Europa, Política

El terrorismo yihadista de segunda generación

Los atentados en Bruselas despiertan la inquietud sobre la radicalización de jóvenes musulmanes en territorio europeo.

Bélgica no solo es el país de la UE con el mayor número per cápita de jóvenes europeos "conversos" al Estado Islámico que han ido a combatir a Siria e Irak: también ha sido el centro de operaciones desde donde inmigrantes de segunda generación han preparado atentados en Europa. Es el caso de los dos terroristas suicidas identificados en los atentados en Bruselas: los hermanos Brahim y Jalid El Bakraoui habían nacido en Bruselas y eran de nacionalidad belga.

Para Fernando Reinares, investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política y Estudios de Seguridad en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, los atentados de Bruselas confirman la transformación del terrorismo yihadista en Europa.

Existe un terrorismo de segunda generación cada vez más relevante”, explica Reinares en una entrevista realizada por Carlos Sánchez para El Confidencial. Y pone como ejemplo el caso de España: “Hasta 2012, únicamente el 5% de los yihadistas [detenidos en suelo español] había nacido en España, mientras que únicamente el 12% era de nacionalidad española”. Pero esto ha cambiado desde 2013, en el marco de las campañas de reclutamiento realizadas por las organizaciones terroristas en Siria e Irak: “Cerca de las tres cuartas partes de los yihadistas o presuntos yihadistas detenidos desde 2013 hasta el 15 de noviembre de 2015 en España son naturales de Ceuta y de Melilla”.

Ante el auge del terrorismo autóctono, España ha acertado a buscar la colaboración de Marruecos, opina Reinares. Lo que contrasta con la creciente tensión entre Rabat y la UE. Precisamente el pasado febrero, el gobierno marroquí declaró la suspensión de las relaciones con las instituciones europeas, tras una sentencia del Tribunal de Justicia Europeo que perjudicaba los intereses agrícolas y pesqueros de Marruecos.

Para Reinares, la cooperación entre los gobiernos es clave para prevenir la radicalización en el seno de las comunidades musulmanas en territorio europeo. Sobre todo, en un momento en que se ha hecho patente la existencia de una “subcultura yihadista” en Bélgica.

Bruselas, cuna del terrorismo en Europa

La presencia de núcleos radicalizados en Bélgica, explica Lucía Abellán en El País, se hizo patente tras el atentado del museo judío de Bruselas, en mayo de 2014. “A raíz de ese episodio, Bélgica descubrió, con estupefacción, que era el país comunitario más afectado por un fenómeno novedoso: el de los llamados combatientes extranjeros, jóvenes con nacionalidad europea que abandonaban su entorno para unirse a la guerra siria. Con casi 500 personas que en algún momento han viajado a Irak o Siria, el país, de 11,2 millones de habitantes era el que más yihadistas per cápita registraba en Europa”. Según datos del pasado febrero, 562 jóvenes belgas se habían unido al Estado Islámico, de los que una cuarta parte ha regresado.

Los atentados del 13-N en París corroboraron que Bélgica se había convertido en un foco yihadista. “Muy pronto la investigación demostró que esos ataques se habían fraguado en buena medida en Bruselas, orquestados por jóvenes europeos de origen musulmán”.

El epicentro apuntaba a un barrio de fuerte concentración árabe que desde entonces adquirió relevancia internacional. Se trata de Molenbeek, la guarida donde Abdeslam [uno de los responsables de los atentados de París] se radicalizó y donde fue finalmente arrestado el pasado viernes. Ese distrito, a pocos minutos del centro histórico de Bruselas, ha mostrado alguna conexión con buena parte de los atentados que han golpeado Europa en los últimos años, incluido el 11-M español”.

La respuesta al nihilismo terrorista

Ante ataques terroristas como los de Bruselas, puede surgir la reacción de cambiar los hábitos sociales, evitar las concentraciones, quedarse en casa para limitar los riesgos. Pero eso sería hacer el juego a los nihilistas islámicos que odian la sociedad occidental, escribe el editor de Spiked, Brendan O’Neill. La respuesta adecuada, junto a la acción policial, es revigorizar la vida social.

O’Neill señala que “el impacto del terrorismo está más determinado por la propia reacción de la sociedad que por el terrorismo en sí mismo”. “Podemos anular este acto de violencia, pensado para deteriorar nuestra vida social y pública, revigorizando esta vida”. Es comprensible el deseo de restringir la asistencia a actos públicos. Pero la respuesta social debe manifestarse en “mostrar un mayor interés por compartir y celebrar la apertura y las libertades, no huir de las concentraciones humanas en aeropuertos, restaurantes y conciertos de rock que esos terroristas claramente odian”.

Por supuesto, hace falta también una seria acción policial para desbaratar las células terroristas y castigar a sus miembros. Pero no se trata de crear en la sociedad “un clima de constante precaución, para que cada ciudadano se sienta atemorizado, evite los espacios públicos, cambie su vida”. La respuesta social debe suponer “el rechazo a sacrificar la libertad en el altar del miedo”.

El editor de Spiked mantiene que “estamos ante bandas de nihilistas islámicos que desprecian el ruido y las libertades de la vida urbana que la mayoría de nosotros amamos”.

La necesaria integración

Las razones que a veces se dan para explicar este odio son inconsistentes. Por ejemplo, los que dicen que “este terrorismo es una expresión de la rabia contra una Europa que supuestamente maltrata a los musulmanes, no pueden explicar por qué otros grupos que sufren prejuicios –negros africanos, inmigrantes kurdos, judíos– no van también al aeropuerto más próximo y se hacen explosionar”.

El problema que enfrentamos es que “algunos individuos que viven en nuestras sociedades, muchos de los cuales han nacido aquí, han llegado a detestar tanto nuestras sociedades que no les importa nada destruir a sus ciudadanos”. “No es algo político, ni de rebeldía; es nihilismo. Y justifican su nihilismo apelando a una ideología islámica”. Son gente alienada de la vida social, consumida por la autocompasión, “con un narcisismo que les hace imaginar que están absolutamente en lo cierto y que el que discrepa es basura despreciable”.

Nuestra respuesta –dice O’Neill– no debería ser glorificar a estos individuos como rebeldes contra la política exterior o como verdaderos guerreros islámicos, ni imponer medidas autoritarias para contener su amenaza”. Lo que podemos hacer es intensificar nuestra vida social, compartir más con otros nuestros momentos de ocio, demostrar a los terroristas que no pueden cambiar esa vida en sociedad que ellos odian.

© Aceprensa

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