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Todos descendemos de “homeless”

si continúa el tsunami estatista no hay valla de contención que sea capaz de frenar el hambre, la enfermedad y la generalizada desesperación

Los que habitamos este planeta —y eventualmente los que habitan otros planetas— descendemos de “homeless”. En el origen a nadie le apareció una vivienda por arte de magia, a nadie se le entregó una casa del aire. Los que primero poseyeron y habitaron una cueva tuvieron que cavar y acondicionarla. Igual que el resto de los bienes, las viviendas no surgen de la nada, demandan esfuerzo. La combinación perseverante de trabajo con recursos naturales se encamina al logro de los bienes apetecidos. Todos descendemos de brutos y de situaciones miserables (cuando no del mono).

Entonces, el fenómeno de los “homeless” no es nuevo, tiene la edad del hombre. Lo nuevo es que la mayor parte de los “homeless” contemporáneos son consecuencia de las políticas devastadoras del estatismo recalcitrante. El empecinamiento en establecer impuestos expropiatorios para enriquecer al príncipe, las absurdas reglamentaciones que entorpecer y bloquean el espíritu innovador del comerciante, las trabas al comercio exterior, los elefantes blancos creados por gobernantes ciegos ante la realidad, las cargas mal llamadas “sociales” que generan desempleo, los controles de precios, las estafas legales que se conocen con el nombre de “inflación”, las inauditas legislaciones dignas de una producción de Woody Allen, las justicias adictas al poder de turno, los intentos de amordazar a la prensa independiente, las corrupciones galopantes y demás tropelías del Leviatán empobrecen a tal extremo que primero barren con los puestos de trabajo y finalmente dejan a la gente literalmente en la calle desguarnecida y sin defensa alguna.

Primero ocurre con los más pobres pero el bocado (más bien tarascón o mordisco gigante) de la angurria gubernamental avanza y hace estragos paso a paso en las más diversas capas sociales. Esto puede paliarse en un principio con la caridad y las obras filantrópicas pero si continúa el tsunami estatista no hay valla de contención que sea capaz de frenar el hambre, la enfermedad y la generalizada desesperación.

Y todavía hay cretinos morales que sugieren mitigar el mal con más de lo mismo en lugar de abrir de par en par la energía creadora respetando los derechos de todos haciendo que retrocedan los aparatos de la fuerza a sus misiones específicas de seguridad y justicia (que es lo único que no hacen estos trogloditas del poder). No hay confianza en las bendiciones de la libertad, solo se usa la expresión para cantar a los alaridos y adornados de escarapelas, himnos patrios pero que los cantores olvidaron por completo el sentido de lo que recitan y declaman cual autómatas estupidizados en grado superlativo por el Leviatán. En la práctica están rindiendo pleitesía al altar de la espada y a la regimentación esclavista.

Lamentablemente con estas políticas se está escribiendo una historia patética: se retrotrae la civilización que tanto cuesta establecer al estado de barbarie y de “homeless” pero no porque nada había antes sino debido a la sistemática destrucción de lo existente. Y esto se exacerba con políticas que otorgan compulsivamente recursos a los necesitados puesto que no solo crea una infame relación de dependencia con el gobierno (es decir con el fruto del trabajo ajeno) sino que se incentiva a no trabajar.

Para rematar los males en el contexto de los “homeless”, se ha puesto de moda la canallada de sostener que “nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo necesario”. Este pensamiento ridículo es explicado magníficamente por Alberto C. Salceda quien remarca que “¿quiere decir que nadie tiene derecho a la educación universitaria mientras alguien carezca de educación primaria, y que por ello debemos clausurar todas las universidades? ¿Quiere decir que nadie tiene derecho a la educación primaria mientras alguien carezca de alimento y vestido, y que, en consecuencia, debemos cerrar todas las escuelas? ¿Quiere decir que no debemos construir ni usar templos, teatros, ni salas de concierto, mientras alguien carezca de una vivienda confortable? ¿Qué no debemos usar lociones, perfumes ni jabón mientras haya hambre en la India? ¿Qué no podemos bailar ni tocar la flauta si falta quien labre la tierra en África Central y quien acarree alimentos a los países subdesarrollados? ¿Qué nadie debe fumar ni mascar chicle hasta que los patagones hagan tres comidas por día?”. Es que en una sociedad abierta el que aumenta su riqueza es porque sirvió exitosamente a sus semejantes o lo recibió voluntariamente de otro y la creatividad aumenta los bienes disponibles, no se trata de un proceso de suma cero sino de suma positiva. Termina su artículo Salceda escribiendo: “Supongamos que hay alguien que considere que la tiara del Papa supera su propia necesidad cuando tantos hombres padecen de hambre y de frío […] Pero para lograr este propósito será indispensable que haya alguien que quiera y pueda comprar la tiara. Y para el que la compre (probablemente un petrolero tejano) la tiara será más superflua aún que para Su Santidad. Sólo gracias al apetito de lo superfluo y a la posibilidad de adquirirlo se habrá podido disponer del dinero necesario para comprar comida y ropa”.

