La influencia social y cultural de la Hermandad Musulmana superó durante décadas a su influencia política directa hasta la caída de Mubarak, y a pesar de la agitación social vive hoy sus mejores horas

Miles de manifestantes pro-libertad rodeaban el pasado martes el palacio presidencial de El Cairo. Reuters informaba el martes de que "agentes del orden disparan gases lacrimógenos contra más de 10.000 manifestantes" y que el secretario de la Hermandad Musulmana
Mohammed Mursi había llegado a abandonar realmente el palacio. Si bien los manifestantes coreaban que "el pueblo quiere la caída del régimen", es improbable que vean cumplido su deseo.
Hussein Abdel Ghany, portavoz de los detractores seculares e izquierdistas de la ley islámica que se manifestaron el martes, afirmaba: “Nuestras marchas son contra la tiranía y el decreto constitucional de nula validez, y no vamos a retroceder en nuestras posiciones hasta que nuestras exigencias sean satisfechas”.
Aunque sus colegas y él puedan reunir a más de 10.000 manifestantes frente al palacio presidencial, Ghany representa claramente a una minoría en Egipto. La transformación de Egipto de estado de orientación occidental en estado dominado por la ley islámica lleva décadas gestándose. La influencia social y cultural de la Hermandad Musulmana superó durante décadas a su influencia política directa hasta la caída de Mubarak, y a pesar de la agitación social vive hoy sus mejores horas. Un ejemplo muy visible de la influencia omnipresente de la ideología supremacista islámica en Egipto es el hecho de que aunque en la década de los 60 las mujeres con hijab eran algo muy infrecuente en las calles cairotas, ahora lo raro es ver a una mujer que no lleve velo.
Desde los tiempos de la presidencia de Gamel Abdel Nasser (1956-1970), el gobierno egipcio ejerció un control vigoroso de la Hermandad, siendo consciente de su amplia popularidad y haciéndose por tanto el sueco mientras la formación aterrorizaba a los cristianos coptos y se dedicaba a imponer las escrituras islámicas a la población egipcia — actuando exclusivamente cuando la Hermandad daba muestras de estar ganando la influencia suficiente para llegar realmente al poder. Anwar Sadat (1970-1981), sucesor de Nasser, no sólo puso en libertad a los presos políticos de la Hermandad que venían languideciendo en los penales egipcios sino que también prometió a la Hermandad que en Egipto se acabaría implantando la ley islámica.
Sadat no vivió el tiempo suficiente para ver cumplida su promesa; fue asesinado por miembros de otro grupo supremacista islámico indignado por su tratado de paz con Israel. El sucesor de Sadat, Hosni Mubarak, tampoco cumplió esa promesa a la Hermandad, y los Hermanos Musulmanes tienen hoy la oportunidad de oro de ver la ley islámica en Egipto. Puede que se hayan excedido durante los primeros momentos de la presidencia Mursi, pero eso no significa en absoluto que vayan a renunciar.
Después de todo, la mayoría de los egipcios también quiere ley islámica. Una encuesta del Pew Research Center llevada a cabo en la primavera de 2010, antes de la caída de Mubarak y de la quimérica "Primavera Árabe", concluía que el 85 por ciento de los egipcios nada menos pensaba que el islam es la influencia positiva de la política. El 59 por ciento decía identificarse con "los fundamentalistas islámicos" en su lucha contra "los colectivos que quieren modernizar el país", grupos que contarían con el apoyo de apenas el 27 por ciento de los egipcios. Solamente el 20 por ciento estaba "muy preocupado" por "el extremismo islámico" en el seno de Egipto.
Otra encuesta llevada a cabo en mayo de 2012 llegaba a resultados muy similares. El 61 por ciento de los egipcios dicen querer que Egipto anule de su tratado de paz con Israel, y la misma cifra se identifica con el reino islámico radical de Arabia Saudí como país que "debería hacer las veces de modelo para Egipto en cuanto al papel que el islam debe jugar en la administración pública". El 60 por ciento dice que las leyes egipcias deben respetar estrictamente las líneas del Corán.
Mursi está encantado de asegurarse de ello: “Fue por cumplir la ley islámica que los manifestantes fueron… metidos entre rejas", recordaba en un mitin en mayo de 2012. “Su sangre y su existencia cae hoy sobre nuestros hombros. Trabajaremos juntos para cumplir su sueño de implantar la ley islámica”.
El clérigo musulmán Shaykh Usamah Qasim advertía de actos de violencia si se negaba el poder a los supremacistas islámicos y si salía elegido presidente Shafiq o cualquier otro que no fuera Mursi: “El destino de cualquiera que llegue a la presidencia será el del ex presidente asesinado Anwar al-Sadat”. En noviembre de 2012, Nageh Ibrahim, ideólogo del grupo islámico radical de la Gamaa al-Islamiya, afirmaba públicamente que los rivales de Mursi son objetivos legítimos de asesinato si se interponen en los planes presidenciales de la Hermandad Musulmana de implantar la ley islámica en Egipto.
En suma, hablamos de un escenario que no da ninguna impresión de que el pluralismo y la democracia vayan a imponerse mañana en Egipto. El pueblo egipcio ha elegido la ley islámica, y la ley islámica es lo que quiere ver. Tan numerosos como puedan ser, los seculares que se oponen están tirando piedras contra su propio tejado. Todo hijo de vecino menos Barack Obama y Hillary Clinton (a juzgar por su negativa a criticar las medidas de represión de Mursi, o su progresivo acercamiento a la ley islámica), pasando por los partidarios de a pie de la Hermandad Musulmana en las calles de El Cairo y Alejandría, quiere ley islámica en Egipto. En ausencia de un levantamiento popular realmente excepcional que modifique el rumbo político de Egipto, así será y así se hará.
Robert Spencer es experto en el islam en la Universidad de Carolina del Norte en Chappel Hill y autor de 10 libros.
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