Por vez primera en la historia de Marruecos, los islamistas moderados del PJD (Partido de Justicia y Desarrollo) alcanzaron el poder tras resultar ganadores en las elecciones legislativas que se celebraron el pasado mes de noviembre.
Esta victoria islamista- a diferencia de otros países donde también se produjo un ascenso político de los islamistas en el caso de Egipto con los hermanos musulmanes o en Túnez con el regreso del exilio de los militantes de Nahda- no tiene ni la misma relevancia ni la misma repercusión en Marruecos en donde la figura real actúa como principal valedor de los intereses del reino y, en parte, los designios de Marruecos dependen de su voluntad.
Así, Mohamed VI, actúa como muro de contención ante la creciente ola de islamismo en el país que en un futuro puede representar una amenaza para la estabilidad y la seguridad de Marruecos y de la región del mediterráneo. De hecho, el Rey, cuya legitimidad es especialmente religiosa pues en la Constitución figura como Emir al-muminin (Comendador de los Creyentes) no puede permitir una desviación hacia el radicalismo del Islam y su misión es la de controlar y prevenir cualquier movimiento con una vocación religiosa diferente a la que se practica en Marruecos donde impera un Islam ortodoxo sunni, de rito Maliki. Su futuro pasa, en una medida importante, por la estabilidad de la puerta de África al Viejo Continente. La inmigración, la amenaza de Al Qaeda en el Magreb Islámico, el futuro del Sáhara Occidental, la cuestión de la pesca y los expedientes de Ceuta y Melilla son los platos fuertes de una agenda común.
*Parte de la introducción al documento elaborado por Beatriz Mesa García para la Fundación FIE; en archivo adjunto puede leerse el texto completo
// OTROS TEMAS QUE TE PUEDEN INTERESAR