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Imagen: Tobias Käufer/DW

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¿Hacia un país liberal?

Si es que cambia de signo la presidencia, las reformas anunciadas tienen que ver con la doctrina liberal,  o  por lo menos así lo esperan quienes han comprendido que Argentina,   para progresar,  debe convertirse en una sociedad abierta.

El Estado moderno aparece sobre una base autocrática, el liberalismo comienza siendo una fuerza de protesta  política, religiosa, económica, social y ética,  pretendió apartar los obstáculos que impedían el desarrollo del progreso humano. Se opuso a una sociedad con leyes arbitrarias, una nación subyugada por gobernantes despóticos, ahogada por privilegios sociales y abatida por tributos excesivos. Se inició como  una etapa crítica al sistema,  pero al poco andar,  paralelamente a ella,  comenzó la  de  reconstrucción.

La primera condición para la libertad universal que debió admitirse fue la del poder coactivo: sin él algunos hombres pueden ser libres,  pero no todos. Es decir,   la primera condición de un gobierno   es la de no gobernar  arbitrariamente  sino bajo normas fijas a las que se halle sujeto el propio gobernante. Se supone  que la ley debe ser imparcial, si existiera una ley para el Gobierno y otra para los gobernados, una para el rico y otra para el pobre,  no sería  garantía de libertad.   La demanda del liberalismo por la aplicación imparcial de la ley,  surgió  con la idea de asegurar la igualdad entre gobernantes y gobernados,  se procuró  garantizar el derecho de ser tratado de acuerdo a ella: ningún hombre debe estar al completo arbitrio de otro hombre, ni puede ser tratado como un esclavo despojado de sus derechos, ni siquiera frente a la voluntad de quienes ejercen el poder. El gobierno arbitrario fue uno de los temas más debatidos en el Parlamento de Inglaterra en el siglo XVII: esta primera libertad personal fue reivindicada en 1640,  posteriormente en 1679  en la ley de Habeas Corpus,   por la cual cualquier persona que sufriera prisión podía recurrir a los tribunales para comprobar la legalidad de la condena. Ello significó  la demanda de leyes para aquellos que no las disfrutaban;   John Locke clamó  por  la posesión de una ley permanente con que regirse,  que fuera común a todos y formulada por el poder legislativo,  emanado de todos los miembros de la sociedad.

Algo similar esperamos para nuestro `país: que a la etapa de crítica  y  desmantelamiento de un sistema dirigista e intervencionista, con pretensión de autoritario, le siga un cambio: que  se reconstruya el sistema constitucional  que lo llevó  a principios del siglo XX  a ser uno de los más importantes y destacados del Mundo, que el Estado argentino  asimile,  otra vez,  la doctrina liberal. Para que se comprenda su esencia, que no es cualquier cosa,  y se establezca como valor permanente,  será necesaria la constante prédica de numerosos Alberdis.

El Estado ha originado  muchos de los  males que padecemos,  está siendo fuente de opresión,    la experiencia histórica nos ha enseñado  que  la actividad individual es la que activa el progreso,  cuanta más libertad disfrute el individuo para poder desarrollar sus facultades,  más rápido será el avance del conjunto social. Sin embargo, para que la libertad sea efectiva,  las personas deben conformarse con ciertos límites de mutua restricción: si se mantiene el orden, se suprime la violencia, se garantiza  a los hombres el derecho de propiedad y se da fuerza legal al cumplimiento de los contratos,  el resto vendrá por añadidura. Si se  termina con  los obstáculos artificiosos que se oponen a que cada argentino pueda ocuparse en lo que mejor corresponda a sus capacidades, la productividad será mayor. Es por ello que  la misión del Gobierno que viene debe ser la de respetar las individualidades, permitir que desplieguen su juego. Libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión, no son derechos individuales  independientes de la sociedad, son principios que ésta debe reconocer.  La armonía social se da si los intereses de cada uno actúan libremente, para el liberal el progreso no es una formula mecánica sino la liberación de la energía individual, porque ella vigoriza la estructura social ensanchando y ennobleciendo a la sociedad civil. La  libertad económica no debe ser obstruida por una  legislación que se oponga a la libre iniciativa, la libre contratación y la responsabilidad personal,  son  sostenes esenciales  del liberalismo. La función de un gobierno liberal no es tanto defender el derecho general de asociación,  como si definir el derecho  en cada caso,  en términos  que garanticen el máximo de verdadera libertad e igualdad ante la ley.

