América, Política

Elecciones Chile: “El día después”

El domingo en la noche los rostros de los candidatos denunciarán, más que ninguna otra cosa, a los ganadores y perdedores de las elecciones.

Conocidas las votaciones en las presidenciales y los elegidos en el Congreso, tendremos una exacta radiografía de las preferencias políticas de los chilenos.

Suponiendo que Sebastián Piñera obtiene una clara mayoría que lo posiciona como el próximo Presidente de Chile, ¿cómo él y la centroderecha debieran comportarse con miras a lo que viene?

Nuestra condición humana podría llevar a un excesivo triunfalismo. La prudencia aconsejaría, en cambio, cierta humildad; no solamente porque lo más probable es que deba enfrentarse una segunda vuelta, sino que además porque desde el mismo domingo empiezan a configurarse los contornos de lo que debiera ser la segunda Presidencia de Piñera. Desde esa perspectiva, las señales que se emitan debieran ser consecuentes con el diagnóstico y las convicciones que han alentado esa candidatura, así como con sus planes y propósitos.

Y esas convicciones son básicamente dos. La primera es que Chile ha progresado enormemente en las últimas tres décadas gracias a la presencia de una combinación exitosa entre una economía de mercado y una democracia política, y que la mayoría de la población se ha beneficiado de este proceso y apoya en lo fundamental su continuidad.

La segunda convicción es que los chilenos quieren seguir progresando, lo que significa hacerse cargo de carencias que aún existen en materia de salud, educación, pensiones y seguridad ciudadana, entre otras áreas que deben mejorar y atender contingencias que afectan la calidad de vida; pero están conscientes de que para ello es necesario que el país siga creciendo económicamente y generando nuevos empleos que permitan mejorar sus estándares de vida.

En otras palabras abandonar definitivamente al falso dios de la redistribución de la riqueza como paradigma de la política, para abocarse a la creación compartida de riqueza y progreso para el país. En definitiva, a lo que se aspira es a una segunda transición, esta vez una transición al pleno desarrollo, que tendrá como resultado que los chilenos puedan desarrollar sus propios proyectos de vida personales y familiares en armonía con los demás chilenos y el entorno social que los rodea.

Esto difiere radicalmente de un proyecto refundacional que remueva los cimientos de nuestra sociedad y enfrente a los chilenos en bandos irreconciliables; por eso difiere completamente del proyecto de la Nueva Mayoría, que tan poco éxito tuvo entre los chilenos.

Políticamente, significa convocar, invitar. A todos los sectores de la centroderecha, sin exclusiones ni pretensiones hegemónicas, pero no sólo a ellos, sino a quienes habitan en el centro político, intentando modificar el parte aguas de la política chilena de todos estos años. No es fácil hacerlo, no es cuestión de una maniobra audaz ni de una jugada brillante, sino de un proceso que apunte a las convicciones, al patriotismo, al convencimiento en definitiva, de que con la izquierda no es posible hacer esta segunda transición hacia el pleno desarrollo.

Significa también alentar a que exista una oposición leal, constructiva, que juegue sus opciones en la lidia democrática con convicciones, pero con sentido de país. Significa que podamos sacar adelante temas país con el concurso de la oposición, manteniendo diferencias y opciones en otras materias.

De esa manera, lealmente, una alianza de centroderecha debiera disputar con sus adversarios políticos el gobierno y la posibilidad de liderar esta segunda transición, así como fue la Concertación la que principalmente lideró la primera transición. Con la conciencia de que la alternancia en el poder propia de una democracia sana es siempre una posibilidad, pero con la legítima pretensión de que la centroderecha sea la nueva normalidad en el liderazgo de esta nueva transición.

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.

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