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Las ideas deben motivar el cambio

Las ideas kirchneristas son casi una religión,  son autoritarias,  se basan en la aceptación sin peros de lo que afirman políticos iluminados,  dogmáticos, que se creen infalibles

La única causalidad social última es la de las personas, ningún efecto externo a ellas es causa de su acción, sino límite. Cuando decimos que hay ciertas causas en el proceso histórico nos referimos a las ideas que ellas tienen  y no  como decía Marx, al que cuestiona el Presidente,  a las fuerzas productivas en cuyo medio se desarrollan. Por ello el Gobierno  se preocupa por dar la batalla cultural,  las ideas son decisivas.

Para conducirnos en la realidad, si deseamos equivocarnos menos, tenemos que admitir la razón,  elemento fundamental para ser objetivos, aunque es falible,  podemos darle datos falsos. Es un error creer que somos solo razón, tenemos pasión, ideologías,  las cuales perturban nuestro razonamiento, nos hacen hacer cosas que no deberíamos realizar como a tantos funcionarios en nuestro país. El nacionalismo en personas infectadas de fanatismo, por ejemplo, nos hizo retroceder a los niveles en que nos encontramos hoy. Los argentinos deberían admitir la razón, darse cuenta de su importancia, si en el Mundo no lo intentaran, si se actuara solo por sentimientos,  hace años que hubiera sido factible una guerra nuclear.

Las ideas kirchneristas son casi una religión,  son autoritarias,  se basan en la aceptación sin peros de lo que afirman políticos iluminados,  dogmáticos, que se creen infalibles aunque la realidad les pase la cuenta una y otra vez. No entienden que la historia es un área de contratación,  sus teorías ya han sido sometidas a prueba,  han fracasado en todos lados.

El problema en nuestro país es  la Cultura,  tiende por inercia cultural   a permanecer donde está,  hay ideas y problemas del pasado  que persisten. Para  cambiar,  las personas necesitan de mucho tiempo, demoran en absorber nuevos conocimientos, significa desaprender y re aprender,  es muy difícil. Las ideas fuertes, arraigadas,  tardan en irse, el sector político nos lo muestra con claridad: escuchar a ciertos diputados y senadores, políticos e intelectuales, hace pensar que se está viviendo  en 1950, piensan como los peronistas y radicales de ese entonces. Contra ellos debe dar la batalla el Gobierno, ¡menuda tarea! además,  con  poca práctica.

Cuando la realidad  se nos muestra en todo su esplendor a través de la experiencia, notamos  que muchas de las creencias que abonan  nuestras actitudes  son falsas, que en gran número  nuestros sentimientos,  hacia personas o cosas,  son prejuicios con los que convivimos mucho tiempo.  Nos la pasamos, por ejemplo,  haciendo  generalizaciones arbitrarias,   la vida es tan compleja que nos lleva a tenerlas,  a utilizar  afirmaciones que no podemos corroborar. ¿Cuál es el camino a seguir entonces?,  nos quedan dos: uno es reformar nuestras creencias en un juicio más acorde con la realidad, Javier Milei lo hizo.   En Córdoba señaló  que se pasó  treinta  años enseñando algo equivocado,  tuvo que  modificar ideas porque descubrió que la creencia que las sustentaba era falsa. El otro camino lo vemos diariamente, también entre políticos y periodistas: adecuan sus  creencias a sus actitudes, las justifican a pesar de que la realidad les muestra lo contrario. Convierten un pre-juicio en prejuicio y ¡ahí se quedan!,  ello soporta un peligro: cuando estas actitudes se convierten en conducta,  debido a la magnitud de la fijación del prejuicio,  dan lugar a la discriminación, se excluyen a grupos cuestionados en alguna actividad, de sus derechos políticos,  de la educación,  dadivas y  privilegios. Hitler y Stalin, entre otros,  la llevaron hasta  el exterminio.