En cuanto a la pobreza,  quien sea gobierno,  tendrá que  liberar a los  sectores humildes del mecanismo de la beneficencia pública, el auxilio más útil esta en uno mismo;  en Argentina no existe la voluntad de emanciparse del Estado porque,   sin trabajar,  el desocupado cuenta con un nivel de vida semejante al del trabajador, es alimentado a costa del contribuyente. Depender de la benevolencia del Estado disminuye el valor del esfuerzo individual,  porque actúa en ambientes de desesperación, el Gobierno tiene la obligación de aminorar el sufrimiento humano,  pero creando las condiciones para que,  rápidamente,  se pueda regresar a bregar por el propio sustento,  sin crear dependencia.

Íntimamente ligada con la libertad jurídica,    dejándose sentir mucho en la vida cotidiana,  está el problema de la libertad fiscal. La tributación arbitraria fue en la historia causa de sublevaciones, tal el caso de la Revolución Francesa: comenzó por la negativa de los estamentos nobiliario y eclesiástico,  a someterse al general y abusivo sistema tributario del país. Es que la carga tributaria va variando de acuerdo a las necesidades públicas, mientras otras leyes pueden permanecer estables,   ésta debe adaptarse a las circunstancias,  por ello la libertad individual en materia fiscal significa restringir la función ejecutiva,  no solo por leyes aprobadas,  sino también  por un control directo y constante,  significa tener  un gobierno responsable.

El liberalismo se ocupa de otro aspecto  muy  ligado a la libertad política: la libertad personal es muy cercana a la de pensamiento ya que éste es un producto social. La libertad de expresión  no tiene  que significar derecho al desorden,   los límites son difíciles de establecer tanto en la teoría como en la práctica,  la libertad y el orden pueden toparse,  debe haber un detenido examen sobre estos puntos.  El conflicto no es menor en cuanto a la libertad religiosa,  se la puede incluir dentro de la libertad de pensamiento y de expresión,  siempre que no implique perjuicios a un tercero  o perturbación del orden público;  es incompleta cuando  se castiga alguna creencia prohibiendo su ejercicio   o,  por ejemplo, excluyéndola de las ventajas de la educación.

En resumen, el liberalismo  es un movimiento liberador, salva obstáculos, señala caminos para el libre desenvolvimiento de  actividades vitales que hacen al progreso humano, tanto económico como cultural y ético. Es una fe que va en pos de la libertad, desde sus etapas más primitivas constituyó  una fuerza que promovió reformar una sociedad arcaica,  deshaciendo las ligaduras que su estructura imponía a la actividad humana.  Hay que ver si en Argentina, a partir de Octubre,  puede llegar a ser una fuerza viva que posibilite transformar sus principios en realidades;  el progreso se haya obstruido por numerosos desacuerdos entre sectores, los  motivos son diversos.   La transformación que se necesita será provechosa solo si  aparece un sentimiento general de cooperación entre todos los que creen en el sistema democrático, sistema que a  algunos,  de espíritu exaltado,  les parece débil. Sera necesario  que cambien su visión: la Justicia no puede resplandecer en un medio de ofuscación sino en  donde predomine la serenidad. El gobierno que viene tiene que ganar la confianza de los no convencidos,  solidarizarlos con sus ideas; la mejor forma de arraigar al liberalismo positivamente,   es resolviendo las demandas prácticas de la gente, la doctrina debe estar conectada con la realidad.

Elena Valero Narváez. Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía  de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).

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