En este contexto, es oportuno destacar la imbecilidad máxima con que nos informa Fox News ha sido la resolución de Marc Sarnoff, Director del Department Authority de la City Commission de Miami, quien a través de su vocero David Krash, declaró que ha dispuesto que nadie le puede dar alimentos a los “homeless” debido al “riesgo de intoxicación” y que, por ende, quienes deseen entregar comida deben “realizar primero el entrenamiento correspondiente en la oficina gubernamental del caso, de lo contrario los trasgresores serán pasibles de multas”. ¿Habrase visto sandez mayor? Se trata de una embestida a dos puntas: por un lado los gobiernos crean el problema y luego obstaculizan que se mitigue.

Por otra parte, y en otro orden de cosas, constituye un riesgo mayúsculo que los gobiernos actúen como custodios de la salud de la gente en materia de intoxicaciones puesto que la politización de este delicado asunto conduce a que cuando se producen envenenamientos, en el mejor de los casos, solo se reemplazan algunos funcionarios por otros en lugar de abrir el proceso de auditorias al mercado para que instituciones compitan por instalar su sello de garantía sabiendo que si hay un problema les va la vida a los controladores. Pero este ejemplo en Miami excede todo razonamiento y pone al descubierto, en múltiples direcciones, la torpeza extrema para con los “homeless”.

Es pertinente recordar estos desvíos en EE.UU. En este sentido, tengamos presente la definición del converso Hilaire Belloc respecto al estado servil en su libro con ese mismo título: “Denominamos estado servil al arreglo de la sociedad en la que un número considerable de familias e individuos están obligados por la ley positiva a trabajar para beneficio de otras familias e individuos de modo tal que se estampa a toda la comunidad con la marca de dicho trabajo”. En el prólogo a una nueva edición a esa obra, escribe el también converso Robert Nisbet que “nos encontramos que EE.UU. vive bajo una forma de gobierno que se acerca más y más a la definición de Belloc del estado servil […] Tal como predijo Belloc, encontramos disminuidas y limitadas las libertades reales de los individuos por el Leviatán que hemos construido en nombre de la igualdad. Más y más americanos [norteamericanos] trabajan por ley para mantener a otros americanos [estadounidenses]”. Si eso sucede en el baluarte del mundo libre, queda poco para el resto de los países.

Es de esperar que la antedicha regresión espeluznante y aterradora en la historia pueda revertirse si no se quiere que lo que hoy sucede en países considerados atrasados por sus desatinadas políticas no se extienda, incursionando y perforando como un mortífero roedor en las mentes de quines viven en lugares prósperos como consecuencia de marcos institucionales sensatos que premian el trabajo productivo en el contexto del respeto recíproco, con lo que tradicionalmente han ofrecido condiciones de vida atractivas para la gente y en donde los “homeless” eran solo los vagos ya que los desafortunados eran atendidos esmeradamente por la caridad poniendo de relieve el estrecho correlato entre obras filantrópicas y libertad (que a esta altura de los acontecimientos, donde muchos están acostumbrados a recurrir a la tercera persona del plural, es pertinente recordar que, por definición, se trata de bienes propios entregados voluntariamente y, si es posible, de manera anónima).

Es de gran provecho refrescar la categórica definición de George Madison, el padre de la Constitución estadounidense, respecto de la tarea de todo gobierno de una sociedad abierta: “El gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Este es el fin del gobierno, solo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”. Este es el eje central al que se refiere Ludwig von Mises al definir la sociedad libre y la condena a la propiedad es lo que Marx y Engels sostienen es el aspecto medular de su tesis. A esta institución se refiere Nisbet en el antedicho prólogo como la razón de su abandono de ideas socialistas: “cuando era estudiante tenía una considerable confianza en lo que estaba haciendo el New Deal […pero luego] nunca más imaginé que podía existir una genuina libertad individual aparte de la propiedad individual”. A este soporte ineludible y básico para poder respirar el oxígeno que brinda el espíritu liberal alude la obra de Richard Pipes Propiedad y libertad. Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia, que es la misma tesis que, entre tantos otros, desarrolla exhaustivamente Gottfried Dietze en su libro titulado En defensa de la propiedad

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