Las personalidades autoritarias tienden a ser prejuiciosas frente a las democráticas,    caracterizadas por la tolerancia.  En nuestro país  el prejuicio y la discriminación, grietas permanentes,  provienen  entre otras causas  de la estructura social en la que estamos inmersos.  La ciencia ha demostrado que los comportamientos  de los individuos y de los grupos sociales se explican por su cultura, su historia,  y su estructura de personalidad,  no por su dotación genética.  La diversidad de conductas es el resultado directo de la socialización, del aprendizaje que el individuo realiza, de la cultura que lo rodea. La ausencia de  formas de conductas fijas y heredadas posibilitan su desarrollo,  las limitaciones del organismo humano están en parte compensadas por el hecho de que las personas desarrollan una capacidad de aprendizaje que puede aumentar con un ambiente adecuado y técnicas educativas. Está bien entonces, que el Gobierno quiera atacar el adoctrinamiento de ideas que se han demostrado,  por la experiencia histórica,  ser falsas.

El Presidente  por elección de la mayoría  es, por cuatro años,  quien  fija objetivos, aunque a muchos no les guste su personalidad  promueve algo bueno: el individualismo. Es erróneamente rechazado por muchos argentinos sin saber que es una concepción que preserva,  al máximo,  la libre elección del individuo. No veo por qué se le critica  por desear que el rumbo de su política sea aumentar la libertad de las personas para  que les sea posible  buscar su propio destino. Por supuesto  desea que sea  compatible con la seguridad y sobrevivencia de la sociedad: la libre elección va unida a la responsabilidad, a la paz, al respeto por los contratos, a ciertos principios éticos e incluso al Estado como árbitro. Milei defiende la democracia, sistema donde las normas nos dicen cómo elegir en vez de qué elegir,  pretende fortalecerla, si se lo ayuda un poco más,  al menos.

En estos días se puso sobre el tapete el problema de repartir alimentos, se siguen preocupando en quién lo hace mejor, no es lo que desea Milei, como anti populista  quiere terminar con las políticas distribucionistas. Proyecta ordenar la economía y el Estado de manera que cada uno, salvo los que realmente no pueden, se ocupe de conseguir el propio sustento. Es raro que la Iglesia no apoye: San Pablo,  tan importante para la Iglesia, no desvalorizaba el trabajo  promovía la dignidad humana: subrayaba que había trabajado toda su vida.  No se oye predicar lo mismo que Pablo: como los políticos,  dignatarios de la Iglesia y sacerdotes se aferran a mantener las dádivas en vez de exigir se baje la inflación, se atraigan inversiones,  lo que pueda significar ocupación. El fracaso de las ideas anticapitalistas en el mundo les debería hacer pensar, incorporar problemas y reflexiones de los que han dejado de ocuparse, por lo que se explica en los primeros párrafos de la nota. Como  tantos políticos siguen cegados por prejuicios,  no entienden que la solidaridad no está desligada del sistema capitalista, no solo no la impide sino que la estimula. En los países capitalistas, ante catástrofes naturales, accidentes,  o guerras, hubo grandísimos emprendimientos solidarios. Si son aprovechados  para promover corrupción es ajeno al sistema,  la naturaleza humana encuentra siempre la manera de  obtener beneficios personales o corporativos, pero en democracia es más fácil detectarlos.

Es deplorable que en nombre de la solidaridad se permitan y apoyen décadas de desaparición forzada del capitalismo y  degradación de las instituciones democráticas. Argentina no necesita un líder populista que siga al pie de la letra lo que quiere la mayoría,  como lo hace el demagogo, necesita de un líder que dé respuesta a los problemas y que solo  si tiene éxito  sea popular.

Tenemos que recordar que donde se lastima el capitalismo,  la propiedad privada, los mercados, la estructura jurídica que asegura su funcionamiento y lo perfecciona,   se dañan las posibilidades de vida de la gente, especialmente de los más necesitados. Lo hemos visto no solo en Argentina, también en Bolivia, Venezuela, Cuba y otros países. Lo que no distribuye el mercado, con sus mecanismos espontáneos, neutrales e inciertos porque depende de millones de decisiones individuales libres, se reparte autoritariamente,  a piacere, por los funcionarios planificadores. No habría que olvidar que todo lo que toma el Estado para dar, es siempre y en todo lugar,  lo que la sociedad civil ha creado por sí misma.

Elena Valero Narváez. Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía  de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).

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