Lo primero es grabarnos a fuego en la mente la catástrofe colosal provocada por ochenta años de estatismo: impuestos insoportables, inflaciones astronómicas, legislaciones laborales contra el trabajo, cerrazón al comercio exterior, envueltos en engorros cambiarios imposibles de digerir, unitarismo aplastante, regulaciones patéticas en todos los órdenes, que dificultan la vida en grado sumo, siempre con la cantinela de que el aparato estatal nos protege, cuando en verdad se trata, obviamente de aplastar, perseguir y asfixiar el fruto del trabajo ajeno.
En este contexto se machaca con la sandez de la “justicia social” y la “redistribución de ingresos” apoyada con entusiasmo una y otra vez por el actual papa. Lo primero puede tener dos acepciones: o constituye una redundancia grotesca, puesto que la justicia no puede ser mineral, vegetal o animal, o se trata de su significado más generalizado de arrancar recursos de unos para entregarlos a otros, con lo que no solo se vulnera la Justicia de “dar a cada uno lo suyo”, lo cual remite a la inviolabilidad de la propiedad, sino que se derrocha capital que a su vez inexorablemente redunda en mayor pobreza para todos, pero muy especialmente para los más vulnerables. Por eso es que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek ha dicho con razón que siempre el adjetivo “social” unido a cualquier sustantivo lo convierte en su antónimo: “derechos sociales” quiere decir asalto al derecho del vecino desconociendo mojones y puntos de referencia extramuros de la legislación positiva, “constitucionalismo social” se traduce en que una llamada Constitución, en lugar de poner límites al poder, le otorga carta blanca para desconocer el respeto a las autonomías individuales.
En este cuadro de situación el presidente Milei propone retomar la tradición alberdiana y devolver el poder que ha sido reiteradamente usurpado de la gente para beneficio de los megalómanos de turno. Sus discursos como primer mandatario –no mandante como actuaron otros– han sido formidables, comenzando con el de su asunción, y especialmente el de Davos, donde marcó valores universales de un espesor notable, exposiciones que fueron aplaudidas en todos los rincones del planeta.
Para recurrir a terminología militar, subrayo la extraordinaria estrategia del Presidente, es decir, las metas y los objetivos que se propone llevar a cabo, y dejo para otras consideraciones las diferentes tácticas para lograr dichos fines, que naturalmente presentan dificultades varias, especialmente debido a los palos en la rueda que encajan opositores de distintos espacios debido a la incomprensión del significado de una sociedad libre, y debido a la desesperación por mantener privilegios. En esta instancia nos va la vida si este gobierno no tiene el éxito suficiente en su gestión emancipadora. Tenemos que ser capaces de dejar de lado aspectos formales en pos del eje central de esta patriada.
Es muy satisfactorio observar que el Presidente distingue con claridad meridiana lo óptimo del nivel académico de lo posible en el área de la política, siempre manteniendo su rumbo liberalizador pero sopesando cuidadosamente los pro y los contra de cada medida, al efecto de no abrir varios frentes simultáneos que conspirarían contra el resultado final. En este contexto, confieso que me indigna escuchar críticas infundadas y la propagación de mentiras sobre su gestión: son los perros del hortelano que critican porque no acuerda y critican cuando acuerda, son quienes disimulan su palmario desconocimiento vía el sí pero no, son los que disfrazan sus privilegios encapsulados en aspectos formales porque les avergüenza exponer el fondo de lo que en verdad pretenden.
Javier Milei me ha citado frecuentemente en lo que he reiterado ad nauseam: “Los liberales no somos una manada y detestamos el pensamiento único, por lo que son bienvenidas las disidencias siempre manteniendo el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros”. En esta línea argumental señalo ejemplos que, estimo, ilustran lo dicho.
En primer lugar, el caso de Donald Trump, que en su gestión incrementó el gasto y la deuda gubernamentales junto al crecimiento del déficit fiscal, al tiempo que desconoció el triunfo electoral de su contrincante, a pesar de que aquella victoria fue certificada por los cincuenta Estados, sesenta y un jueces federales y su propio vicepresidente. A raíz de la conocida trifulca en Charlotteville, donde se enfrentaron dos bandos, uno de los cuales exhibía con estruendo insignias nazis, en vivo CNN transmitió que Trump declaró impúdicamente: “Very fine people on both sides”. Además, arremete contra la inmigración y muestra signos de nacionalismo y xenofobia con un comportamiento aberrante con motivo de la pretendida toma del Capitolio. En mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos muestro el declive que viene sufriendo el otrora baluarte del mundo libre, que de un tiempo a esta parte les da la espalda a los extraordinarios consejos de los Padres Fundadores. Es una pena que el Partido Republicano esté perdiendo los valores de los Barry Goldwater-Ronald Reagan-Ron Paul de los tiempos modernos.
En segundo lugar, debe tenerse muy presente que desde el momento uno el menemato fue corrupto, vía los guardapolvos hasta la explosión de Río Tercero para ocultar delitos, pasando por el caso de la pista siria y de Irán, el entonces expresidente se ocultó en los fueros para evitar la cárcel. Como es de público conocimiento, esa gestión gubernamental explotó con gastos públicos siderales, deudas estatales monumentales y elevado déficit fiscal, a pesar de meritorios esfuerzos en el área de la economía, especialmente en lo monetario y jubilatorio, que no pudieron ser sostenidos por las razones apuntadas.
Por otra parte, admito que no tengo el ánimo ni la fuerza para criticar ciertos aspectos técnicos de la administración que no hacen al muy noble rumbo establecido y al gratificante balance neto del gobierno que encabeza el presidente Milei. En cambio, sí destaco el disgusto que me provocan declaraciones, por ejemplo, como que “en Télam se desvirtuaron los propósitos originales”, cuando desde el inicio de Perón se trató de propaganda de una agencia estatal de noticias, lo cual de por sí es un dislate mayúsculo incompatible con principios republicanos elementales. Me alarma que se haya propuesto algún juez que aparenta ser la contracara de Alberdi. Por otra parte, como también subrayé en el Movistar Arena, hay canallas que condenan las atrocidades perpetradas por el gobierno militar del 76 pero incapaces de condenar las atrocidades de los terroristas que iniciaron la guerra. Son los mismos que se niegan a repudiar la invasión criminal de Hamas a Israel.
El sábado 23 de marzo los dos con Javier Milei tomamos desayuno durante dos horas y media en la residencia presidencial de Olivos. Lo noté de excelente ánimo con su característico pulso firme para vencer dificultades que provienen de innumerables costados y con la decisión de sortearlos para bien de los argentinos. Como ha subrayado el gran Leandro Alem: “Más el poder es fuerte, más la corrupción es fácil […] No hay progreso económico si no hay buena política, una política liberal que deje el vuelo necesario a todas las fuerzas y a todas las actividades […] Sí, gobernad lo menos posible, porque cuanto menos gobierno extraño tenga el hombre más avanza la libertad”.