Europa, Política

España: Racionalidad y frivolidad

Lo racional ha caído en desprestigio. Se trabaja con parámetros de impactos, eslóganes, titulares simples y sentimientos.

Alguien tendría que rendir cuentas de los diez meses perdidos en ajustar cuentas sobre legitimidades y posicionamientos personales para llegar a un acuerdo que permitiera la formación de gobierno. En la época de más información concentrada se han levantado muros insalvables entre países, partidos e instituciones. Es un mal del tiempo que advertía el premio Nobel de Literatura del 2002, el húngaro Imre Kertész, al pedir que “un día se debería analizar la masa de resentimientos que impulsan a la inteligencia contemporánea a desdeñar la razón con el consiguiente odio al intelecto”.

Lo racional ha caído en desprestigio. Se trabaja con parámetros de impactos, eslóganes, titulares simples y sentimientos. Estas sensaciones circulan por las redes sociales mezclando certezas y falsedades con fuertes dosis de propaganda. Cuando una sociedad se deja llevar por los impactos de la propaganda y de las convicciones que derivan en el voluntarismo, suele acabar en una gran frustración.

En varias instituciones catalanas se han vulnerado leyes porque tropiezan con un sentimiento compartido por muchos de que se pueden pasar por ­alto aquellas leyes que entorpecen el proceso independentista. Deberían saber los dirigentes que incumplen a sabiendas una ley que pueden encontrarse con que sus gobernados desprecian las ordenanzas municipales o las obligaciones fiscales.

Cicerón entendía que el orden consistía “en el hecho de que el pueblo obedezca a los gobernantes y que los gobernantes obedezcan a las leyes”. La ley es la garantía del orden y de la libertad. Pueden darse leyes injustas como las que Antígona denunció contra la tiranía de su padre convirtiéndose en el símbolo heroico de la obediencia a las leyes no escritas de los dioses en contra de las leyes injustas. Siempre hay que volver a Antígona. Pero no con la frivolidad sino con la racionalidad.

En una sociedad democrática las leyes deben cumplirse. Y si se trata de leyes injustas hay que hacer todo lo posible para sustituirlas por otras más objetivas. Marguerite Yourcenar pone en boca del emperador Adriano que toda ley demasiado transgredida es mala y corresponde al legislador abrogarla o cambiarla a fin de que el desprecio en que ha caído esa ordenanza insensata no se extienda a leyes más justas. Lo que es impropio de un dirigente democrático es desacatar las leyes porque no le gustan o porque van en contra de un posicionamiento que no es compartido por la mayoría de sus conciudadanos. Mucho cuidado.

El conflicto entre Catalunya y España ha entrado en una fase de desconexión retórica y gestual que no tiene efectos prácticos todavía. Pero los va a tener. Si previamente no se llega a un consenso jurídico y político, las consecuencias serán muy desagradables para todos. Fuera del ámbito del derecho, con todas sus complejidades y defectos, la convivencia es precaria.

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