Economía y Sociedad, Política

La bomba de relojería medioambiental de Irán

Con una superficie de 5.600 kilómetros cuadrados, el lago Urmia es el mayor de Oriente Próximo. El lago es una perla rara y, hasta hace poco, hogar de 212 especies de aves, 41 especies de reptiles, 7 de anfibios y no menos de 27 de mamíferos

Muchos expertos tachan al programa nuclear de Irán de bomba de relojería. Pueden tener razón, pero el programa nuclear del régimen islámico no es la única bomba de relojería que tiene Irán. Prácticamente desapercibidas para la comunidad internacional, las políticas medioambientales de Irán podrían ser devastadoras en la misma medida que su programa nuclear.

El mes pasado, el Parlamento de Irán rechazaba un proyecto de ley de urgencia que desviaría el agua del río Aras al lago Urmia, al noroeste de Irán. Con una superficie de 5.600 kilómetros cuadrados, el lago Urmia es el mayor de Oriente Próximo. El lago es una perla rara y, hasta hace poco, hogar de 212 especies de aves, 41 especies de reptiles, 7 de anfibios y no menos de 27 de mamíferos. No obstante, la construcción de presas en 13 afluentes del lago ha reducido de forma significativa el caudal que recibe el Urmia al año. Esto ha elevado la salinidad de las aguas del Urmia, haciendo que el lago pierda su importancia como hogar de miles de aves migratorias y sustento de muchos de sus residentes.

La tesitura del lago Urmia se remonta a la revolución de 1979, cuando el laborioso ejecutivo islámico entrante ordenó la construcción de una carretera que divide en dos el lago. Ya por entonces los ecologistas advirtieron de que puesto que la mayor parte de los afluentes que desembocan en el lago llegan por el norte, la parte del sur se asfixiaría y se secaría. Pero el ejecutivo revolucionario sabía lo que convenía. Al poco la región del sur empezó a secarse.

La triste historia del lago Urmia es comparable a la del Mar de Aral, donde los ruinosos "planes de desarrollo" de la sabelotodo Unión Soviética de la década de los 40 fueron creando canales de irrigación que desviaban el 70 por ciento del agua que solía desembocar en el lugar. Hacia la década de los 60, el Mar de Aral empezaba a contraerse. Pero en lugar de cambiar, los planificadores estatales soviéticos decidieron que los dos afluentes que alimentaban el Mar de Aral, el Amu Darya por el sur y el Syr Darya por el nordeste, serían desviados para irrigar el desierto en un intento de cultivar arroz, melones, cereales y algodón. Esta brillante idea firmó la sentencia de muerte del Mar de Aral. Hoy queda muy poco del otrora glorioso Mar de Aral: el caudal se ha contraído hasta las dos quintas partes del volumen original, su cuenca se ha transformado en un desierto salino y 20 especies autóctonas conocidas se han extinguido, incapaces de sobrevivir al salado residuo tóxico.

Igual que en el caso de la Unión Soviética, en lugar de corregir el problema, el ejecutivo iraní lo agravó. Una década después de la construcción de la carretera, el ejecutivo islámico decidía construir presas en los ríos que alimentaban el lago para mejorar la agricultura de la zona. A pesar de las repetidas advertencias y la oposición de los expertos, 50 presas así se construyeron en 20 años, bloqueando el paso a los ríos que solían desembocar en el lago. Al sector de la construcción le fue bien. Miles de millones de dólares se destinaban a licencias públicas de construcción que se adjudicaban a las empresas de los funcionarios iraníes. Pero esto también firmó la sentencia de muerte del lago y asestó un golpe devastador a los 5 millones de personas que vivían en sus inmediaciones.

El rechazo del anteproyecto — que en sí mismo era una legislación a medio redactar de repercusión desconocida — indignó sin embargo a la población local. Una semana después de la votación, el 24 de agosto, las fuerzas del orden atacaban y detenían a 30 activistas medioambientales que al parecer estaban organizando una manifestación pacífica en un intento por detener la catástrofe medioambiental aparentemente inevitable.

La represión no ha surtido sin embargo el efecto deseado. Los manifestantes salían a la calle el pasado sábado en Urmia a millares, manifestando su indignación y su frustración con las políticas del estado y la ausencia de un plan para salvar el lago. Los residentes de los municipios próximos se unieron rápidamente a las protestas. Empezaron a proliferar grabaciones de teléfono móvil de los enfrentamientos entre los manifestantes de Urmia y Tabirz y las fuerzas del orden.

Tan triste como es la historia del lago Urmia, por desgracia no es la única catástrofe medioambiental inminente en Irán provocada por la avaricia y la indiferencia de los funcionarios islámicos hacia las advertencias de los expertos. La Presa de Gotvand, un embalse del río Karún en la provincia de Juzestán, es otro ejemplo. Los expertos afirman que el emplazamiento del embalse se eligió mal puesto que la zona tras el embalse contiene miles de millones de toneladas métricas de sal. El lago formado por el embalse va a disolver gradualmente la sal, formando un salitre que tendrá un efecto devastador sobre el ecosistema del río Karún.

Está por verse si el pequeño grupo de ecologistas va a tener éxito convenciendo de tomar medidas al ejecutivo iraní. En el ínterin, mientras docenas son detenidos, el lago sigue secándose. Esta triste historia es solamente otro recordatorio de que es necesario presionar un poco más al régimen islámico…

(*) Nir Boms es analista, presidente del Centro para la Libertad en Oriente Próximo y ex vicepresidente de la Fundación para la Defensa de las Democracias. 

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