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Ideas políticas y Latinoamérica: parte de su inestabilidad

En los países del primer mundo, lo que observamos es una continuidad entre las ideas que dan sustento a la pugna política y a las instituciones que brindan soporte a esa misma lucha por el poder. Nuestro continente, por el contrario, es una historia de personalismo y “experimentos”.


Las ideas políticas tienen una función ideológica, vale decir: son instrumentos para diferenciarse, legitimar y combatir-políticamente. Las ideas políticas dan a conocer nuestra visión sobre la sociedad, los individuos y las instituciones. Es interesante reflexionar sobre cuáles son las ideas predominantes en los países desarrollados y compararlas con las nuestras: ¿calzan? ¿Existen paralelos? La importancia de un análisis de éste tipo es que deja ver cómo desde el mundo de las ideas los latinoamericanos entendemos nuestra realidad política. Además de preguntarse, hasta dónde las ideas políticas predominantes, en cuanto ideologías que sirven de herramientas, en los países más avanzados, explican o no -dentro de múltiples factores- el mayor grado de éxito relativo de esas sociedades.

Los países desarrollados, léase los 15 de punta de la Unión Europea, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos, tienen una característica común: el poseer dos lineamientos ideológicos que, si bien evolucionan, se mantienen en el tiempo. Uno de corte liberal-conservador y el otro progresista-socialdemócrata. Inclusive Japón, con todo su particularismo, ha tenido ambos ejes desde la postguerra. También se dan algunas diferencias, como la existencia de una extrema-derecha relevante en Francia, Bélgica y al interior del partido Republicano de Estados Unidos. Así como el surgimiento de grupos de izquierda desconformes con la evolución del eje progresista-socialdemócrata, como el caso de Die Linke en Alemania, además de nuevas realidades en los últimos 30 años, como los Verdes, los cuales han tendido a evolucionar hasta transformarse en una fuerza liberal-progresista que mayoritariamente se alinea con los grupos socialdemócratas aunque también se han abierto a hacerlo con la centro-derecha liberal-conservadora.

En los países del primer mundo, lo que observamos es una continuidad entre las ideas que dan sustento a la pugna política y a las instituciones que brindan soporte a esa misma lucha por el poder. Los partidos políticos tienden a ser estables y la idea del cambio por el cambio, no tiene mucho sustento. Escuché una vez al filósofo, hombre de negocios y personaje relevante en las negociaciones de término del Apartheid en Sudáfrica, Willie Esterhuyse, indicar que en períodos de menos de 15 años es difícil implementar políticas exitosas, lo cual explicaría la relación entre la permanencia en el tiempo de sus políticas y el desarrollo de ciertos países.

Nuestro continente, por el contrario, es una historia de personalismo y “experimentos” que se reflejan en actitudes, tales como, suponer que vía modificación de la constituciones o el franco cambio de la misma, se van a solucionando los problemas político-sociales o el tratar de buscar una “ideología o interpretación sudamericana de la política”. Todos esos intentos han significado inestabilidad, demagogia y cuotas no menores de populismo.

Sobre éste último concepto, populismo, su desarrollo más constante se ha dado en nuestro continente, y su característica estructural no es, como a veces se cree, la simple demagogia de prometer de modo fácil lo incumplible. Lo esencial en él, es el abordar, discursivamente, al “pueblo” como un sujeto, el dirigirse a él como si se hablase a un “alguien” que posee una sola identidad y voluntad. Por eso, ese gobernante aspira a encarnar la “voluntad popular”. Esto explica el carácter personalista del populismo, su connotación anti-establishment: quien habla lo hace “en nombre del pueblo y contra sus enemigos”. Logra, regularmente, un fuerte arraigo en las clases sociales más desposeídas, apoyándose en políticas redistributivas y a la vez en el clientelismo. También tiene la capacidad de genera apoyos transversales porque produce un efecto ordenador, aunque no sea permanente y sostenible en el tiempo. Esta es una forma ideológica que ha sido común en gobiernos personalistas de Sudamérica, tanto de izquierda, derecha como filo-fascistas.

Otra característica de los países desarrollados, es que la forma de la política es la democracia, asentada en partidos políticos sólidos, instituciones no sólo políticas, económico-sociales sanas y una sociedad civil activa. Por eso, los casos de Cuba y Venezuela no corresponden al de éstos parámetros. El primero, Cuba, es el de un verdadero “estado de excepción”, esto es, cuando por factores de gravísima conmoción interna se suspenden instituciones y derechos básicos. El régimen cubano ha transformado ésta norma-excepcional en lo habitual. Es una dictadura de un personalismo casi religioso. El caso de Venezuela, es el caudillismo, el experimento y la retórica utópica, que toma la forma del populismo ideológico ya descrito.

Bolivia y Argentina, presentan características distintas. El primero, ha tratado de desarrollar una comprensión de las ideas políticas y de las instituciones, distinta a la occidental. La retórica indigenista del gobierno boliviano de Evo Morales, introduce el tratamiento del “pueblo”, no solo como un sujeto único, sino que además con una identidad de tipo étnica y cultural. Lo anterior, sin atender a las evidentes diferencias culturales e históricas que existen entre los distintos grupos indígenas de ese país. Es un proceso que busca desarrollarse contra la globalización. El caso de Argentina, es el de un peronismo que se ha centrado ésta vez, no en una sola persona, sino en un “matrimonio”. Se ha intentado, por parte del kirchnerismo, tratar de trasladar algunas de las ideas de la socialdemocracia europea, en cuanto inclusión social, a sus políticas; pero olvidando uno de los principios básicos de quien fuese el gran teórico de la socialdemocracia sueca, Ernst Wigforss: primero hay que generar riqueza y luego distribuir, no es posible distribuir lo que no se tiene. Esto acompañado, además, de una carencia de institucionalidad de los partidos de carácter endémico en la nación argentina.

Chile, Uruguay y ahora Brasil, son las excepciones. En esos países se han generado bloques estables que corresponden, con sus diferencias por cierto, en mayor o menor medida a las tendencias de los países desarrollados. En el caso de Chile de modo más nítido y en el de Brasil más incipiente que en los dos anteriores.

Las ideas que animan los discursos políticos y la institucionalidad partidaria que son capaces de generar, son un elemento a tener en cuenta sobre la estabilidad y el desarrollo de los países. Ahí reside la importancia de comparar realidades diversas entre países desarrollados y los que no lo son. Ideas e instituciones son pilares de las democracias más avanzadas.

Gonzalo Bustamante Kuschel es Profesor de Filosofía Política en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez y Miembro del Consejo Académico de CADAL.

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