El pasado 19 de diciembre concluyó el segundo y último mandato del presidente congoleño Joseph Kabila. Pero este ha aducido pretextos varios para seguir en el poder mientras no haya un censo actualizado que permita nuevas elecciones.
Temiendo que hubiera un periodo de turbulencias políticas y de violencia, como ocurrió al terminar el mandato del presidente Mobutu en 1990, los obispos se han empeñado con todas sus fuerzas en yugular la crisis y fomentar la paz.
En un primer momento, las fuerzas que apoyan al presidente rechazaron la mano tendida de la Iglesia. El gobierno prefirió invitar al ex primer ministro de Togo, Edem Kodjo, a organizar el diálogo, pero solo consiguió reunir a la mayoría gubernamental y a una franja de la oposición. La oposición considerada como “radical”, encabezada por Étienne Tshisekedi, rehusó participar. Entonces la Conferencia Episcopal intentó mediar entre unos y otros.
El diálogo bajo los auspicios de los obispos empezó, pero las ideas y venidas, las interrupciones y los comunicados a veces contradictorios de los participantes no han permitido un final feliz hasta el momento. En una primera etapa, se alcanzó el llamado “acuerdo de San Silvestre” (firmado el 31 de diciembre). El acuerdo preveía el mantenimiento en el poder del presidente Joseph Kabila durante otro año, el nombramiento de un primer ministro designado por la oposición y la creación de un Consejo nacional de control del acuerdo y del proceso electoral, dirigido por su histórico opositor Étienne Tshisekedi. Este gobierno de unidad nacional se encargaría de organizar elecciones presidenciales dentro de un año.
Muerte de Tshisekedi
La situación cambió con la inesperada muerte de Tshisekedi el 1 de febrero en Bruselas. Para algunos, esto significa el fin del diálogo bajo la mediación de los obispos; para otros, la muerte de Tshisekedi va a permitir a los obispos llevar a término el diálogo. Pero es difícil predecir el fin de los trabajos tras la muerte de esta figura destacada de la oposición congoleña.
Kabila pide una terna
Son los pormenores del acuerdo o la implementación de este lo que plantea problemas. Como suele decirse, el diablo está en los detalles.
Por el momento, la mayoría presidencial parece cuestionar los acuerdos de San Silvestre. Contrariamente al acuerdo que pide que la oposición proponga un candidato a primer ministro, Joseph Kabila exige una terna de la cual él elegiría uno.
Para designar al presidente del Consejo Nacional de Seguimiento del Acuerdo, puesto que correspondía a Tshisekedi, la mayoría presidencial exige una nueva negociación. El 2 de marzo, la oposición propuso como candidato a primer ministro a Félix Tshisekedi (el hijo de Étienne) y a Pierre Lumbi como presidente del Consejo para el seguimiento, aunque un grupo de la oposición no comparte este último nombramiento. A su vez, Kabila insiste en pedir una terna de candidatos.
Mientras tanto, han tenido lugar diversos ataques contra iglesias católicas. El 19 de febrero cometieron actos de vandalismo contra la parroquia Saint Dominique de Limete, el convento de los Oblatos y también contra el Gran Seminario de Malole en Kasai. Para el vice ministro Willy Mishiki, se trata de una reacción contra la injerencia de la Iglesia en los asuntos políticos. El cardenal Laurent Monsengwo ha protestado enérgicamente contra estos actos perpetrados por los que no quieren seguir el camino de la paz y de la democracia. La oposición acusa al régimen de haber organizado estas violencias para desacreditarla.
Los obispos se encuentran en una postura incómoda: tienen que mediar sin comprometer su independencia, para no perder su credibilidad. “La Conferencia Episcopal no debe entrometerse en los asuntos internos de las plataformas políticas”, ha afirmado su presidente, Mons. Fridolin Ambongo. A la espera de que se reanuden las negociaciones, los obispos piden paciencia. / aceprensa
La Iglesia, perpetuo árbitro
La Iglesia católica ha estado presente en la vida socioeconómica, cultural y política de la RD del Congo desde los primeros momentos de la colonización. El pontificado de Gregorio XVI, de 1831 a 1846, marcó una etapa importante. La misión en África tomó un nuevo impulso con un triple objetivo: la evangelización de nuevos territorios, la promoción humana de sus poblaciones y la lucha contra la esclavitud.
