Si la pericia política debe medirse por la más correcta estimación de los excesos que no deben cometerse, hay que concluir que el gobierno actual y sus adláteres no se preocuparon por medirlos. Dejan al próximo gobierno problemas importantes por morigerar o resolver.
Y si el árbol se conoce por sus frutos, la economía muestra que hubo un rechazo sistemático al sistema capitalista, ese sistema de reglas que nació de los intercambios humanos y permite que de ellas surja lo que cada uno desea, exaltando la responsabilidad ante sí mismo y ante los demás. La economía se halla gravemente lesionada, tanto por el Estado dirigido por nacionalistas, como por la excepcional fortaleza de los sindicatos que no han permitido la estabilización de un sistema de partidos, a fin de que las solicitaciones de sectores y grupos se articularan en una visión global. Se consolidó, en cambio, la dinámica corporativa y la democracia debilitada por la inspiración y proyección populista que le dio el gobierno. No tiene que ser rechazada sino mejorada, revalorizada, también la Constitución, como instrumentos de una sociedad mejor, no perfecta. Rechazar la idea que se intenta poner de moda de “la república virtuosa” de Robespierre, por la cual se aceptan como inevitables para alcanzarla procedimientos autoritarios o totalitarios.
El sindicalismo constituye un polo autónomo esencial del conflicto político: por su vocación corporativa indujo la creencia de que es más representativo y más importante que los partidos, aún en el área específica de la política. Fomenta la errónea opinión de preferir a un caudillo que a una democracia representada por los partidos. La obsecuencia, la burocratización y la corrupción, son cualidades negativas que se le pueden aplicar a la mayoría de sus dirigentes. Prefieren una democracia fascista con decretos demagógicos como la fijación de precios y aumento de sueldos destinados a captar la voluntad popular y suscitar la admiración de quienes gobiernan, a quienes considera protectores de los pobres, cuando su objetivo es engañar y fanatizar a la masa en torno a figuras como la de Cristina Kirchner. Abdican, incluso, de los derechos que les garantizan su dignidad, sometiéndose, sin reservas, a la voluntad de gobiernos infalibles, salvadores de la Patria. La democracia, y la libertad que la alimenta, no se tienen en cuenta como gratificaciones atractivas para las masas, creen que los gobiernos deben dar vivienda, comida y trabajo, en vez de conseguirse con esfuerzo, aceptan sacarles a unos para darles a otros.
Fortalecer a democracia debe ser una de las importantes metas políticas, luchar contra una mentalidad decididamente nacionalista contraria a los partidos, limpiar el sindicalismo de personajes directivos desprestigiados, comprobadamente o presumiblemente corruptos, como consecuencia de vivir ligados al autoritarismo y al Estado, protegidos aún por una ley fascista de sindicato único. Las dadivas indiscriminadas deben terminar: son de naturaleza intrínsecamente destructiva de la ética del trabajo, la demuele, convierten a la gente en instrumento de políticos inescrupulosos manejados por el miedo a perderlos. Sus consecuencias se extienden a toda la población, reconocen hijos y entenados, desquician la convivencia democrática donde todos deberían ser iguales ante la ley, garantía republicana que emerge del espíritu democrático de la Constitución.
.El nuevo gobierno debe volver a simpatizar con los partidos los cuales deben recuperar el espacio como escuelas de civismo democrático, los Kirchner apenas los han tolerado por razones meramente situacionales, aman la dictadura a la que pretendían llegar cuando declaraban viejas a las instituciones liberales. No hay que lastimar el orden legítimo que protege la Constitución; la democracia ha sido débil en el sentido de establecer normas para regular algunos conflictos que nos superan, pero los acepta, permite que se manifiesten. Hay que entender que no hay soluciones mágicas, deben pensarse respuestas que no la destruyan sino que faciliten su reconstrucción posibilitando una participación política, que viabilice su fortalecimiento, que rechace la ilegalidad de ciertos actos como, entre muchos otros, los antipáticos piquetes que obstruyen el libre tránsito.
La acción preventiva para el cuidado de las instituciones democráticas no se da en otro lado que en la familia, en las escuelas y universidades: la educación y la conciencia democrática son esenciales para dejar de seguir alentando la conciencia estatista en los trabajadores, en sus dirigentes y en la cultura política del país. Cuenta con desmedido apoyo popular, desplaza al pluralismo, al sistema de partidos como indicador básico que articula los conflictos, les da solución provisoria, modelable y reversible, además, diluye en sus efectos a una de las expresiones fundamentales de la convivencia institucional democrática: el parlamentarismo.
Hay que combatir a las minorías que, por no llegar al poder, desafían el orden político tratando de llevarlo al colapso total. Sustituyen la capacidad política, para ser elegidas por el electorado, por prácticas que no cuentan con la legitimidad social. Rechacemos ideologías fundamentalistas que justifiquen un partido único y mañas antidemocráticas, como la de no respeto por el dialogo, sin el cual no se podrá lograr una participación en la cosa pública de gente moderada y racional. Estamos en la puerta de un cambio decisivo, si nos entendemos mejor podremos asegurar un orden económico, cultural, político y democrático. El fanatismo y la crítica despiadada a las personas en vez de a sus argumentos, el lenguaje soez y abusivo hacia el opositor no nos permite llegar al compromiso de poner la reconciliación nacional como uno de los primordiales objetivos.
La voluntad y la actitud política de nuestros gobernantes será fundamental en el cambio que queremos para evitar las amenazas a la seguridad y estabilidad de nuestro país, deben gobernar pensando en una sociedad abierta, tolerante, que permita seamos dueños de nuestro propio destino. La política debe estar subordinada a los intereses de los individuos, es un mal necesario que es preciso controlar democráticamente para evitar las dictaduras y los totalitarismos, intentos de introducir por la fuerza una sociedad cerrada donde el ciudadano queda a merced de quienes gobiernan. Hacia estos sistemas debe haber un rechazo general, político y ético.
Elena Valero Narváez. Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).