América, Política

El peso del estatismo

En la Argentina, los sucesos de la vida política cotidiana, parecen enfrentar a veces enfáticamente  a diversos sectores sociales, pero en realidad, hay en todos ellos por motivaciones psicológicas y sociales, una fuerte base común: el estatismo. Ello explica el desprecio por los partidos, la política y también el coqueteo con el corporativismo.


“El que está en el gobierno debe procurar ante todo que cada uno conserve sus propios bienes y que el Estado no disminuya los bienes privados” Marco Tulio Ciceròn (106-43 a.de Cristo)
 
En la Argentina, los sucesos de la vida política cotidiana, parecen enfrentar a veces enfáticamente  a diversos sectores sociales, pero en realidad, hay en todos ellos por motivaciones psicológicas y sociales, una fuerte base común: el estatismo. Ello explica el desprecio por los partidos, la política y también el coqueteo con el corporativismo.

Sin duda, desde el primer gobierno de Juan Domingo Perón, en la sociedad argentina, las corporaciones, en especial los sindicatos, han ganado un exagerado  espacio sobre el conjunto de la sociedad. Estamos pagando las consecuencias: una creciente desconfianza hacia la clase política y a las soluciones que ésta puede proponer. El populismo nacionalista y estatista que todavía nos castiga,  se fue gestando a partir de 1943. Fue resultado de una alianza entre militares y estratos bajos, hacia donde fluyó la ayuda estatal y en mayor medida hacia los sectores sindicalizados.

Desde que se creó la Secretaria de Trabajo y Previsión, el 27 de noviembre de 1943, y se empezaron a sancionar y hacer cumplir por el Estado más leyes laborales, se prolongó  el peso político de los gremios, al punto que prescindieron  por completo de los partidos, participando  directamente en las tratativas y acuerdos con el gobierno, el ejército, la iglesia y los empresarios. Esto reafirmó la propensión de los trabajadores al estatismo y a aumentar su peso político de los gremios, el cual será utilizado al principio por Perón y luego, cuando desaparece su implacable autoritarismo, por los líderes sindicales. La dinámica sindicatos-empresa fue suplantada por la de sindicatos-estado. Los controles draconianos de la economía limitaron la actividad económica, llevando al autoritarismo político  y al constante arbitraje del Estado  en los incesantes diferendos entre las demandas sectoriales.

Perón, fue el responsable de que se desarrollara en el movimiento sindical la conciencia estatista, debido al prestigio cada vez más acentuado de las nacionalizaciones, por ello los gremios concuerdan con los gobiernos que pretenden reducir el área de la propiedad privada. Se les ha hecho creer que si el capitalismo es derrotado dejaran de ser explotados por el sistema, se equivocan, según evidencia la práctica de las estatizaciones, tanto en la Argentina, como en los países socialistas.

Es justo reconocerle a la política de Perón, que el trabajador anónimo se sintió real y sistemáticamente sostenido en sus derechos jurídicos y asistidos por el Estado. Esta explica la fidelidad a Perón y por ello al peronismo, más allá de la inflación, la congelación de salarios, el estancamiento económico y la dependencia e inmoralidad de sus sindicatos y de su propio gobierno.

El entendimiento entre el Gobierno y los gremios se vuelve peligroso porque hace posible encoger la propiedad privada y aun hacerla desaparecer mediante nacionalizaciones. Su existencia es un foco de poder y de fiscalización del gobierno, no es extraño entonces que los jefes de Estado, con pretensión autoritaria, procuren eliminar su básica espontaneidad.

La crítica al estatismo no implica una defensa de la libertad absoluta, a veces son necesarios ciertos controles, pero deberían  abarcar a toda la sociedad y no solo sobre ciertos sectores, generalmente los más productivos, como lo está haciendo el gobierno de Alberto Fernández, creando personas  y entidades privilegiadas por el gobierno y no por el mercado, impeliendo al empresario  a una conducta corporativista.

La idea central del corporativismo es reemplazar los partidos políticos por las corporaciones como instrumento para articular las demandas de la sociedad global. Ello implica,  necesariamente, la desaparición, o un severo debilitamiento  del sistema de partidos, el cual, en una sociedad democrática, es el supremo intérprete  y forjador  de las demandas sociales, además de moderador de los conflictos y del propio Estado.

Es importante darnos cuenta, justamente antes de las elecciones, que el corporativismo exige la dictadura, con el objeto de poner orden en el enfrentamiento de intereses de los diferentes sectores sociales. Es por ello, que el estado tiende a dominar, sin limitaciones, al conjunto de la vida social. En Argentina, los sindicatos, han logrado  presionar  directamente sobre el gobierno  y lograr éxito en la medida que son grupos muy bien organizados. Casi se ha terminado con  la mediación, que en una sociedad es típica de lo político. Por lo expuesto,  flaco favor le hacen los candidatos al país, cuando despotrican contra la política  y el sistema de partidos.

El Gobierno se esmera en aumentar el poder del estado, imitando en muchos aspectos la política de Perón, la que nos llevó a padecer su dictadura. El aire estatista es ya irrespirable. El patoterismo sindical,  consciente de su poder de movilización y de los recursos que le proporciona el manejo de los fondos gremiales,  le ayuda a debilitar aun más la democracia. Ante la crítica situación tendrían que cerrar filas con las fuerzas democráticas. El repaso de la historia debería curarlos de su  ceguera voluntaria: más allá de las gratificaciones que Perón les dio a los sindicatos, les quitó la autonomía, dejándolos incapacitados para tomar decisiones propias, si afectaban sus planes. Los utilizó para amenazar o coaccionar, además de  fiscalizar a los trabajadores. Las huelgas que se producían debían ser favorables a su política o eran declaradas ilegales y sus líderes perseguidos. Prueba de ello fue el ataque contra toda autonomía de la dirigencia sindical que había seguido a Perón: ya presidente, decide la disolución compulsiva del Partido Laborista, instrumento y refugio de quienes pretendían mantener su autonomía. Los líderes, que se oponían a sus demandas de sumisión, fueron desalojados de sus cargos y algunos hostilizados y encarcelados. El 8 de febrero de 1947, la CGT entra definitivamente en la línea de sujeción al Estado cuando un incondicional de Perón, Aurelio Hernández, ocupa el cargo de secretario general.

La ley, o los grados de su aplicación adecuada, fue reemplazada por lo que la autoridad suprema entendía que era su conveniencia, salvo en los aspectos que resultaba indiferente para el gobierno.

El fenómeno peronista muestra el amplio consenso que pueden lograr las prácticas políticas contrarias a la democracia, la libertad y al estado de derecho, cuando ellas se funden con gratificaciones inmediatas para amplios sectores de la población. El consenso que recibió esta política corporativista, que implicaba necesariamente marginar al sistema de partidos, explica la difusión en el nivel de la práctica y de las ideas, de un autoritarismo generalizado en la vida social y la cultura argentina.

Elena Valero Narváez
Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia.
Miembro del Instituto de Economía  de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas
Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas)

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