Esta implicación de la Iglesia se tradujo más tarde en una colaboración estrecha con la colonización del Congo. Por acuerdo entre Leopoldo II y la Santa Sede, el Congo fue evangelizado por misioneros belgas. En cada misión se establecían escuelas, con lo que la Iglesia participó en la formación de lo que luego serían las élites dirigentes. Hay que tener en cuenta que las escuelas públicas no nacerían hasta 1956.
A mediados del siglo XX, los movimientos de reivindicación de la independencia obligaron a la Iglesia a elegir entre el Estado colonial o el apoyo al pueblo congoleño. La Iglesia optó por la emancipación del pueblo congolés, y multiplicó sus denuncias de los métodos autocráticos de la administración colonial. De 1956 data el manifiesto de la conciencia nacional, del sacerdote Malula, considerado como el primer discurso político de la Iglesia autóctona.
Tras la independencia
Cuando llegó la independencia en 1960, mientras que en la administración pública y en las empresas había solo dieciséis diplomados universitarios, la Iglesia contaba con 600 sacerdotes y tres obispos congoleños.
El Movimiento Nacional Congoleño (MNC) fue una creación del futuro cardenal Malula. Este partido ganó las primeras elecciones y dio al país independiente su primer ministro, Patrice Lumumba. Tras la situación de guerra abierta y los movimientos secesionistas que siguieron a la independencia, la Iglesia pagó un pesado tributo. Hubo iglesias incendiadas, principalmente en el Este, por obra de partidarios de Lumumba, de ideas comunistas.
En este clima, la Iglesia multiplicó sus intervenciones en favor de la paz y de las negociaciones. Esta labor finalmente permitió el fin de las secesiones y la organización de las elecciones, en las que triunfó Moïse Tshombe. Pero, a través de un golpe de Estado, en 1965 se hizo con el poder Joseph Mobutu, que instauró la II República y pretendió gobernar como un autócrata. Mobutu acabó con el multipartidismo para crear un partido único confundido con el Estado, y emprendió una campaña de “autenticidad”.
Mobutu pretendía prohibir los nombres cristianos, sustituyéndolos por otros tomados de la tradición africana; suprimió fiestas religiosas del calendario oficial, nacionalizó escuelas privadas confesionales… Por su parte, la Conferencia Episcopal denunció el culto a la personalidad, la corrupción del régimen, la pauperización de la población, la falta de respeto a los derechos humanos. Esto dio lugar a relaciones tormentosas entre la jerarquía de la Iglesia y el régimen de Mobutu, que obligó al cardenal Malula a exiliarse en Roma.
La presidencia de Kabila
Tras el hundimiento del comunismo en Europa, un viento de democratización llegó al continente africano en los años 90. Mobutu se verá obligado a organizar un debate nacional con el nombre de Conferencia Nacional Soberana, bajo la presidencia de un prelado, para discutir sobre el porvenir del país. Mons. Monsengwo, arzobispo de Kisangani y futuro cardenal, fue elegido para presidir la Conferencia y el Parlamento de transición. La marcha de la conferencia tuvo sus altos y bajos, por la resistencia de Mobutu a dejar lo que consideraba su propiedad privada. Esto dio lugar a un periodo de inestabilidad política, que se alargaría durante siete años.
En este contexto de un gobierno sin legitimidad ni legalidad, la Alianza de Fuerzas Democráticas tomó el poder por las armas en 1997, poniendo fin a la segunda república. En 1998 estallaría otra rebelión en el este del país. Frente a la opción del gobierno de una guerra total contra los rebeldes, el plan de paz urdido por Mons. Monsengwo preconizaba un diálogo directo entre Kinshasa y los rebeldes. La labor de los obispos consiguió mantener el diálogo y establecer nuevas instituciones de transición. Estas instituciones permitieron organizar las elecciones de 2006, en las que triunfaría Joseph Kabila, y restablecer una paz relativa. Ahora se trata de que la sustitución de Kabila no amenace la frágil estabilidad política del país.
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