla con un marco normativo orientado hacia la producción de bienes exportables a precios internacionales, lo cual supone competencia. El cambio de políticas de privilegios y protección por otras dirigidas a la exportación, sin duda, comenzará a dar resultados. Las inversiones vendrán solo si se avanza hacia un cambio real en las estructuras que traban la actividad económica, una mudanza en ese sentido, drástica. Se precisa un clima que las favorezca, es por eso que no solo se debe cambiar el rumbo sino advertir, con coherencia y convicción, que la elevación de costos y precios son consecuencia de los errores cometidos en años anteriores. Es difícil comprender, para quienes no son economistas, que son al principio un factor correctivo, se necesitan repetidas explicaciones para mitigar el desconcierto y decepción que empieza a mostrar la gente ante el elevadísimo costo de vida.
Tiene que regresar la coherencia entre las ideas políticas y las económicas, dejar de ser democráticos en política, como lo son algunos conspicuos radicales, y autoritarios en economía. Abandonar esta contradicción salvaría muchos de los conflictos que separan y restan fuerza a la acción del Gobierno. Argentina cuenta con sectores, algunos prestigiosos, como es el de la Iglesia, que se unen a sindicatos, políticos, y otros grupos de presión, obnubilados por ideas nacionalistas ligadas al proteccionismo, a la planificación central, a la antipatía por el sistema capitalista representado por EEUU y a todo lo que huela a liberalismo. Esa obsesión nacionalista hace, a veces sin intención, ir hacia políticas de control de importaciones, estatizaciones y corrupción, aduciendo proteger las fuentes de trabajo solo se consigue fuga de capitales, una progresiva decadencia. La actualidad exige responsabilidad política para evitar una crisis mayor, la cual impediría buscar soluciones en un ambiente democrático, y, como se sabe, a menudo estas situaciones permiten a enmascarados dictadores llegar el poder.
El gobierno tiene, por ahora a su favor, al grueso de la opinión pública, le conviene aprovecharla para negociar en el Congreso, sin agresiones, el apoyo a las medidas forzosas para superar las dificultades que existen y que habrán de presentarse. Aun se está a tiempo si se convence a la oposición de aceptar la rectificación de políticas equivocadas del pasado y sobre todo, crear expectativas favorables para las inversiones: quitar frenos a la acción empresaria, única forma de evitar un tremendo costo social al país.
Los argentinos deben convencerse que no habrá solución con estrategias que generan inflación, sin un Estado presente que cumpla con el deber de implementar reglas de juego claras, que les permitan ocuparse de su propio destino sin que sean atacados por la voracidad fiscal. El remedio es ir decididamente a una autentica política antiinflacionaria, tragando saliva por un tiempo, con recesión, restricción del crédito, elevación de impuestos o demora en quitarlos o reducirlos, disminución de ganancias y salarios, además de aumento del desempleo, lo cual demorará el bienestar, por lo menos, hasta fin de año. La otra vía es emisión de moneda, expansión del crédito en condiciones que no guardan relación con los bienes producidos ni con las expectativas existentes, generar inflación. Consiste en vivir una mentira, no puede mantenerse la economía artificialmente, siempre termina pinchándose el globo. Los países exitosos nos muestran que no hay un principio más provechoso que el de la libertad, es por eso ineludible lograr que se admita una dura política de ajuste, aunque la definida anteriormente sea más fácil de aceptar.
Hacer camino al andar es trabajar para que se pueda competir en el mercado mundial y dentro de nuestro país, ayudar a que el Gobierno controle los peligros que acechan su realización, evitar el clima de desestabilización al cual están empeñados en producir miembros del anterior gobierno, sindicalistas y otros grupos de presión. Es necesario impedir que ello conduzca a acontecimientos eludibles mediante el tacto y la prudencia para gobernar, la democracia no es dogmática, propone el diálogo y la autocrítica, implica tolerancia y el libre intercambio de opiniones, pero con límites, no resiste la destrucción de las instituciones que hicieron posible, justamente, la tolerancia y la libertad.
Elena Valero Narváez. Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).